Recordarán a Juana Rivas. Fue un culebrón el verano pasado por sus denuncias contra su marido italiano y por el hecho de haber secuestrado a sus hijos. Sus argumentos fueron rechazados reiteradamente por la justicia italiana y por la española hasta llegar al Tribunal Supremo, que finalmente la condenó por el secuestro de sus hijos. Pero a la hora de la verdad esta condena se ha convertido en un fraude. El caso de Juana Rivas y la sentencia significaban una afronta para la ideología militante del gobierno socialista. Y entre justicia y la ideología, naturalmente ha ganado la segunda.
La sentencia se ha convertido en una caricatura. De entrada, no ingresó en prisión, sino que lo hizo en un centro de inserción. Primera y grave anomalía. Pero es que, además, en este centro sólo ha estado 24 horas. Le han dado el tercer grado de forma inmediata, y de esta manera ha entrado por una puerta, salido por la otra al día siguiente, y ya está en su casa bajo un real o teórico control telemático. Pero es que además, ni siquiera este tercer grado lo cumplirá de manera completa porque será indultada, faltaría más.
Esta gran injusticia, que debe indignar a mucha gente que está encarcelada por menores motivos y que no goza de ninguna de estas ventajas, pone de relieve que la mejor protección es actuar en nombre del feminismo de género y acusar por definición siempre a los hombres de todos los males.
Otro ejemplo paralelo lo podemos encontrar en el homicidio confeso de una mujer a su hija porque quería vengarse de su ex, en la población de Sant Joan Despí. Es un hecho tan escandaloso como el del hombre que mata a sus hijos por la misma lógica, pero mientras que un caso llena días y semanas de telediario, el otro merece una atención tan marginal que la mayoría de la población ni se ha enterado.
El padre de la hija asesinada (Yaiza de 4 años), muerta por su madre, María Cristina Rivas de 35 años, ha declarado en su nombre y el de su familia que lamentan la poca atención y apoyo que les han dado las instituciones. Se quejan de que no ha habido ni un minuto de silencio, ni una condena pública, ni ninguna expresión de solidaridad institucional. Es una asimetría muy bestia que cada vez convierte más a los hombres en unos seres proscritos, no por lo que hagan, sino sencillamente por el hecho de ser hombres.