Una vez más, los partidos políticos han abordado una cuestión importante y, en lugar de buscar, como es en el caso de la ganadería, respuestas positivas, la han utilizado como instrumento de destrucción del adversario.
Parte del periodismo, cada vez más marcado por su alineamiento político, ha contribuido a la ceremonia de la confusión. Un ejemplo de ello es la columna de un periodista liberal y moderado, Francesc-Marc Álvaro, quien en su columna “En carne viva” después de celebrar que descubrió lo que era la buena carne en un viaje a EEUU, considera que las palabras de Garzón han sido sensatas y que la derecha las ha convertido en un delito de lesa patria. La realidad es que ni Garzón ha sido sensato, desde el punto de vista de la realidad ganadera y de los intereses económicos importantes, ni el debate planteado por el PP va más allá de un intento de explotación electoral.
La primera cuestión a plantear es que más que un debate de macro y micro granjas, en realidad lo que hay detrás de lo que planteaba Garzón es la ganadería extensiva contra la intensiva. Y en este punto hay un hecho que, si no se aborda de entrada, se desvirtúa todo lo que pueda decirse: gracias a la ganadería intensiva, las granjas, macro o micro, es posible que proteína de alta calidad en términos de su asimilación humana, la carne, esté en estos momentos al alcance de prácticamente el 97% del conjunto de la población. Esto es posible porque gracias a la intensividad, los costes de producción han ido cayendo en picado desde mediados del siglo pasado. Antes, y no nos queda tan lejos, el pollo era un lujo, el conejo un producto de fiesta y la carne de ternera inalcanzable.
Por hacernos una idea, las exportaciones de este último producto, casi triplican las de carne de vacuno. Y el porcino es básicamente intensivo, de granja, grande o pequeña, pero también lo es el vacuno porque la carne que se produce en Cataluña es básicamente la ternera, como lo es el tercer gran epígrafe, a mucha distancia del porcino, las aves de corral, que exportó por valor de 67,66 millones.
Si no fuera por la ganadería intensiva, Cataluña sería un país altamente deficitario y nuestras exportaciones globales serían claramente menores y las importaciones mucho mayores.
A nivel español, cabe recordar que, comparado con la UE, la producción final ganadera es menor que la producción vegetal y es en este sentido una excepción entre los grandes países. También cabe recordar que a nivel europeo, los censos ganaderos han disminuido un 10% en las dos últimas décadas, sobre todo en el sector vacuno.
En el caso español, y aquí tiene un papel importante Cataluña, la primera producción cárnica es la de cerdo, donde también encabezamos el ranking europeo, junto al pequeño mercado avícola. En el único ámbito extensivo en el que la producción ganadera española destaca es en el ovino. También somos el tercer productor en huevos para consumo, pero no lo somos en el sector vacuno y en la leche de vaca, que ocupa el séptimo puesto.
Es evidente que la ganadería intensiva provoca problemas, desde el punto de vista ambiental, pero estos problemas no pueden situarse al margen de su respuesta alimentaria, económica y social, y lo que hace falta es resolverlos bajo criterios de economía circular, reduciendo los residuos, mejorando la reutilización, que tiene mucho terreno por recorrer, o lograr una alimentación que reduzca los gases de efecto invernadero, reduciendo la carga ganadera en territorios donde es muy intensa, caso del porcino en Osona, y medidas de este tipo .
Su naturaleza cuestiona que sean más fáciles de aplicar en pequeñas explotaciones que en grandes. Estamos, por tanto, ante un problema técnico y económico, no ideológico.
También hay que decir que hay mucho terreno que recorrer para que la ganadería herbívora pueda aprovechar mejor los pastos de ámbito forestal, que también contribuirían a una mejor conservación de este hábitat si se realizan correctamente.