En primer lugar, el paso dado por el actual gobierno alemán para «remilitarizar» la política exterior alemana no es en absoluto una sorpresa. Existe en Alemania desde hace más de dos décadas una intensa y a veces agria discusión sobre el papel militar que debería desempeñar el país en el ámbito internacional. A favor de una militarización se ha argüido que Alemania es un gigante por su economía y un enano por su política exterior y que un mayor poderío militar cambiaría esta situación (en este contexto se sitúa la aspiración alemana a tener un puesto permanente con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas). El primer paso en este sentido se dio hace más de 20 años, con el envío de tropas al Afganistán, porque «la seguridad de Alemania se defiende en el Hindu Kush», como afirmaba el gobierno de Schröder y Fischer en aquel tiempo.
la militarización de la política alemana no representa un mayor poderío de la Unión Europea, sino todo lo contrario
En segundo lugar, la militarización de la política alemana no representa un mayor poderío de la Unión Europea, sino todo lo contrario. En el conflicto de Ucrania Europa está actuando contra sus propios intereses y siguiendo las instrucciones de Washington, igual que en el mentado caso del Afganistán y en la ampliación de la OTAN hacia el este. La política exterior alemana, que se había emancipado algo de la estadounidense durante el mandato de Donald Trump, vuelve a su posición tradicional: la subordinación a Washington. Incluso la militarización y las grandes inversiones en las fuerzas armadas anunciadas por el canciller Scholz responden a la presión estadounidense de rearme en Europa para aliviar a los EE.UU., que desean concentrar su fuerza militar en el extremo oriente frente a la China. A medio plazo, para los EE.UU. el centro de gravedad se desplaza al Pacífico y Europa se convierte en un teatro secundario del que deben ocuparse los europeos, pero eso sí, dentro de una OTAN acaudillada por Washington.
En tercer lugar, si algo hay que se ignore en Alemania, en toda la Unión Europea y en los EE.UU. es la geopolítica más elemental. Ejemplos claros y recientes son la guerra del Afganistán, la expansión de la OTAN hacia el este (más habría valido escuchar a Henry Kissinger y la delirante enemistad con la vecina Rusia. Desde un punto de vista geopolítico es difícil cometer más errores.
El cierre del gasoducto Nord Stream 2 es otro ejemplo patente de desastre geopolítico y de subordinación a Washington. El proyecto costó 11.000.000.000 de euros y está ya terminado, pero no entrará en funcionamiento. Ya hay empresas, como BASF, que consideran pedir indemnizaciones al estado alemán. El fin del gasoducto era proporcionar gas directamente desde Rusia a Alemania a bajo coste y sin interferencias de países ajenos a la Unión Europea, como es el caso de los gasoductos que pasan por Ucrania, país que por ejemplo en 2009 bloqueó el suministro a Europa.
Los EE.UU. se opusieron desde el principio a Nord Stream 2. La guerra en Ucrania ha sido el pretexto para forzar la cancelación del proyecto. En su lugar, el gobierno alemán comprará gas a Katar y muy probablemente a los EE.UU. Este gas licuado deberá ser transportado en barcos a precio altísimo, con riesgos de seguridad notables y con alto coste medioambiental. En comparación con Nord Stream 2 las importaciones de Katar son, desde el punto de vista geopolítico, un disparate inmenso.
Los barcos que transporten el gas deberán pasar primero por el estrecho de Ormuz, zona de conflicto «caliente», vulnerable a un ataque iraní y cuya apertura al tráfico depende del poder naval estadounidense. Luego deben atravesar el estrecho de Bab el Mandeb: en una orilla está el Yemen, en guerra, en la otra Yibuti, miniestado emparedado entre Eritrea y Somalia, países en guerra crónica. En Yibuti, para mantener la seguridad del estrecho frente a los piratas y los conflictos locales, poseen bases militares Francia, Italia, los EE.UU., la China, Alemania y el Japón, y pronto también la Arabia Saudí. Unos miles de kilómetros más al norte las naves deberán cruzar el canal de Suez, a menos de 200 km. de la franja de Gaza. Tras navegar frente a las costas libias, entre otras, alcanzarán Gibraltar y saldrán a las aguas atlánticas, menos conflictivas pero mucho más movidas, para llegar a algún puerto del Mar del Norte como Bremen o Hamburgo.
En enero pasado el jefe de la armada alemana, vicealmirante Schönbach, hizo unas declaraciones en las que afirmaba:
1. Que se debería reconocer el hecho de que Crimea no volverá a ser parte de Ucrania.
2. Que este país no cumple los requisitos para entrar en la OTAN.
3. Que para hacer frente a la China, Europa necesita a Rusia y que él personalmente, como católico, se inclina por una alianza con un país cristiano como Rusia.
Desde el punto de vista geopolítico, que incluye también factores históricos, culturales y económicos, su reflexión era del todo correcta. Pero le costó el puesto.
Más que de una vuelta a la geopolítica, habría que hablar de un analfabetismo geopolítico que no cesa.
Más que de una vuelta a la geopolítica, habría que hablar de un analfabetismo geopolítico que no cesa. En vista de su actuación y de lo que revelan sus declaraciones, es muy difícil imaginar que la ministra de asuntos exteriores, Sra. Baerbock (que por conocimientos y aptitudes parece haber ganado su puesto en alguna rifa), haya oído alguna vez hablar de Haushofer…
De ningún modo conviene dejarse engañar por los discursos para la galería y el teatro parlamentario, por rimbombantes que sean.
Para EE.UU. el centro de gravedad se desplaza al Pacífico y Europa se convierte en un teatro secundario del que deben ocuparse los europeos, pero eso sí, dentro de una OTAN acaudillada por Washington Share on X