Todo el debate actual, muy polemizado en relación a los indultos y a la necesidad de acuerdos entre ERC y el gobierno español, parece que prescinde de la variable de fondo, que es la de la evolución del electorado independentista, como si éste hubiera quedado fijado de una vez para siempre en la mitad de la población. Y eso, cuando la abstención llega a niveles tan altos como los que se dieron en las últimas elecciones al Parlamento es una explicación a considerar, pero ni mucho menos la explicación.
Las cifras de la evolución de la opinión independentista que aportan las encuestas nos dan una visión mucho más real de cuál es la dinámica política catalana. Carlos Castro, el experto en análisis electoral de La Vanguardia, publicaba una larga serie desde el 2016 hasta mayo de 2021 con otros datos más, que hace posible extraer conclusiones numéricas de mucho interés. Veámoslas:
En 2006 el independentismo se situaba entre el 15 y el 16% de la población y progresaba a un ritmo muy regular de unos 3,5 puntos porcentuales cada año, por lo que en 2010 ya alcanzaba el 28,9%. Pero este ritmo sostenido registra un fuerte incremento entre el 2012 y el 2013, y en dos períodos, uno más moderado que comienza en febrero del 2012, y el otro mucho más intenso que se inicia el mes de junio. De manera que el independentismo hace un salto del 29 al 48,5%, que es el máximo de toda la serie.
Tenemos aquí, cifras en mano, más allá de disquisiciones filosóficas, la causa principal del impulso independentista, que no es otra que el giro repentino que imprimen Artur Mas y su grupo de dirección a Convergencia, que culmina con la consulta del 9 de noviembre de 2013. Si no se hubiera producido esta ruptura, el progreso a favor de la independencia seguramente habría continuado produciendose, pero a ritmos más lentos porque, hay que señalarlo, junto con este impulso casi instantáneo hay un sustrato profundo que lo hace crecer.
A partir de 2013 la tendencia cambia totalmente y pasa a ser negativa, por lo que en 2021 el independentismo agrupa el 34%. La misma cifra que había en junio de 2012, antes del gran impulso de Mas. Esta evolución significa una pérdida continuada de 1,5 puntos por año. Estos son los hechos numéricos: crecimiento sostenido, gran impulso debido al giro de Convergencia, continuada caída desde 2013.
La pregunta del millón es si este decrecimiento, que es evidente que ya se ha producido, continuará y hasta dónde.
Evidentemente la respuesta es muy improbable, pero sí que es posible situar algunos marcos de referencia.
Uno de ellos consiste en formular el escenario de dónde estaríamos ahora sin el gran impulso de Artur Mas, pero manteniendo de forma continuada el ritmo de la segunda década del siglo, de 3,5 puntos de incremento anual. Pues bien, aplicando esta hipotética evolución, el independentismo habría crecido 52,5 puntos porcentuales, que sobre la base inicial del 15% nos llevaría al 67,5% de la población adulta catalana favorable a la independencia.
Naturalmente esto está lejos de producirse y nos permite señalar un hecho, que es que el independentismo tiene una proyección limitada y que seguramente esta ya la logró en el pasado. Y aquí se podría sofisticar más el escenario estableciendo las correlaciones con la lengua familiar y con el nivel de ingresos. Pero hagámoslo más sencillo. Relacionemos esto con las preguntas sobre la identidad de los catalanes.
A inicios de siglo, alrededor del 17% de la población se consideraba sólo catalana. La relación de este grupo de población con los que optaban por la independencia era, por tanto, menor que 1, próxima a esta cifra, pero menor. Pero esto cambia y lo hace de dos maneras diferentes. Por un lado crece el porcentaje de población que sólo se considera catalana, que alcanza su máximo precisamente en noviembre de 2013, que corresponde al pico más alto del independentismo. Y, al mismo tiempo, la relación entre los que tienen como identidad sólo la catalana y los que optan por la independencia pasa a situarse del 1 a crecer hasta 1,5. Y esta cifra más o menos se mantiene constante, décima más, décima menos, hasta ahora.
¿Qué podemos decir de todo esto? Básicamente dos cosas. La primera que el independentismo crece en función de la población que se autoidentifica sólo con Cataluña. Y la segunda, que el porcentaje de la misma que se declara independentista varía con el tiempo. Ahora la población que se considera sólo catalana se sitúa en el 24% y, en relación con la evolución seguida, se puede pensar que continuará la reducción del independentismo a un ritmo relativamente lento hasta alcanzar un mínimo en torno al 27% como orden de magnitud, que no como cifra exacta. Algo más de una cuarta parte de la población adulta optaría por la independencia. Este es el escenario que se puede producir el 2025 hasta 2026.
A partir de estas estimaciones, que cada uno saque las conclusiones políticas que considere pertinentes.