Es realmente sorprendente, pero si la encuesta del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales no incorpora un error monstruoso, hipótesis que se puede descartar, cabe decir que en 2021 prácticamente ningún catalán cree que se logrará la independencia. Así de rotundo y concreto.
El porcentaje de personas a quienes les gustaría que se alcanzara es del 29,3%, pero quienes creen que realmente acabará así es sólo un simple 8%, una proporción ínfima. Y esa es la paradoja. El objetivo que es la bandera de los dos partidos que gobiernan la Generalitat es en realidad una enseña en la que el 92% de los catalanes no creen.
Con contradicciones tan graves como ésta difícilmente se puede salir adelante, por mucho tacticismo que haya en una parte del electorado, que piense que votando a los del morro fuerte obtendremos más rendimientos políticos para el autogobierno. Esta reflexión era posible al principio del proceso. Ahora las cartas ya han sido jugadas y queda claro que ni obtenemos más autogobierno, ni la Generalitat favorece una buena gestión. La diferencia entre lo que un sector de población querría, el 29% que aspiraría a la independencia, y el 8% de los que creen que puede alcanzarse, marca la diferencia entre la ilusión y la realidad.
Por otro lado, los anticuerpos que generan en la política española delimitan la capacidad negociadora del gobierno de turno, son mucho mayores cuando contemplan que al otro lado lo levantado es la bandera de la separación de España y no la obtención de determinados resultados para su autogobierno.
En 2021, por tanto, sólo el 8% cree que la independencia se alcanzará, prácticamente el 30% consideran que todo acabará con el abandono del proceso y un 43% que culminará al dotar de más autogobierno a Cataluña. Si esta es la opinión de los ciudadanos, la pregunta es ¿por qué la política no se ajusta a esta realidad? ¿Por qué la carta del independentismo no pasa por el término de las ideas platónicas y se dedican de una vez a hacer bien su trabajo?
El problema de fondo es que la solución no es viable y no sólo porque les dé miedo arrinconar la bandera que les da votos, sino porque además hay una incapacidad congénita para gobernar bien. No es una exclusiva del ámbito independentista. Basta con ver qué ocurre en el Ayuntamiento de Barcelona y cómo está la ciudad gobernada por los seguidores de Colau y los sucesores teóricos de Maragall, el PSC. Y más allá sólo hay que ver cómo de mal gobierna Sánchez para constatar que el mal profundo que sufrimos no es la bandera independentista, sino el de todo un grueso de políticos que demuestran día a día con hechos que son, o irresponsables en algunas ocasiones o incapaces en otros e impotentes en su mayoría.