O bien nos toman por tontos o nos lo han de contar mejor. Sánchez, tras la reunión con el presidente Stolz, que está electoralmente contra las cuerdas en su país, saca pecho y ofrece su solidaridad energética a Europa gracias a un gasoducto, en estos momentos inexistente y que se ha intentado en varias ocasiones resolver, pero siempre con fracaso. Saca pecho también por la excepción ibérica que, a su juicio, permite que disfrutemos de precios de la electricidad mucho más ventajosos. La cuestión es qué hay de verdad detrás de este discurso.
Lo primero que hay que decir es que la famosa excepción funciona muy mal y que nuestra factura sigue siendo muy alta. Detengámonos un momento. En relación con la factura del gas existen dos tipos de contratos. El mayoritario, que incorpora 6,4 millones de hogares, funciona en el mercado libre y los recibos se actualizan anualmente en el segundo semestre. Esto provocará que la famosa excepción ibérica tenga un ataque al corazón con esta vuelta de vacaciones cuando se actualicen los precios. La otra parte de los consumidores están integrados en el mercado regulado, conocido por PUR (tarifa del último recurso) en el que es el gobierno quien fija los precios cada tres meses, para evitar que la factura se dispare. Ahora vivimos en esta limitación, pero el primero de enero del 2023 va a desaparecer, y lo que es peor la diferencia se va a repercutir en el coste real. Por tanto, en realidad, es diferir el coste .
Por otro lado, el tope del precio del gas que se ha incorporado se ha realizado al tiempo que se ha creado una figura de compensación para este tope, a pagar a las eléctricas. Si se mira el recibo constatará que en muchos casos a aquellos que están en la tarifa libre les aparece un nuevo recargo importante que obedece a este hecho. En otras palabras, el tope del gas se paga a través de un incremento que aportan los hogares que carecen de una tarifa regulada. Unos pagamos por otros.
En Europa los esfuerzos han sido muy superiores, algo que Sánchez y su partido no explican y, digámoslo también, que el PP lo explica muy mal, ciertamente las luminarias no abundan en nuestra política. En Francia se ha tomado la medida tajante de limitar la subida del precio de la electricidad al 4% y de congelar las tarifas de gas natural con cargo a los presupuestos públicos. Claro y castellano. Se entiende y, además, la factura lo expresa. Es la situación opuesta a la española.
En Reino Unido se está estudiando un subsidio a las rentas bajas y también a las medias, así como un programa de préstamos a las compañías energéticas para que no repercuta toda la subida en los consumidores. Aquí, por el contrario, se crea un nuevo impuesto para las eléctricas y los bancos bajo la falacia inviable que en modo alguno acabarán repercutiéndolo en los usuarios. Ésta es una realidad que no se explica y que dibuja la penosa situación española que apunta de una manera extraordinaria a la industria.
Según el INE, el precio de la electricidad se ha encarecido un 80% desde febrero de 2021 hasta el mismo mes. Hoy esa cifra supera en mucho esa magnitud. Según la Asociación de Empresas de Gran Consumo en España (AEG), el precio medio en el mercado diario se ha disparado y es muy superior al alemán y ya no digamos al francés, que ha disminuido. Detrás de este hecho existe una característica, la gran industria consumidora de electricidad en Francia y Alemania la adquiere con contratos más competitivos que los precios de mercado, siendo un 9,5% más económico en el caso del mercado alemán y un 25,9% en el francés. En España no existe prácticamente nada para intentar paliar el impacto de la electricidad sobre la industria. De esta forma es imposible luchar contra la inflación.
Y de ahí podemos pasar al gasoducto. Hasta en dos ocasiones se ha intentado salir adelante, pero aspectos relacionados con su coste, rentabilidad y financiación, lo han detenido de común acuerdo entre España y Europa. El enlace español que ahora quiere prolongarse desde el Tordera tiene una inversión estimada de unos 500 millones de euros. No es demasiado, pero esta cifra no contempla todos los costes de hacer llegar esa conexión a Francia, al mercado alemán, que en definitiva de esto se trata.
Pero hay otras dos cuestiones de notable importancia. Una es la cantidad que podría transportar. Sólo 18.000 millones de m3 cuando las necesidades energéticas estimadas hoy para Europa, y esto significa básicamente para Alemania, son de 500.000 millones de m3 . Ya se ve que la aportación por esta vía sería muy pequeña y no cambiaría substancialmente el problema. A este hecho hay que añadir el plazo para llevar a cabo esta operación, que puede ser de un año o año y medio para la conexión francesa, y un tiempo indeterminado para llegar a Alemania. Pero lo interesante de todo es que España es deficitaria en recursos energéticos y, por tanto, difícilmente puede garantizar nada en un futuro, porque su gas depende, por un lado, de EEUU, que se ha convertido en el primero proveedor y que nos exporta gas licuado a un precio extraordinariamente alto. Esto haría que a medio plazo las expectativas de reducir el coste del gas natural se vieran muy frenadas.
Esta anomalía de depender de tan lejano socio y del aprovisionamiento con barcos tiene su origen en el conflicto que Sánchez ha creado con Argelia y que sitúa sobre el papel otra forma más fácil de hacer llegar gas y a mejor precio a alemana , que es el acuerdo entre Italia y ese país magrebí. La conexión italiana con Alemania ya existe y la de Magreb está a su alcance. Por tanto, bajo el discurso del gasoducto español, que sirve para llenar titulares de diario y presentarse como gran líder europeo, hay una serie de contradicciones y limitaciones que hacen que este proyecto tenga los pies de barro.