Es difícil encontrar una presidencia de EE.UU. que con un apoyo electoral tan importante como el que obtuvo Biden, se haya derrumbado tan rápidamente. Pese a que recogió más votos que ningún otro presidente en la historia de EE.UU., hoy sólo registra un 42% de opiniones favorables y sólo una tercera parte de los electores demócratas consideran que sería bueno que se presentara a la reelección. El actual presidente cae en todos los grupos de electores, incluso en los más fieles, los negros que votan demócrata. El problema de Biden es que en la política interior no lo logra y en el ámbito internacional la histérica salida de Afganistán le ha quitado toda credibilidad a la política de EEUU.
Estos hechos, que ya hemos analizado en Conversaciones, no se pueden separar de la posición que ha mantenido tanto la secretaria de estado como el propio presidente en relación con la crisis de Ucrania, en la que en lugar de intentar mantener una posición templada, ha llegado al extremo de poner fecha a la invasión de este país por parte de las tropas rusas, que debía producirse en torno a este último miércoles.
La situación es suficientemente ridícula para que la portavoz rusa de asuntos exteriores se dedicara a ridiculizar irónicamente la actitud americana: “pide a los medios de EEUU y británicos que anuncien el calendario de nuestras invasiones para el próximo año porque me gustaría organizar mis vacaciones”. La propia Ucrania nada tranquila con el movimiento de tropas rusas, ha mantenido una actitud mucho más contenida hasta el extremo de que en dos ocasiones el presidente, Volodímir Zelenski, ha pedido a EEUU que moderaran sus comentarios.
Pero lo que multiplica el ridículo de esta carencia de credibilidad de Biden y de su administración ha sido seguida mezquinamente por la UE, y más aún por la OTAN, demostrando de esta forma que no tienen capacidad para marcar una política exterior diferente de la que sale de Washington, aunque ésta a veces resulte incomprensible o terriblemente exagerada. Sólo Alemania, muy influenciada por su dependencia del gas ruso, ha ido arrastrándose detrás de la posición europea, pero manifestando claramente su carencia de entusiasmo. Francia, como siempre, ha mantenido su reflejo gaullista y ha preferido ir por su cuenta dialogando con Rusia y Ucrania. En definitiva, en términos económicos, si como tal interpretamos su PIB, Francia y Rusia son dos potencias equivalentes, algo que obviamente no es verdad en el plano de los respectivos potenciales políticos.
La historia de Ucrania y Rusia está inacabada, pero de momento los principales perdedores son Europa y ese país porque lo único que se ha conseguido hasta ahora es empujar a Rusia a estrechar lazos con China, y ésta es la peor solución que para en el futuro de la UE podríamos desear.