Cuando los gobiernos se adjetivan, en nuestro caso feminista y progresista, al igual que cuando se hace con la democracia, popular, orgánica, debemos ponernos a temblar porque quiere decir que aquellos que detentan el poder del Estado han decidido que nuestro bienestar pasa por cambiarnos, queriendo o no, la forma de pensar. Es la gran tentación totalitaria, la que han aplicado sistemáticamente todas las dictaduras, sobre todo de izquierdas, que saben de la importancia de orientar la mente de las personas. No se trata solo de un exceso de propaganda alabando los logros gubernamentales. La cuestión va mucho más lejos y significa conseguir que la gente piense de la forma que el gobierno considera que debe pensar.
Ésta es una acción sistemática que, desde la época de Zapatero con la asignatura de educación para la ciudadanía, se está llevando a cabo y cada vez más está centrada en la masculinidad, por un lado, y la sexualidad, por otra, que son dos verdaderas obsesiones de este gobierno.
Ahora mismo el ministerio de la Igualdad, que es quien concentra los recursos para llevar a cabo este tipo de campañas, ha iniciado una nueva que es modelo en este sentido. Se trata de construir «nuevas masculinidades«. Preste atención: desde el gobierno nos quieren conducir a decidir cómo deben ser y vivir los hombres.
Esta campaña, que lleva por título «El hombre blandengue«, plantea una contraposición entre una canción que cantaba El Fary en una fecha tan lejana como 1984 con este título, con imágenes de cómo debe ser el hombre, «blandengue». Es aquél que va a comprar, que cuida de los niños y de las personas mayores y que también llora. Es lamentable que se gaste dinero con obviedades de este tipo porque es evidente que los hombres ya realizan todas estas funciones.
Lo que en realidad se quiere decir es que lo hacen en menor medida que las mujeres, y eso es cierto, pero aquí no sólo hay una cuestión de caracteres sino también de condiciones objetivas. Sólo hace falta contabilizar a los voluntarios en las ONG que se dedican a los menores desatendidos, a las personas mayores, a las que ayuda a los bancos de los alimentos, para constatar que la gran mayoría son precisamente hombres.
Lo que en realidad se pretende es un hombre «feminista», y eso lo ha explicado claramente la número dos de Montero, secretaria de estado porque por cargos que no sea, Ángela Rodríguez, que pide que los hombres sean feministas. Es un problema que el Estado tenga una ideología concreta como es el feminismo y lo sería exactamente igual si tuviera otros tipos porque este hecho rompe la necesaria neutralidad de las instituciones ante las distintas formas de pensar de la sociedad.
Puede que en este momento preciso una serie de personas consideren que el feminismo es la gran respuesta, y otros pueden pensar que es el veganismo o el animalismo, pero esto no da derecho a establecer leyes, campañas educativas que empujen a la ciudadanía hacia ese único camino. Es todo lo contrario a una sociedad plural. Por si fuera poco el ministerio de la Igualdad, exige que la policía y las fuerzas armadas estén formadas en “las nuevas masculinidades”. Detrás de todo este planteamiento está la idea de que el hombre en su versión común y corriente es machista. Lo pone de relieve otro caso concreto del gobierno:
Ahora aportarán una «nueva» estadística de las mujeres que son asesinadas. En realidad, de nueva no tiene nada porque en las estadísticas actuales ya es posible diferenciar por sexos a las personas que han sufrido un homicidio. Pero así se enfatiza e hincha más el globo de la violencia contra la mujer. Es interesante ver la apostilla que acompaña a estos asesinatos de “mujeres, por serlo”. Claro, si se mata a una mujer, es que es una mujer. Al igual que ocurre cuando la víctima es un hombre.
Lo que se intenta presentar con estas estadísticas y con este calificativo de mujeres muertas por serlo es que el Hombre Actual, con mayúsculas, pertenece a la categoría machista y es en sí mismo peligroso, y por eso deben transformarlo dotándole de una nueva masculinidad. El razonamiento se basa en que la mayoría de agresores son hombres, lo que se da tanto si la víctima es femenina como masculina. Y esto es incuestionable, pero evidentemente de ahí no se puede generalizar al conjunto de hombres. De la misma forma que sería impresentable pretender que, dado que la mayoría de prostitutas son mujeres, todas las mujeres lo son. Este tipo de silogismos deforman parte de la orientación de las campañas y de las políticas del gobierno.
Para ilustrarlo, han presentado una primera estadística que muchos diarios publican punto por punto sin el más mínimo espíritu crítico. Se trata de las mujeres muertas de enero a junio, que son 19 y, aparte de un número tan escaso, construyen toda una teoría a partir de transformar los casos en porcentajes y así puede decirse que la mayoría de asesinatos son cometidos por familiares, por ejemplo. Está claro que, practicando este juego, podría llegarse a una conclusión aún más terrible porque el 50% de las mujeres muertas lo han sido en manos de sus hijos o nietos. Pero sobre 19 casos no es posible teorizar.
Están construyendo una cultura que condena al hombre por el hecho de serlo y al niño por el hecho de serlo también, que transforma al padre en un eterno sospechoso. Están construyendo una cultura en la que sólo los hombres gais o los que quieren transitar a la condición femenina estarían libres de ese pecado que es el machismo que todo hombre, por el hecho de serlo, lleva consigo como un pecado original, salvo aquellos que se declaran feministas y que normalmente suelen ocupar un cargo público.