Todo modo de producción tiene unas instituciones socioeconómicas que persiguen representar los distintos intereses en juego. Su importancia y representatividad expresa tanto la dimensión de aquella economía, como su capacidad, a través precisamente de esta de instituciones, de incidir en las políticas públicas. No se trata exactamente de lobbies porque su dimensión social es mucho más grande que un simple grupo de presión, representan grupos sociales, segmentos enteros de la sociedad.
En Cataluña estas instituciones han tenido históricamente una importancia determinante. Se han encuadrado en dos grandes ámbitos, el de los sindicatos, que en la historia previa a la Guerra Civil ha monopolizado en gran manera la CNT, y la patronal, en la que junto con la institución por antonomasia, Foment del Treball, se alineaban aquellas organizaciones sectoriales con mayor incidencia económica; el textil en primer término y el metalúrgico. En el ámbito agrario la institución por excelencia que aún perdura es el Instituto agrícola catalán de Sant Isidro.
Pues bien, todo esto que tuvo tanta importancia en el pasado, que contribuyó a dibujar políticas de rango histórico, como el proteccionismo, cuyo origen y fuerza surge básicamente en Cataluña y que acentúa el descenso histórico de la región más rica históricamente, Andalucía, hoy se sitúa en los márgenes, y como mucho, puede aspirar a que le escuchen, pero no a que le hagan caso.
El sindicalismo, como en el conjunto de España, está desfibrado. Sus líderes no dejan de ser una especie de funcionarios del Estado, porque tanto UGT como Comisiones Obreras, difícilmente podrían mantener el aparato actual, si no fuera por las cuantiosas subvenciones y prebendas estatales que periódicamente, sobre todo en el caso de UGT, son reforzadas por medidas puntuales.
El sindicalismo catalán como tal es hoy en día débil y un simple apéndice de Madrid. La fuerza que tuvo antes de la guerra e incluso en una fase avanzada del franquismo, con el surgimiento y desarrollo de Comisiones Obreras, ha pasado a la historia. Y esto es así porque la izquierda, toda ella, ha dejado de prestar atención a las causas de las desigualdades sociales, para centrarse solo en las llamadas desigualdades de género, el feminismo, los movimientos gais y lésbicos, el transexualismo. Han suplantado al conflicto social nacido de la desigualdad económica por las diferencias de género, y esto lógicamente se ha traducido en la práctica sindical, que además se ha centrado más en los intereses de los trabajadores fijos, que en la del conjunto de todos ellos.
En el ámbito empresarial Foment del Treball es un reducto del pasado, de tal manera que su representatividad real se ha visto superada por un nuevo recién llegado en la historia de nuestra economía, como es la PIMEC, que muestra la fuerza y el empeño de la pequeña y mediana empresa, y esto, que es su fuerza, es al mismo tiempo su debilidad, porque con la desaparición de Convergencia ya no tiene un vector político de peso y fiable que pueda traducir su voz en políticas públicas. En Madrid y en la Plaza de Sant Jaume.
La Cámara de Comercio, que tiene una larga y positiva historia, y que tuvo un papel absolutamente relevante en la década de los 60 y 70, hasta el extremo que suplía en parte algunas funciones que hoy desarrolla la Generalitat, perdió, al desaparecer la obligación de estar adscrita ella, una gran cantidad de recursos, y esta disminución económica se tradujo en una mayor dificultad para encontrar su propio espacio. Porque además, el autogobierno empezó a desempeñar funciones que antes parcialmente eran realizadas por esta institución. Su colonización por el independentismo ha puesto de relieve dos aspectos fundamentales.
Por una parte, la debilidad de su base electoral, que permite, con un poco de esfuerzo organizado, ganar unas elecciones. La otra es que, como en todo aquello que ha venido tocando el independentismo del procés, una vez llegados a una institución, se revela su falta de creatividad y capacidad realizadora, y más bien parece que no sepan qué hacer.
A otra escala es lo que viene sucediendo desde hace años con la propia Generalitat. En lugar de mostrarnos ejemplos tangibles de cómo podría ser el país que nos prometen con la independencia, lo que demuestran es que en sus manos, los actuales desastres se mantendrían o incluso podrían multiplicarse.
La institución más reciente y dotada de un gran nombre es el Círculo de Economía. Su influencia real, incluso en los mejores años, los de su desarrollo inicial y la transición, fue siempre menor que la que la leyenda le otorga, pero tenía sustancia. Ahora, hace tiempo que sus tomas de posición se parecen a voces que claman en el desierto, ni el gobierno catalán, ni el español, les hacen el menor caso. Sus miembros viven todavía en una ficción, que consiste en confundir el organizar conferencias con famosos, en este caso del mundo político, con su relevancia política. De hecho, el Círculo de Economía ya ni tan siquiera es un lobby, que es el papel restringido que ha acabado adoptando Foment, más bien es un club que se dedica a organizar eventos.
Todo esto no ha sucedido porque sí, sino que es la consecuencia de diversos factores. Primero el decaimiento económico de Cataluña, que en propiedad ya no puede llamarse la fábrica de España, y por consiguiente su peso político ha quedado automáticamente disminuido, porque el turismo y el tocho no confieren la misma importancia política que la industria. La histórica debilidad financiera de Cataluña, con notables excepciones, contribuye a su menor relevancia.
Una segunda causa, y esta es generalizada porque también afecta a la política, es que han desaparecido los grandes liderazgos empresariales. Solo hace falta constatarlo observando cómo el peso de la reivindicación del Corredor Mediterráneo se ha desplazado a Valencia, y tiene en Juan Roig su principal adalid.
La tercera es mucho más profunda, es la misma que, por ejemplo, demuestra la imposibilidad de la clase empresarial y dirigente catalana de reconstruir el Liceo por sí misma y necesita de la Generalitat para que pueda llevarse a cabo. No se trata de que este sector social sea más “pobre” ahora que en el pasado, lo que sucede es que antes existía una determinada cohesión de grupo, la burguesía, y ahora se trata tan solo de un agregado inorgánico de directivos, empresarios y propietarios de diversas actividades mercantiles, sin demasiadas, por no decir ninguna, cultura específica propia. Cada uno va por su lado, y la inmensa mayoría considera que no tiene nada que retornar a la sociedad que ha propiciado su riqueza, ni ideas, ni proyectos, ni dinero, que vaya más allá de esos inmediatos intereses personales. Es una manifestación más de la sociedad desvinculada en las consecuencias sociales del modo de producción.
Todo esto es muy grave, y por ello resulta tan difícil de resolver, pero como mínimo nos lo tendríamos que plantear de forma sincera y clara, y no es tanto para lamentarlo, ni para criticarlo, como para reflexionar activamente en qué medida tiene solución. Pero claro esto exige personas que sean capaces de pensar en el nosotros, y no solo en “lo mío”.
El Círculo de Economía ya ni tan siquiera es un lobby, que es el papel restringido que ha acabado adoptando Foment, más bien es un club que se dedica a organizar eventos Share on X