Ante el título es legítimo preguntarse qué tienen que ver los frutos de la tierra con la aviación. Y es una pregunta muy legítima que tiene una respuesta muy concreta: guarda una estrecha relación y significan una gran oportunidad.
La transición energética que estamos viviendo y que conlleva la transformación en eléctricos de los vehículos automóviles, tiene dos importantes excepciones. La de los camiones de gran tonelaje, que no son de fácil electrificación, y sobre todo el sector aéreo. En este último, la solución actual se centra en el uso de los denominados combustibles sostenibles, los denominados SAF (Sustainable Aviation Fuel), aunque también están en estudio la producción eléctrica, sobre todo por celdas de combustibles de hidrógeno, y la combustión directa de ese gas.
Pero, de todas estas soluciones, la que presenta mejores posibilidades a corto y medio plazo son los combustibles sintéticos o sostenibles, de acuerdo con lo que considera la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI). Una de las razones más importantes es la disponibilidad inmediata de este combustible y el hecho de que no exige cambios en la tecnología de las turbinas de aviación, lo que obviamente facilita su uso inmediato.
En España, Repsol y Cepsa ya se están orientando en la producción de estos combustibles y varias aerolíneas, como Iberia y Ryanair, ya se han comprometido a ello. Existe, además, normativa europea, en concreto la directiva 2018/2001, por tanto, el marco y los caminos están establecidos.
Y aquí es donde comienza la importancia del viñedo y la fruta dulce, que son dos de las grandes producciones agrícolas de Cataluña. Porque la fuente para obtener estos combustibles sostenibles proceden del sector agroalimentario y forestal, y de forma destacada el vinícola y el frutícola. En concreto, los subproductos de la extracción del vino, que suponen hasta un 30% del peso de la uva, tendrían aquí una perfecta utilización para la producción de biodiesel a través de procesos estandarizados que permiten su industrialización sin problemas. También en el sector frutícola se producen una cantidad de residuos importantes en su transformación industrial y podrían producir biocombustibles de bajo contenido en carbono.
También el sector forestal, que en Cataluña está infrautilizado, es una materia base para este tipo de combustible, para el que no importa la calidad de la madera, pueden ser troncos, hojas, en definitiva, permite un aprovechamiento integral.
Todos estos residuos son ricos en terpenos que, sometidos a procesos de hidrogenación, hacen que se conviertan en biocombustibles que permitirían una reducción radical de las emisiones de CO₂.
Cataluña es un centro aeroportuario relevante, por el aeropuerto de Barcelona y por el sistema que componen los otros aeropuertos y aeródromos menores. Por tanto, su conexión con plantas de producción de biocombustible resultaría clara y sencilla.
La cuestión es por qué este objetivo, que serviría al mismo tiempo para mejorar la renta del sector agrario, no tiene un papel destacado en los proyectos de los fondos Next Generation, en el caso catalán. Todavía se está a tiempo de rectificar porque sería absurdo que unos productos que ahora tienen un valor tendente a cero y que podrían revalorizarse mucho, obteniendo al mismo tiempo un efecto eficaz en la reducción de CO₂, continúen sin ser utilizados por nuestro modelo productivo.