El «escándalo» de un colegio mayor en Madrid

La información ha saturado a todos los medios de comunicación. Ha intervenido y opinado sobre el hecho el propio presidente del Gobierno antes de entrar en una importante reunión internacional, que reunía a todos los países de Europa. Su comentario no iba dirigido a este asunto extraordinario, sino a los gritos e insultos de unos gamberros cometido en un colegio mayor de Madrid.

Todos los partidos salvo Vox han opinado y muchos diarios han editorializado. Hablan de acoso machista de estudiantes de un colegio mayor en Madrid, y los “expertas en género” ven en los hechos “un acoso brutal y en manada”. Los vídeos, que se han hecho públicos en abundancia, detallan los gritos insultantes que desde un colegio mayor de chicos dirigían al colegio mayor de chicas de enfrente.

La Fiscalía baraja intervenir, la universidad amenaza con expulsiones. La reacción ha sido y es abrumadora. Con una excepción muy llamativa, la de las mismas chicas afectadas del colegio mayor femenino, que quitan toda trascendencia al hecho, piden que no haya represalias contra los chicos y que informan que éste es un evento que se produce cada año en el inicio del curso y que forma parte de las chorradas que todavía se hacen en los inicios de la universidad, y que forman parte de lo que se conocía como “novatadas” que en demasiados casos sobrepasaban la broma y entraban en el terreno de la ofensa.

Que es censurable es indiscutible. Lo que sí es cuestionable es la reacción masiva que se ha producido y el nivel que ha alcanzado por parte de los dirigentes políticos y la fiscalía. Ya ha habido expulsiones en la residencia y veremos si todavía no hay castigos más importantes.

Es una respuesta absolutamente desequilibrada al problema, como lo pone de relieve que prácticamente de forma simultánea Pablo Iglesias celebraba un vídeo del vicepresidente valenciano, Héctor Illueca, que decía “joder, macho, me cago en D… y en la puta V… ya de la mosca de los huevos” . Que todo un vicepresidente autonómico profiera blasfemias de este calibre contra Dios y la Virgen y que esto inspire la risa a Pablo Iglesias, esa falta de respeto que hiere las convicciones de muchas personas, no tiene ningún tipo de importancia ni relieve. Ahora, que se califique de “putas” y “ninfomanas” a gritos a las chicas de una residencia, ellas además no se lo toman como insulto, eso sí que comporta la movilización de todas las instancias del Estado.

Algo grave falla en una sociedad que contempla cómo sus medios de comunicación y las instituciones actúan en unos términos tan exagerados en un caso, y tan indiferentes en otros.

La cosa tiene más recorrido porque automáticamente se aprovecha el hecho para reiterar que nuestra sociedad tiene un grave problema de machismo y la causa de la gamberrada de los universitarios es la ¡poca educación sexual! Hombre, más bien habría que decir que si existe un déficit en la educación de estas personas no es exactamente la sexual, sino en el respeto y la dignidad de los demás.

Ahora, todo lo que pasa se quiere resolver con la educación sexual, a pesar de que ésta, tal y como la entienden los poderes públicos, queda limitada a cómo evitar el embarazo y las enfermedades de transmisión sexual, o cómo obtener placer y la fisiología de la sexualidad. Es evidente que con una educación de este tipo, sin ninguna concepción moral que le apoye, no se resuelve nada. En muchos casos acentúa el problema.

Todos los que defienden este tipo de posiciones, desde la progresía de género a la socialdemocracia y al liberalismo, deberían reflexionar sobre el hecho de los años y años que hace que desde el gobierno y desde la enseñanza se machaca una y otra vez en el tema de los derechos de las mujeres desde una determinada perspectiva feminista y de la ideología de género, y que los resultados, después de tantos años y tanta represión, en lugar de mejorar empeoran porque cada vez más entre los jóvenes hay más abusos y más agresiones sexuales.

Quizás ya va siendo hora de decir que han fracasado y que la cosa va por otra parte. Que educar sexualmente significa tener en cuenta todas las dimensiones humanas, la física, evidentemente, pero también la psicológica, la cultural y la espiritual. Porque, mientras se deje reducida la relación sexual a una cuestión de cuerpo a cuerpo, los resultados serán los que estamos viendo.

Y también sería hora de llegar a la conclusión evidente de que es necesario educar en el respeto y la dignidad hacia todas las personas, hombres, mujeres, niños y mayores, y no focalizarlo sólo en unos aspectos específicos porque convienen a la ideología que nos gobierna.

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