Este 21 de julio llegará a la Tierra el máximo de energía de la tormenta solar, que se ha producido a partir de un evento de máxima actividad en la estrella de nuestro sistema planetario.
Esta actividad inusitada pero periódica se empezó a registrar el pasado 11 de julio, cuando se produjo una llamada fulguración solar, una súbita emisión de radiación electromagnética y partículas energéticas que acostumbra a preceder a fenómenos de mayor magnitud. Así ha sido también en esta ocasión.
El mismo campo magnético que genera la fulguración da lugar a una fuerza que lanza fuera del Sol plasma solar como si fuera un cañonazo. El pasado 15 de julio, una de ellas fue acompañada de una gran eyección que se dirigió hacia la Tierra. Esta enorme cantidad de energía se desplaza mucho más lenta que la velocidad de la luz y puede tardar días en alcanzar la órbita terrestre, que es lo que sucederá hoy 21 de julio en su expresión máxima.
No es un fenómeno insólito, si bien sí que varían sus efectos. Cada 11 años aproximadamente, nuestro Sol experimenta unos períodos de alta actividad magnética (máximos solares), que es cuando se producen estos fenómenos. Hemos comenzado un periodo de este tipo que alcanzará el máximo de actividad en el año 2024.
Cuando esa gran cantidad de energía entra en contacto con la atmósfera (más exactamente con la magnetosfera genera campos magnéticos más complejos que se suman al propio campo magnético terrestre, dando lugar a perturbaciones de importancia variable; es la llamada tormenta geomagnética que puede perturbar las comunicaciones, incluso en ocasiones producir cortes en el transporte d energía eléctrica. En general las alteraciones son menores aunque no siempre ha sido así. El mundo científico nos recuerda el precedente de 1859, cuando la tormenta afecto a las redes telegráficas de Europa y Norteamérica. Un suceso de esta magnitud hoy en día, cuando todo nuestro mundo depende dela electricidad, internet y los satélites, provocaría una catástrofe de temibles consecuencias. No parece ser el caso de este 21 de julio, pero no estamos libres de la eventualidad al 100% al menos en los dos próximos años.
El problema es que esta amenaza bien real no está bien contemplada por los estados, ni tan siquiera por la ONU o la UE, lo cual no resulta admisible, porque qué sucederá un día si nos encontramos sin electricidad, internet, telefonía móvil y GPS. Haga Ud. mismo su propia composición de lugar y luego, ¿Resulta responsable la ignorancia querida de nuestros gobiernos?
Manchas solares del 1 de septiembre de 1859, esbozadas por R.C. Carrington. A y B marcan las posiciones iniciales de un evento intensamente brillante, que se movió en el transcurso de cinco minutos a C y D antes de desaparecer.
Lo cierto es que esto podría no haber sido así. En septiembre de 1859, con una tormenta geomagnética causada por una eyección de masa coronal, las corrientes eléctricas inducidas en los cables alcanzaron una intensidad tal que llegaron a provocar incendios en los receptores. Se dieron incluso casos de electrocución por parte de operadores telegráficos. Se le denominó evento Carrington, por el astrónomo que observó la fulguración, Richard Carrington.
Por aquel entonces nos salvó nuestra limitada dependencia de los sistemas electrónicos. Hoy en día no tendríamos tanta suerte: nuestra sociedad hipertecnificada mantiene una fe ciega en la resiliencia de las redes de comunicación de las que dependen nuestros teléfonos móviles y ordenadores, algo que no se podría asegurar en un evento de tal magnitud.
Por ahora, los distintos intentos llevados a cabo por los Estados para abordar este tipo de amenazas han sido tímidos, descoordinados y basados en generalidades. Nuestra situación ahora mismo es de clara vulnerabilidad. Y aunque la frecuencia de estos fenómenos no se espera que deje de incrementarse en los próximos años, aún nos parece un problema demasiado ajeno.
La pregunta que cabe hacerse ahora es, ¿tendremos tiempo de cambiar de parecer antes del próximo evento Carrington?