La responsabilidad inicial de la invasión de Ucrania es obviamente rusa, pero las causas que la han hecho posible y sus consecuencias tienen una responsabilidad mucho más amplia y compartida.
La pregunta fundamental es ¿cómo se ha llegado a la situación de que Rusia desencadene un insólito ataque militar? La propaganda interesada quiere mostrar que ésta ha sido siempre la intención rusa, pero se trata de una falsedad evidente, entre otras razones porque Rusia no es la URSS y su potencial económico y militar es el equivalente en términos de armamento al del Reino Unido, y en cuanto a la economía no va más allá de una potencia como la italiana, y es evidente que con estas mochilas no se pueden hacer muchas guerras y menos ante un gigante militar como es la OTAN y EE.UU.
La otra pregunta necesaria es ¿cuál es el interés de ir alimentando con armas a Ucrania, que sólo están consiguiendo la destrucción de este país? porque es del todo evidente que en estos términos la guerra contra Rusia no la pueden ganar. La respuesta a esta cuestión es la voluntad de EEUU y de su brazo armado de control en Europa, la OTAN, de convertir ese país en un nuevo Afganistán que desarme durante años a Rusia y que la vuelva a situar en el punto de debilidad que tenía cuando se produjo la transición con el desmantelamiento de la URSS.
En este contexto no se explica el papel de la Unión Europea si no es el de simple acólito de los intereses de EE.UU., porque la lógica de ir enviando armamento aleja toda posibilidad de que la UE sea una interlocutora capacitada para pacificar el conflicto. No se puede querer negociar y al mismo tiempo estar enviando armas sin parar. No es creíble.
La posición europea ha sido un error desde el inicio por su seguidismo de las directrices de Washington. Su papel era el de velar para forjar un alto el fuego desde el primer momento, establecer corredores humanitarios, congelar los escenarios de guerra y empezar una negociación con el pleno convencimiento de que debía haber concesiones a Rusia y no tanto el hecho de haber desarrollado una intervención armada, porque los antecedentes políticos son los que en buena parte han impuesto este conflicto. Un papel de este tipo y un acuerdo económico a tres bandas basado en la reconstrucción de Ucrania y un acuerdo comercial entre Rusia y Europa construirían un escenario de pacificación realmente eficaz. Pero el poder de la alianza norte-atlántica con las élites económicas y mediáticas es extraordinario, como lo manifiesta la visión tan sesgada que proporcionan los medios de comunicación. El papel de UP, tragándose sus reticencias al envío de armas y sin ser capaz de presentar una alternativa, ya nos dice bien que en la mayoría de gobiernos de Europa en este momento existe una única opción política que se enmarca en los designios de EE.UU.
Es necesario recordar los antecedentes. En 1990 George Bush garantizó a la ex URSS que la OTAN no avanzaría «ni un solo paso hacia el este». Pero en 1997 el presidente demócrata Clinton ya rompió ese compromiso abriendo la puerta de la organización atlántica a tres primeros países: Polonia, Hungría y Chequia. Pero es que la voluntad rusa de llegar a un marco pacífico venía de antes. En el período final de la URSS Gorbachov propuso un sistema de seguridad para “el hogar común europeo” que fue absolutamente ignorado.
En 1997, después de las primeras incorporaciones, se produjo un acuerdo Rusia-OTAN en el que esta organización se comprometía a no desplegar tropas de combate en los nuevos países integrados. Pero tampoco se cumplió, y a partir de ahí se fueron produciendo una serie de nuevas incorporaciones que han culminado en los países bálticos. En 2001 todavía Putin llevó a cabo unos tímidos intentos para integrar a Rusia en la OTAN, que fueron ostentosamente menospreciados. Y para terminar de redondearlo, en el 2008 se produjo la iniciativa de la organización atlántica para incorporar Georgia y Ucrania a la organización militar. Una propuesta que ahora Solana, antiguo secretario general de esa organización, considera que fue un grave error.
El historiador Kaplan afirma que «la peor equivocación que ha cometido occidente desde Jesucristo ha sido dejar a Rusia fuera del ámbito de seguridad común, y lo pagará caro». Cuando se puso fin a la guerra fría, había dos opciones. Una era asociar a Rusia con occidente y tenía como uno de sus defensores a Mitterrand. La otra era olvidarse de Rusia y dejarla fuera de todo marco occidental, que fue lo que se llevó a cabo. El resultado es que los rusos, no Putin, la mayoría de los rusos consideran que occidente está contra ellos y que todos los intentos de llegar a entendimientos han quedado frustrados.
Estos hechos son aún más comunes si se considera que en tiempos de la URSS se aceptó con plena normalidad, no ya la existencia del Pacto de Varsovia, que era otra organización militar contrapuesta a la OTAN, y que hoy ya no existe, sino la neutralidad de Finlandia que además comportó la cesión a la URSS de la Carelia finlandesa. Pero el balance final de esta neutralización ha sido extraordinariamente beneficioso para los finlandeses que han podido alcanzar un nivel de bienestar crucial y desarrollo económico extraordinariamente bueno que está a años luz de los que tenía Ucrania antes de la guerra.
La OTAN pertenece a otra época, la de la guerra fría y si se ha mantenido es puramente porque es un instrumento que condiciona toda la política europea, hasta el extremo de que hoy sus gobernantes hacen poco más que repetir sus consignas. Estamos lejos de otras épocas en las que, a pesar de que la polarización política con la URSS era mucho mayor, existían gobernantes que eran capaces, como De Gaule, Mitterrand, Khol y Moro entre otros, de construir políticas pensadas desde las coordenadas europeas y no bajo los dictados de Washington.