Quien nos lo iba a decir a la salida del verano que el panorama sería tan poco halagador. Contábamos con la inmunización de las vacunas, las inyecciones del dinero de Europa, la bolsa de ahorro forzado de las familias que estallaría, y ahora lo que tenemos frente a los ojos es todo otro escenario.
El rebrote de la covid, y ya será la sexta ola (en la mayoría de países de Europa van por la cuarta o quinta), el temor a una nueva y más virulenta mutación Ómicron, que sólo con su presencia, sin saber casi nada de su letalidad, ha provocado la caída generalizada de las bolsas, y genera un fuerte interrogante sobre las fiestas de Navidad, que han comenzado muy bien, con un alto nivel de gasto, y el interrogante en todo caso es cómo continuarán y especialmente si después volveremos a vivir una nueva emergencia sanitaria.
Y esta última vez viene precedida por una inflación, de la que ya habíamos perdido memoria, que repercute sobre empresas y consumidores, que crea malestar a las familias y que amenaza con desencadenar una ola conflictiva de reivindicaciones salariales.
Y la bola de los costes irá a más, porque para descarbonizar la economía deberá aplicarse el coste de la emisión del CO2 a todos los sectores y no a algunos como hasta ahora, lo que significa desde el transporte hasta la calefacción de los hogares y, en definitiva, todo lo que emita dióxido de carbono.
Y cuidado con el sector agrario que puede ser el gran sacrificado, porque hay que recordar que el metano, una de las consecuencias de la agricultura intensiva, tiene un efecto invernadero 20 veces mayor que el CO2. Los salarios han ido atrás y ahora se les pedirá un nuevo sacrificio, y aquí es necesario introducir una reflexión adicional: el incremento de la productividad de todo este largo período no ha tenido reflejo en la mayor parte de los salarios de las empresas, pero sí ha guardado relación, incluso con exceso, en las remuneraciones de los altos cargos directivos y de los consejos de administración.
En este contexto, la subida de impuestos está cantada. Se producirá en 2023 y tendrá como pieza central los impuestos ecológicos. La finalidad será recaudar del orden de 7.000 millones adicionales. El argumento es equilibrar el peso de estos impuestos con los de la OCDE en Europa. Aunque aquí hay que decir que las diferencias entre países son muy grandes y que el valor medio, por tanto, es poco representativo. Los estados del norte y Holanda tienen una elevada fiscalidad “verde” pero otros países grandes como Italia y Alemania tienen niveles muy inferiores. Naturalmente este tipo de impuesto tendrá una vez más una repercusión generalizada sobre los precios, y se añadirán a todos los demás costes. Una vez más serán las rentas medias y bajas las que registrarán mayor repercusión.