Una vez más, la política, que avanza a pasos acelerados para convertirse en un universo Mátrix, en el que se debate como realidad lo que es una ficción, ha vuelto a actuar en este prolongado debate sobre las macrogranjas.
Hay que empezar por decir que las macrogranjas no existen. Lo que existe es la división entre ganadería intensiva y extensiva, y la primera, como toda actividad económica, tiende a reducir en dimensión para bajar los costes. En este sentido, cabe considerar que a pesar de la subida continuada de precios con euros constantes, los de la carne son prácticamente equivalentes a los que existían en 1980, y esto es consecuencia de la ganancia en productividad de las explotaciones ganaderas. La ganadería intensiva genera la mayor parte de la producción en España, entre el 80% y el 90% de todo el producto final ganadero, y en el caso de Cataluña, la participación está en la magnitud máxima indicada. La cifra da una idea clara de lo que significa la otra ganadería, la que mejor se considera, la extensiva.
La intensificación de la producción ganadera a través del engorde en granjas, sea de porcino, aves de corral o vacuno, ha hecho que en el transcurso de los últimos 60 años el gasto familiar en alimentación se haya reducido del 50% al 14%. Medio siglo atrás, la mitad de los ingresos de toda una familia se dedicaban a obtener los alimentos necesarios. En la actualidad esta cifra ha quedado reducida al 14%. El 36% es lo que permite a las familias viajar, realizar vacaciones, comprar electrodomésticos, gastar más en ropa, etc. En otros términos, la ganadería intensiva es la que ha hecho posible, en gran medida, esta reducción que tiene un efecto multiplicador sobre la demanda de otros productos. Al mismo tiempo, ocupa el 12% del sector agroalimentario, en su conjunto, de la población catalana y es de lejos el que más fija población a nivel rural.
Es un gran factor exportador y en parte salvó los muebles en 2020, el de la covid, cuando las exportaciones generales cayeron un 10,4%, mientras que las agroalimentarias se incrementaron un 4,4%. Y puesto que hemos referido el año covid, cabe recordar que a pesar de los confinamientos y limitaciones, en ningún momento se produjo un problema de aprovisionamiento, porque la producción de carne funcionó a pleno rendimiento.
En carácter más global, hay que subrayar que en los años 60 del siglo pasado la población que presentaba déficit alimentario era del orden del 50% y hoy es sólo del 11%. Y que ese déficit alimentario se concentraba mucho en los aminoácidos esenciales que proporciona la proteína animal; en otros términos, ha sido la ganadería intensiva la que ha permitido una humanidad mucho mejor alimentada.
La primera conclusión es evidente. Poca broma con la ganadería intensiva porque, por lo que hemos narrado en términos muy resumidos, su papel es central y estratégico en la alimentación, en la capacidad de consumo de las familias y, por tanto, en el funcionamiento general de la economía.
Dicho esto, cabe apuntar que, evidentemente, presenta importantes inconvenientes que son bien conocidos y que en parte están bien corregidos por la legislación existente, y en parte no. Por ejemplo, el control que ejerce la sanidad animal mediante los veterinarios presenta un nivel muy elevado de eficacia. Esto no significa que todavía no se han resuelto totalmente problemas como el exceso de uso de antibióticos en la alimentación animal y el estrés del ganado por las condiciones de producción.
También el impacto contaminante, que el caso de los purines en Cataluña es el más evidente. Pero es obvio que en el mundo real y no en el Mátrix, si queremos que la gente siga comiendo carne sin arruinarse en el intento, lo que hace falta es regular mejor la ganadería intensiva, facilitarle recursos para que sea más sostenible y menos estresante para los animales, cuestión perfectamente al alcance, y que los fondos europeos deberían hacer posible si el gobierno de Sánchez y el ministro de las macrogranjas, Garzón, tuvieran dos dedos de frente y no se perdieran en debates sobre cómo son de perjudiciales éstas, o que extraordinario es comerse un chuletón, como dijo Sánchez. Es evidente que el nivel político es muy bajo.
También mejorar la ganadería extensiva, la certificación de sus productos en origen y la trazabilidad, serían elementos que ayudarían, así como su combinación generalizada y bien controlada en el pastoreo en los bosques, lo que lograría un mejor estado de éstos.