La Navidad, que ha venido precedida del largo puente de la semana de la Purísima, se presenta gris en cuanto a la incidencia que puede tener la Covid-19 en el futuro inmediato.
España presenta como gran carta el éxito de su campaña de vacunación que ofrece del orden del 80% de la población vacunada con dos dosis. Es seguramente el mayor nivel entre los países del mundo que tienen más de 10 millones de habitantes. Asimismo, prácticamente el 100% de los mayores de 60 años fueron también vacunados, cuestión decisiva porque es en este grupo donde se originan la mayoría de los casos graves.
Sin embargo, este aspecto muy favorable tiene unas contrapartidas en negativo. Ya se conoce que la protección frente a la transmisión decae con el paso del tiempo tanto en lo que afecta a la variante Delta, como parece aún más en lo que respecta a la nueva, el ómicron. En este sentido es clave la tercera dosis de refuerzo que permite recuperar buena parte de la protección frente a la infección. Pero es ahí donde comienza a surgir el problema porque esa tercera dosis avanza en España muy lentamente. Mientras que el Reino Unido ya se ha anunciado que se pueden vacunar con ella todos los mayores de 18 años, aquí todavía están pendientes un tercio de mayores de 70, y está por estrenar el siguiente grupo de 60 a 70 años. El hecho es que los hospitales están registrando ya un claro impacto precisamente por personas que pertenecen a este grupo y que ya han sido vacunadas con la doble dosis.
La vacunación de los menores de 12 años significará detener un canal de penetración, pero esto no será efectivo hasta dentro de un tiempo, es decir, hasta que no reciban la segunda dosis. Mientras, la presión hospitalaria puede dispararse precisamente entre la población de riesgo. Este hecho castigaría mucho a nuestro sistema sanitario, no tanto por la intensidad de esta nueva ola, sino por el hecho de que sería la sexta, cuando en muchos países de Europa no han pasado de la cuarta o la quinta. El efecto colateral, nunca definido ni cuantificado, sobre el tratamiento de otras patologías que tiene ese fuerte impacto hospitalario, complica aún más el panorama.
En ese momento, España es uno de los países de Europa no sólo con menos restricciones, sino con una gran dispersión de los existentes porque el gobierno ha dimitido de su función de lucha contra la cóvid y lo ha dejado en manos de las comunidades autónomas. Ahora, ante la sexta ola, se echa de menos la eterna carencia, que lleva más de un año arrastrando, de una ley específica contra la pandemia.
La entrada en juego del ómicron a estas alturas parece tener efectos sobre una mayor propagación, pero también con una sintomatología más leve según la OMS que ha anunciado que ya hay 63 países afectados y que en Reino Unido se convertirá en breve en la variante dominante. Su característica es que hace bajar la eficacia de las vacunas, lo que acentúa la necesidad de mejorar la inmunidad con la tercera dosis.
Ante esta situación parece que sería urgente que el gobierno acelerara esta nueva vacunación a los mayores de 60 años, para evitar el impacto hospitalario y que a la vez reforzara con urgencia la atención primaria, que es quien hasta ahora está soportando la presión de la crisis.
La negativa a establecer restricciones en el período de Navidad hará previsiblemente que pasadas las fiestas el problema se multiplique, y ya veremos hasta qué punto este hecho acaba teniendo un impacto sobre la recuperación económica. Por el momento, y en el caso de Cataluña, la presión hospitalaria se ha disparado, si bien la Rt, que señala la capacidad de contagio, se ha reducido, pasando de un 34 a un 31. Por tanto, pese a la disminución, todavía el riesgo es muy elevado porque para indicar un proceso de control y reducción de la covid debería situarse por debajo de 1.