¡Marche Colau! Cada vez resuena en más lugares y con más fuerza esta exclamación. En la calle, en grupos de vecinos que se manifiestan o se congregan, en las cartas a los directores de los periódicos, en las redes sociales. Colau provoca reacciones de todo tipo, pero ninguna positiva para ella. Sólo las generosas subvenciones a los grupos más afines y al lobby LGBTI le otorgan una almohada de fieles, pero abiertamente insuficiente para ir a unas elecciones y sacar un resultado digno.

En la Barceloneta se vuelve a pedir, como en una vieja película, la dimisión de Colau, Collboni y Batlle, la alcaldesa y dos tenientes de alcalde, así como la de Jordi Rabassa, concejal del distrito de Ciutat Vella. El barrio se siente, una vez más, abandonado. El problema de las playas, el botellón sistemático, el estado general de toda aquella zona de Barcelona, provocan esta reacción airada, que ahora encontrará, además, la explosión de la verbena de San Juan, porque el Ayuntamiento ha decidido mantener las playas abiertas mientras que las de Gavà, Viladecans y Castelldefels permanecerán cerradas, lo que asegura una gran afluencia de jóvenes del Baix Llobregat hacia el litoral de Barcelona.

Enric Sierra, un periodista destacado de La Vanguardia, titulaba su última columna «La guerra de la basura» , a consecuencia del desastre que el propio Ayuntamiento ha montado en Poblenou donde los ciudadanos tienen que hacer lo que antes les hacían: tener 4 contenedores en casa, separar los residuos y esperar el día y la hora que le corresponde a cada uno para verter la basura en la calle. Estrechez de horarios y una factura de basura que está por las nubes, pero el trabajo que la hagan los vecinos. Lo más interesante de todo es la justificación que da el Ayuntamiento: «ahora hablaremos más con los vecinos«. ¿Es que no habían hablado antes de hacer los cambios? Otros distritos se preparan ya para entrar en la guerra de basura que promete ser importante si no hay una rectificación grande.

La ciudad de los botellones. ¿Por qué Barcelona es la ciudad de toda España donde se producen los botellones más masivos y frecuentes? Habría que responder a esta pregunta, porque lo que pasa es síntoma de un largo desorden que no viene de un día para otro. En la última ocasión, este fin de semana y según los datos oficiales, se reunieron hasta 11.000 personas!

La revuelta del 22@. La alcaldesa de Barcelona en Común, la que canta las excelencias de lo común, se encuentra con la revuelta de los vecinos de Sant Andreu que forman parte del 22@ por las nuevas modificaciones urbanísticas, que desertifican el barrio al limitar la vivienda y promover oficinas y hoteles. Con buena lógica los vecinos no quieren un territorio que queda vacío a partir de las 7 de la tarde con escasos servicios y tiendas. Para hacerlo aún más difícil, la revisión ha comportado que algunas calles sean calificadas de zona verde.

El fracaso de la supermanzana de Sant AntoniLa niña de los ojos de Colau pone de relieve que su supermanzana para lo que sirve es para congestionar las calles adyacentes, lo que afecta negativamente a los vecinos de toda la vida y gentrifica la zona pacificada donde las tiendas del barrio han ido desapareciendo y han sido sustituidas por negocios orientados a un público muy diferente de la vecindad, mientras se multiplican restaurantes y bares que ocupan las aceras, no demasiado anchas, dificultan el paso, impiden la vida de barrio y en verano hacen imposible el descanso nocturno, al tiempo que los alquileres se disparan. Si la primera supermanzana dio como resultado un desierto, la segunda lo que hace es destruir la trama social, aquello tan grave que Jane Jacobs denunciaba en su libro paradigmático «Vida y muerte de las grandes ciudades».

El urbanismo táctico ha encendido la ciudad por las barreras de hormigón, las calles pintadas de colorines, la inutilización de los chaflanes, la reducción de los carriles para el tráfico que no sean bicicletas y patinetes, que encuentran su máxima expresión en el nuevo diseño de la Vía Laietana, donde sólo habría un carril para los coches en sentido descendente compartido con las bicicletas. La consecuencia de todo ello sobre el tráfico es evidente. A pesar de que la ciudad está lejos de haber recobrado su vitalidad, las retenciones son frecuentes y en lugares que nunca se habían producido.

Hay, además, una falta de capacidad realizadora que se hace patente después de 6 años de gobierno. En todo este largo periodo no hay forma de recordar una obra importante. La oportunidad que la desgraciada pandemia ofrecía para llevar a cabo el plan de Las Ramblas se ha perdido, y esta vía principal muy amortiguada continúa pendiente de soluciones. La prometida vivienda, la gran bandera de Colau, está lejos de los objetivos que ella misma definió y llega con cuentagotas. Las aceras son más inseguras que nunca y la Guardia Urbana está desaparecida. Muchas calles manifiestan síntomas evidentes de degradación y suciedad.

Naturalmente, la responsabilidad de Colau es plena, pero no única. Collboni su primer teniente de alcalde, es corresponsable porque nunca ha discrepado de ninguna decisión, y si bien en segundo término también lo es Maragall, ganador de las elecciones y jefe de la oposición, en realidad ha funcionado más como un aliado que como una alternativa.

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