Ha sido un trasiego, se ha removido todo el gobierno de arriba a abajo, pero con un límite claro: no tocar ni uno de los ministros de UP, a pesar de que hay desprestigiados y chamuscados. La primera conclusión, que los corifeos del gobierno intentan enmascarar, es que tenemos dos gobiernos en uno. El diktat imperial de Sánchez sobre los suyos tiene una frontera rotunda donde empieza el imperio de los medos regentados por una triarquía femenina, Díaz, Belarra, Montero.
Es la constatación de un fracaso importante que obliga a cambiar gran parte de las velas y sobre todo la mayor, el núcleo duro formado por Redondo, Calvo y Ábalos. Cuando se introducen tantos cambios ministeriales y caen los números dos en el gobierno y en el partido, el principal asesor aúlico es que todo ha ido mal, y las encuestas lo constatan. No considerar esta explicación como la base de todo es esconder el huevo. No un nuevo horizonte, ni rejuvenecimiento, ni nada de nada. Necesidad de salir de la decadencia electoral y poco más.
Se empezó queriendo hacer un gobierno con independientes y con especialistas de reconocida valía, y se acabó yendo a parar a un gobierno de personas del aparato del PSOE, gente de entre 40 y 50 años sin otra experiencia que la que le otorga el partido. Estamos ante un gobierno de aparatikis. El PSC ha mejorado por una parte su posición, demostrando, sin embargo, que es no tanto el partido de Cataluña sino del Baix Llobregat. Recordemos que Iceta comenzó también allí su carrera política. La nueva alcaldesa de Gavà, ahora ascendida a un ministerio importante, ha tenido como gran baza la organización del Encuentro Anual de la Rosa que se celebra anualmente en aquel municipio. Allí la conoció Sánchez en el calor de multitudes y buenas recomendaciones, y la necesidad de incorporar a mujeres ha hecho el resto. De esta manera los socialistas catalanes ocupan dos ministerios, pero con un sabor agridulce porque el teórico líder, Miquel Iceta, ha sido desplazado a un departamento sin significación, tras ejercer muy pocos meses como ministro de las administraciones territoriales. Cultura, el ministerio que le corresponde, es una caja vacía sin competencias. Es el ministro de El Prado y poco más, porque todo está transferido a las autonomías. Quizás, dada la falta de trabajo administrativo, podría dedicarse a la alta política cultural y normalizar la situación de las lenguas españolas, aquellas que no son el castellano, así como las culturas que son portadoras. Estaría muy bien.
El PSC tiene, pues, un doble lugar en el gobierno y además tiene miembros que están al frente de empresas públicas tan importantes como AENA, Renfe, Indra, y ahora se le añade el ministerio de Fomento. Todo esto debería hacerse notar en Cataluña y habrá que seguirlo para saber si es cierto o no. Es la hora de la verdad del PSC y de ver si es capaz de ejercer un doble liderazgo dentro y fuera.
El ascenso de la primera vicepresidencia de Calviño, convirtiéndola en la figura que significó Solves para Rodríguez Zapatero (pero que no lo salvó del destrozo), tiene como contrapunto el peso político de Yolanda Díaz que ahora es mayor que nunca porque no sólo ha hecho prevalecer su autoridad a la hora de no tocar los ministros de UP, sino que, además, ha frenado la reestructuración organizativa del gobierno que quería hacer Sánchez. La excesiva compartimentación de competencias para alimentar a tantos ministros, da lugar a una descoordinación creciente, como la que se ha vivido entre agricultura y consumo en relación a la carne, que Sánchez quería corregir. Díaz no se lo ha permitido. Por lo tanto a pesar del ascenso de Calviño, las espadas siguen en alto en relación al salario mínimo, la reforma laboral y para más adelante la patata caliente de la verdadera reforma de las pensiones.
La nueva política del gobierno parece bastante clara. Por un lado ortodoxia económica y poca broma en relación con Bruselas. Por otra parte, progresismo a tope en todo lo que sean leyes que modifican la sociedad. El feminismo más beligerante continuará de la mano de la nueva ministra de justicia, Pilar Llop, que ha hecho toda su carrera bajo esta bandera, y el gobierno de Europa con más mujeres. Y en este sentido, ya no puede haber motivo ni excusa para decir que el feminismo no es quien corta de manera absoluta el bacalao en España. De hecho Sánchez se convierte en el presidente de un gobierno de mujeres que, al mismo tiempo, trata de frenar la expansión por esta vía, que puede hacer su socio de gobierno con Belarra, Díaz y Montero en frente a la que quieren incorporar a Colau y atraer a la líder de Más País, Mónica García. La política española, en este espacio al menos, se ha convertido en una política de mujeres. Mejor dicho, no en una política de mujeres sino en una política feminista. Ahora habrá que ver cómo se traduce todo esto en la práctica.
Y un último comentario colateral pero no menor, y que no tiene su origen en esta crisis, pero que acentúa y pone de relieve la cuestión: las puertas giratorias entre los jueces y la política. Ahora, el ministro de justicia volverá a su profesión, como ya ha hecho en anteriores ocasiones. Es lo mismo que pasará con Fernando Grande-Marlaska cuando deje Interior y con Pilar Llop que también es jueza. No puede ser, no pueden impartir justicia aquellas personas que se han alineado claramente con una determinada ideología y opción política. Nadie podría pensar que tendría un juicio justo en muchas cuestiones. Los jueces no pueden reincorporarse automáticamente a su actividad profesional y deberían permanecer como mínimo un largo periodo sabático antes de volver a la que es su profesión. Mientras esta condición no impere, el desprestigio está asegurado.