Publicado en La Vanguardia el 14-3-2022
Siglo XX: 1914, I Guerra Mundial. 1917, revolución rusa. 1918, gripe española; ¿50, 100 millones de muertos en el mundo? 1929, el gran crac económico. 1939-1945, II Guerra Mundial. 1945-1949, posguerra y descenso a los infiernos. 35 años de horror, muerte, sufrimiento y destrucción.
Siglo XXI: 2008, Gran Recesión. 2020, crisis covid. 2021, reaparece la inflación por el coste de la energía; ruptura de las cadenas de suministros. 2022, guerra de Ucrania y grandes sanciones a Rusia… ¿Y después?
¿Qué horizonte nos presentan a los ciudadanos de Europa nuestros gobiernos y la Unión, y cómo piensan alcanzarlo? Esta es la respuesta que debemos exigir por nuestro bien y el de nuestros hijos.
¿Qué perseguimos? ¿Dificultar la ocupación rusa a base de una gran destrucción de Ucrania, que sea un nuevo Afganistán ruso? ¿Un conflicto bélico OTAN-Rusia? Porque “una agresión armada solo puede frenarse con una respuesta armada”. ¿Las condiciones que pueden provocar una guerra nuclear?
Si las respuestas a tales cuestiones son negativas, y queremos un horizonte de pacificación, paz, colaboración, confianza y prosperidad, entonces hay que decir que ni los gobiernos ni la Comisión Europea están actuando bien. Porque solo pactando se pueden superar aquellas tres amenazas. Y porque lo que quiere Estados Unidos no es lo que conviene a Europa.
El conflicto de los misiles en Cuba, que en 1962 nos llevó al borde de la catástrofe nuclear, es un buen ejemplo por partida doble. 1) Kennedy estaba dispuesto a ir a la guerra para impedir que se instalaran bases de la URSS en su frontera. 2) Los buques soviéticos con las ojivas nucleares dieron media vuelta, sí, pero no solo por la disuasión de la Armada de Estados Unidos, sino por la negociación secreta que llevó a la retirada de los misiles estadounidenses de Turquía. No hay paz sin concesiones. Esta lógica sirve para el caso de Ucrania.
Es evidente que Putin nos ha metido en esta guerra. Y también lo es que solo él puede sacarnos de ella. O si se quiere, en otros términos, y como escribió Lluís Foix: “Europa debe ayudar a Ucrania, pero debe pactar con el Kremlin”. Todo esto exige pensar a largo plazo. La idea de que a partir de Ucrania Rusia continuará atacando a otros estados limítrofes, como los Bálticos, carece de sentido. Ignoro si es su intención, pero en todo caso no puede. Rusia no es una gran potencia militar y su gasto es de segundo orden, 66.840 millones de dólares (constantes 2019). La OTAN dispone de 1,09 billones de dólares. La comparación lo dice todo. Solo Francia, Alemania y el Reino Unido gastan 161.620 millones, y Estados Unidos 776.580 millones. De hecho, el Reino Unido ya casi se equipara con Rusia. El riesgo es otro: su potencial nuclear. Ese sí es poderoso. Y ahí está el gran peligro. Basta un error, una interpretación equivocada para que todo estalle literalmente.
Pero, además, Europa debe sopesar otras cuestiones: lo último que necesitamos es una Rusia enemiga cada vez más sujeta a China. Señalo un ejemplo: la exclusión parcial de Rusia del sistema de pagos Swift dinamiza el proyecto chino de un doble sistema financiero global renminbi-dólar.
No podemos prescindir a corto y medio plazo de la energía rusa, pero además su sustitución por gas licuado entraña un aumento de costes por encima de los actuales, ya de por sí elevados. En estas condiciones, la transición energética, que ya viene siendo gravosa y que es en buena medida la causa de la actual inflación, o bien devendrá inviable, o bien será causa de revueltas sociales. No solo eso, la estanflación, inflación y bajo o nulo crecimiento puede estar a la vuelta de la esquina en Europa (pero no en Estados Unidos) si este conflicto se prolonga.
Por su complementariedad, Rusia es nuestro socio natural. Esto es lo que se debe construir, también en beneficio de Ucrania. Uno de los grandes patrimonios de la Unión es el conocimiento experiencial de cómo superó el desastre de la primera mitad del siglo XX, mediante la colaboración entre antiguos enemigos.
El ardor antirruso del que algunos alardean nos conduciría a una trampa cazapulpos: fácil de entrar, imposible de salir. Escuchemos las voces cualificadas que señalan el buen camino, como la de nuestro director, Jordi Juan, y la del conseller de Economia de la Generalitat, Jaume Giró. Es la hora de gobernar midiendo bien las consecuencias, y no la de los discursos inflamados.