Justo en un momento en que los consumidores europeos comenzaban a sentir un alivio de la carga que supone llenar el depósito de sus vehículos, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) ha anunciado un severo recorte de la producción de crudo.
De nada han servido las llamadas y presiones ejercidas por Estados Unidos. De hecho, lo más desgarrador para Washington es que sea su principal aliado en Oriente Medio, Arabia Saudí, quien haya liderado esta iniciativa para hacer remontar el precio del petróleo y de sus derivados.
El otro gran instigador de la medida no es otro que Rusia, país que si tomáramos al pie de la letra lo que nos dicen las autoridades europeas y estadounidenses, estaría sufriendo un aislamiento internacional total a raíz de la invasión de Ucrania.
Al decidir el pasado miércoles 5 de octubre un recorte de 2 millones de barriles diarios, la OPEP y sus aliados (Rusia, por ejemplo, no forma parte) esperan aumentar las rentas en dólares que obtienen de la venta de la preciada materia prima.
En cambio, para el resto de países del mundo, consumidores netos de petróleo, el anuncio implica nuevas subidas de precio y por tanto añadir una nueva capa de inflación a unos indicadores que ya están en máximos de los últimos 40 años en muchos lugares.
Un segundo efecto sería una degradación aún más fuerte del valor de las monedas locales, incluyendo el euro, puesto que el petróleo se compra en dólares en los mercados internacionales.
Los países de la OPEP y sus aliados, por su parte, se han defendido esgrimiendo que la reducción de la producción busca evitar que se repita el mismo episodio que siguió a la crisis financiera de 2008 y que derrumbó el precio del barril por debajo de los 30 dólares. Ahora, el miedo a una nueva recesión mundial hace temer una reacción similar de los mercados.
Una caída importante del precio del crudo supone un enorme agujero financiero para los países que dependen fuertemente de su exportación, empezando por Arabia Saudita y las demás monarquías del Golfo Pérsico.
Por otra parte, la medida de la OPEP también dificulta el proyecto occidental del G7 de imponer un precio máximo al petróleo ruso, y que la Unión Europea ha aprobado paradójicamente el mismo día en que se ha conocido la medida de la OPEP.
En definitiva, nos encontramos inmersos en una feroz guerra energética en la que cada uno mira únicamente por sus intereses inmediatos. El recorte de producción de la OPEP no implica que estos países apoyen la guerra de Vladimir Putin en Ucrania, pero sí que no están dispuestos a castigar a Moscú en detrimento de sus propios intereses.
Toda una lección de realpolitk que nuestros idealistas líderes europeos deberían entender de una vez por todas.