Situemos antes de nada un dato: para estas fiestas la ocupación hotelera en Madrid se situará cerca del 100%. En Barcelona apenas llegará a la mitad. Nuestra ciudad no acaba de remontar la caída de 2020 y sus gestores municipales demuestran una gran incapacidad para conseguirlo.
Estas fiestas de Navidad el Ayuntamiento las había planteado como una operación de recuperación. Esta es la razón por la que, en contra de la ideología que ha estado presente a lo largo del mandato de Colau, de no dar especial relevancia a la Navidad, este año se quería jugar a fondo la carta de la iluminación. En este contexto es evidente que el pesebre era una cuestión central, porque el área más deprimida de la ciudad es precisamente la del Barrio Gótico que nota de forma brutal el vacío del turismo internacional.
Pero, he aquí, que una vez más la ideología ha castigado a la ciudad y se ha encargado la realización del pesebre a Jordi Darder, que ya cometió una chapuza más moderada, en un anterior intento pesebrista. Darder, arquitecto de profesión, se presenta como pesebrista, pero lo es en términos muy sui generis. En unas declaraciones en La Vanguardia no se estaba de decir que había querido “invertir el papel de los personajes del pesebre” y dar más relieve a los animales domésticos para que adquirieran protagonismo. Una relevancia que consiste en hacer prácticamente desaparecer lo que es el pesebre propiamente dicho: el nacimiento, el niño Jesús, la Virgen y San José. Éste es el pesebre. Cuando esto desaparece estamos ante una ficción más de la conocida ideología «del paisaje de invierno», que como ha fracasado ante la tradición, ahora lo introducen con el nombre de pesebre, pero evidentemente no lo es, porque no se trata de reunir un conjunto de animales para que reúna esa condición.
El propio Jordi Darder lo afirma sin tapujos cuando dice que el pesebre lo entiende más dentro de una tradición antropológica que de una tradición cristiana. Es una frase muy misteriosa, porque la antropología del pesebre está formada como su nombre indica por personas, no por animales y el fundamento de estas personas es obviamente el nacimiento de Jesús. Una vez más, las palabras sirven para todo y quieren darnos gato por liebre. Sencillamente el Ayuntamiento no quiere un pesebre en la plaza Sant Jaume, y finalmente lo ha logrado. Lo que han hecho es invisible de día y pobre, disperso y confuso de noche con unas figuras dispersas por balcones y azoteas que nadie sabe lo que quieren decir. El resultado es un fracaso no sólo para el Ayuntamiento, sino para la propia economía de la ciudad. Eso sí, es un fracaso que ha costado 200.000 euros.
Junto a esto resplandece el impacto extraordinario de la estrella de la Sagrada Familia que concentró a miles y miles de personas que aguantaron, a pesar del frío y el viento, durante horas para poder ver su encendido. El hecho de que la misa que acompañaba al encendido tuviera el acompañamiento de un mensaje del Papa, contribuyó a dar un relevo internacional al hecho. En realidad, el evento de la estrella de 12 puntas que corona la torre de la Sagrada Familia se ha convertido y será a lo largo de estos días un evento de la televisión mundial y un foco de atención internacional para la ciudad . El centro de Barcelona en estas fiestas no es la desangelada plaza Sant Jaume, que expresa muy bien la imagen de lo que es capaz de hacer este consistorio, sino la vibración humana y espiritual que aporta la Sagrada Família y su espectáculo de luces y colores. Todo un ejemplo de lo que hace falta para volver a situar a Barcelona en el primer plano.