Detrás de las gracias y desgracias de la mesa de diálogo y del futuro de Puigdemont, la realidad nos muestra que Cataluña ha desaparecido de la agenda política española. De ser una cuestión crucial que sobrepasaba fronteras a la nada más absoluta. ¿Cómo ha sido posible esa evolución? Sobre todo si la comparamos con lo que ocurre con el País Vasco, que sin declaraciones de independencia, ni grandes rasgaduras de vestiduras, ni grandes griteríos logra estar permanentemente con sus temas en la agenda del gobierno español. Y esto a pesar de su mucho más reducido peso económico.
Cabe recordar que económicamente el conjunto de Euskadi es poco más que el de la ciudad de Barcelona y es que no todo es economía cruda y pelada, pese a su importancia, sino que resulta decisiva su eficacia política. Y aquí el escándalo es aún mayor, el PNV, que lleva el peso de la agenda política vasca, tiene menos diputados que la mitad de los que configuran los dos partidos que gobiernan la Generalitat. En el reciente debate de la nación el papel de ERC, la fuerza política del presidente de la Generalitat, superó todos los límites de la inutilidad política devorados por las actitudes istrigámicas de Rufián, que además por su reiteración ya no sorprenden a nadie. La forma se come el contenido, y el contenido poco tiene que ver con lo que necesita, una voz que formule el punto de vista catalán. ¿Y qué decir de la debilidad de la voz de la representante de JxCat, Lídia Noguera?
Y no será que no existan grandes cuestiones. Aragonès manifestaba a mediados de junio, o sea hace menos de un mes, su gran malestar por las inversiones del estado en Cataluña. Pero llegada la hora de la verdad esta cuestión desaparece del escenario del Congreso y de las exigencias del gobierno. Porque de lo que se trataba era del “estado de la nación” no de las nuevas medidas para la crisis que a Sánchez se le habían ocurrido. Y en este estado de la nación era necesario recordar que Catalunya sólo recibe 1 de cada 3 euros comprometidos presupuestariamente, mientras que Madrid ha recibido 6 de cada 3. O que tenemos un déficit estructural de 233 millones en el régimen tarifario del transporte. O más importante aún, el eterno traspaso de Cercanías. Y si vamos a mayores cifras podemos señalar los 12.000 millones que la propia Generalitat establecía como déficit de la inversión del estado desde el 2009. Y eso lo decía hace 3 semanas.
Pero al llegar al Congreso se les olvida. Como se le olvida la larga lista de obras inacabadas que se extienden en el tiempo. Es el caso del acceso al puerto que forma parte del Corredor Mediterráneo, que debería haber terminado en 2018 y que con la previsión actual no lo hará hasta 2030. O la estación de la Sagrera que no tiene fecha para su puesta a punto, pese a que los trenes ya pasan por allí. O las obras de Sant Andreu Comtal que se han retrasado 14 años. O el ferrocarril de Sant Feliu que se iniciaron en 2018, 3 años después de redactar el proyecto. O el gran handicap en el corredor ferroviario que son los tramos Vila-seca-Castellbisbal y Castelló-Vandellòs y Tortosa, que con suerte no estarán listos hasta el 2024, después de décadas de retraso. O la eterna obra de la Ronda Litoral a la altura de Sant Boi que se inició en 2008 y que no tiene fecha de finalización. Para más escarnio ahora que la autopista va saturada tras levantar los peajes, tampoco tiene fecha de finalización la N-II de Maçanet en La Jonquera; es más, hay serias dudas de que se realice… precisamente porque la autopista ahora está libre de peaje. O la autovía Valls-Montblanc que también lleva más de 10 años de retraso. Y así podríamos ir siguiendo y siguiendo, porque el desastre es extraordinario.
Pero nada de todo esto forma parte del debate político español, como no forma parte la revisión del sistema fiscal pendiente desde 2014, y ni una palabra sobre el famoso déficit fiscal catalán que gracias al esfuerzo del independentismo ha pasado a mejor vida. Y no es sólo en el terreno de la financiación, la inversión y las infraestructuras, es que existen otras cuestiones que resultan inexplicables. Por ejemplo, ¿cómo es posible que Cataluña sea, después de la extensísima Castilla-León, la segunda comunidad autónoma que tiene más municipios, y sobre todo más personas, casi 100.000, que no tienen acceso a ningún servicio bancario presencial? Andalucía, mucho más rural y poblada que Cataluña, sólo tiene en estas condiciones a 14.000 personas.
Se mire por donde se mire, la política española en Catalunya es un desastre, fruto de la incapacidad e impotencia de los gobernantes catalanes, para situarla en la agenda política española. Ellos son la mejor expresión de lo que afirma Marx (y ustedes ya entenderán a cuál de ellos me refiero) cuando define la política como “el arte de buscar problemas, encontrarlos, realizar un diagnóstico falso y aplicar después medidas equivocadas ”.