Emmanuel Macron o el populismo en versión elitista

La semana pasada, unas declaraciones de Emmanuel Macron tuvieron mucho eco en nuestro país. El presidente francés afirmó que tenía ganas de «joder» (emmerder ) a los no vacunados hasta «el final», añadiendo que no los considera «ciudadanos» franceses.

Lo cierto es que nunca durante la quinta república instaurada por Charles de Gaulle, ningún presidente francés había ido tan lejos estigmatizando una categoría de ciudadanos de su propio país.

Macron nunca ha negado la ciudadanía a terroristas, traficantes de droga o islamistas radicales, pero sí que lo ha hecho contra aquellos que, por motivos diversos, no han tomado la vacuna contra la Covid.

La vulgaridad de la expresión utilizada ha chocado tanto en el interior como en el exterior de Francia. Pero lo más grave es la negación de la ciudadanía, al menos de forma simbólica, a los cinco millones de franceses que no se han vacunado contra la Covid-19. Macron nunca ha negado la ciudadanía a terroristas, traficantes de droga o islamistas radicales, pero sí que lo ha hecho contra aquellos que, por motivos diversos, no han tomado la vacuna contra la Covid.

Una vacuna que, pese a su inmenso valor para salvar vidas, ha demostrado ser un instrumento ineficaz para controlar la pandemia. Es por tanto y en la actual situación de una utilidad pública que es necesario relativizar, y que es en realidad marginal entre las franjas de edad jóvenes.

Para entender las declaraciones del presidente francés es necesario hacer referencia a la situación política, no sanitaria, del país vecino. En Francia mucho más que en otros países europeos, el gobierno lo ha apostado todo en la vacunación y en particular en su pase sanitario (pass sanitario), concebido desde el principio como una herramienta para empujar a la vacunación.

Este pase es necesario incluso para tomar un café en una terraza, para entrar en los museos o para tomar un tren de alta velocidad. Y Francia fue el primer país europeo que lo impuso a escala general el pasado mes de julio.

Pese a obtener unos resultados muy mediocres, con más muertes de Covid por 100.000 habitantes que España desde hace meses, el gobierno francés ha seguido fiando toda su política contra la pandemia en el pase sanitario

A pesar de obtener unos resultados mediocres, con más muertes de Covid por 100.000 habitantes que España desde hace meses, el gobierno francés ha seguido fiando toda su política contra la pandemia en el pase sanitario, haciéndolo progresivamente más estricto.

Desde octubre, los no vacunados deben pagar por hacerse tests PCR y de antígenos (que siguen siendo gratuitos para los vacunados contra la Covid-19), y a partir del 15 de enero las pruebas diagnósticas ya no serán válidas para obtener el pase sanitario parar un período de tiempo limitado. Con esta última modificación, el documento pasará a ser un “ pase vaccinal ”.

La obsesión del gobierno Macron con el pase, y la dureza de sus últimas declaraciones (de las que añadió recientemente que no se arrepentía en absoluto) deja entrever un profundo desprecio hacia los que no piensan como él. Pero al mismo tiempo entusiasma a sus seguidores, un segmento de la población que se estima entre un 20 y un 25% del cuerpo electoral francés.

A Macron le encanta excitar a su electorado, y lo hace de una forma muy similar a la de Donald Trump Share on X

A Macron le encanta excitar a su electorado, y lo hace de una forma muy similar a la de Donald Trump: a través de una estrategia de comunicación profundamente agresiva, basada en la humillación de sus rivales.

El ataque a una parte de los miembros de una sociedad, a fin de separarla entre buenos y malos, es un rasgo que la mayor parte de los politólogos utilizan para describir el fenómeno populista

El ataque a una parte de los miembros de una sociedad, a fin de separarla entre buenos y malos, nosotros y los demás, es un rasgo que la mayor parte de politólogos utilizan para describir el fenómeno populista. Ahora bien, cuando se habla de populismo (ya sea de izquierdas o de derechas), esta división suele hacerse entre las clases populares y una élite desconectada de la realidad y egoísta, que se sirve únicamente a sí misma.

Pues bien, Macron es populista en el sentido contrario: desprecia a las clases populares, especialmente cuando están compuestas por franceses de raíces autóctonas, y defiende los intereses de una élite urbana, supuestamente educada y que ocupa cargos de responsabilidad tanto en el sector privado como en el sector público. Arnaud Benedetti, profesor en la Sorbona, afirma de hecho que «el macronismo es el trumpismo de las élites».

Con una base de apoyos insuficiente para ganar con ella unas elecciones democráticas, Macron juega con las divisiones de la sociedad francesa, profundamente fragmentada, para mantenerse en el poder.

Los paralelismos entre el estilo de Macron y el populismo no terminan aquí.

Durante la campaña electoral en 2017, Emmanuel Macron no disponía de programa electoral, basaba su discurso en grandes eslóganes y jugaba fuertemente con las emociones a través de declaraciones grandilocuentes y de una puesta en escena muy cuidada como arma para ganar electores.

La obra de gobierno de Macron, sin cimientos fuertes ni prioridades establecidas, ha sido caótica

Son todos ellos rasgos de los líderes populistas, como también lo es que, una vez elegido presidente, su obra de gobierno, sin fundamentos fuertes ni prioridades establecidas, ha sido caótica.

En determinados aspectos tuvo que dar marcha atrás ante la presión social (chalecos amarillos), pero en la mayor parte de grandes retos de la sociedad actual (demografía, reindustrialización, justicia y seguridad, etc.) ha demostrado una capacidad de iniciativa prácticamente nulo. Su balance, a pocos meses de terminar el mandato, es francamente negativo, como Converses ya ha analizado en otro artículo reciente.

Ideológicamente hablando, Macron es muy flexible, pero suele estar en comunión con los postulados de lo políticamente correcto, ya sea en cuestiones de familia (ha legalizado la procreación asistida para parejas lesbianas) o culturales (la marginación de la tradición católica propia de las izquierdas laicistas francesas ha proseguido).

Todos estos rasgos hacen que el presidente francés pueda ser catalogado como un populista de élite, una corriente que se podría resumir en tres características: primera, juega a dividir la sociedad entre buenos (las clases acomodadas e “innovadoras”) y malos (el pueblo inculto y refractario); segunda, llegado al poder se limita a su propia preservación; y tercera, comulga con los postulados de lo políticamente correcto y por tanto contribuye al debilitamiento y desvinculación de la sociedad.

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