El nuevo presidente estadounidense, Joe Biden, ha iniciado el miércoles 9 de junio una visita de ocho días por Europa que le llevará a Londres -allí le espera el Boris Johnson del Brexit-, Cornualles -celebración de la cumbre del G7-, Bruselas -cumbre de la OTAN y reunión bilateral con la UE y finalmente Ginebra, donde tiene previsto entrevistarse con Vladimir Putin.
Biden viene a Europa con una doble misión: por un lado, demostrar a sus aliados que Estados Unidos are back (han vuelto), es decir, que han superado la época de alejamiento y hostilidad de Trump, y, por otra parte, para tratar de alinear las democracias y afrontar juntas los grandes desafíos que provienen de una China lanzada hacia el liderazgo mundial. En un artículo suyo publicado justo antes del viaje se puede leer lo siguiente: «me quiero centrar en garantizar que las democracias, y no China ni nadie más, sean las que escriban las reglas del siglo XXI sobre el comercio y la tecnología».
No lo tendrá fácil. Los resultados de la última encuesta realizada por dos prestigiosas instituciones -German Marshall Fund y fundación Bertelsmann- sobre la imagen de Estados Unidos en el mundo, dan una idea de las reservas con que la opinión pública europea observa, con Biden al poder, al gigante estadounidense. Aún están muy presentes entre los europeos las opiniones de Trump sobre la UE – «enemigo», «proyecto fallido» -, sobre el euro – «receta para la ruina» -, o sobre Bruselas – «agujero infernal» – , y la pésima gestión de la pandemia por parte de su Administración. La encuesta, que pone en evidencia que aún no se ha producido un verdadero efecto rebote post Trump en Europa, termina con estas palabras: «Los primeros meses de la Administración Biden no han afectado a los puntos de vista franceses y alemanes sobre la influencia de los Estados Unidos en el mundo».
En otra encuesta paneuropea, elaborada por el think tank European Council on Foreign Relations, se puede leer lo siguiente: «La desconfianza de los europeos no es sólo hacia Trump como persona, sino ante todo hacia el sistema político que hizo posible su elección y que puede llevar a otro líder trumpista o, incluso, al mismo Trump otra vez a la Casa Blanca a cuatro años vista. Trump no es presidente, pero su figura sigue viva y el trumpismo muy fuerte. Los europeos son escépticos sobre la restauración del liderazgo de Estados Unidos y creen que no es bueno volver a otra guerra fría, esta vez con China». Abona este escepticismo europeo el hecho de que el único punto de consenso entre demócratas y republicanos sea la rivalidad bipolar con China. Sin garantías de que no habrá más trumpismo, será difícil que Europa compre la propuesta de Biden de constituir una unión de democracias para hacer frente a las autocracias de China y Rusia, que de poco serviría si quien la patrocina no puede asegurar la persistencia y ejemplaridad de su sistema democrático.
Trump no es presidente, pero su figura sigue viva y el trumpismo muy fuerte
La fractura transatlántica ya hace tiempo que ha comenzado y se remonta a épocas anteriores a Trump, responsable de agrandarla considerablemente. Durante su última visita a Europa en el verano de 2016 como presidente, Obama declaró, sin convencer a los europeos, que «Estados Unidos sigue teniendo un socio indispensable en la Unión Europea». Los europeos no podían olvidar que el año 2012, durante su presidencia, se había producido un cambio crucial de estrategia en la política exterior norteamericana, consistente en el denominado pivote to Asia, es decir, el traslado de su prioridad por Europa hacia Asia y muy especialmente hacia China. Después de Obama vinieron Trump y cuatro años de desacuerdos, ataques y reproches, mensajes de aliento a los detractores de la UE y bofetadas a los antiguos aliados de Estados Unidos. Una situación que ayudó a la UE a asumir que había llegado el momento de «tomar el futuro con nuestras manos y de no confiar todo a la alianza con Estados Unidos», en palabras históricas pronunciadas por Angela Merkel.
Afortunadamente, Trump ya no está en la Casa Blanca, pero Biden tendrá que luchar contra la sospecha de que las cosas de antes pueden volver a pasar, que la consigna America first puede reaparecer y que Europa ha dejado de ser «el aliado indispensable» de Estados Unidos.
Sin embargo, Europa da la bienvenida a Biden, sobre todo por lo que representan sus posiciones opuestas a las del presidente anterior, Donald Trump. Biden ha querido significar, desde el primer momento de su mandato, una corrección prácticamente a la totalidad de la gestión de su predecesor. En los primeros cien días de mandato se han adoptado decisiones para volver a las instituciones y a los pactos internacionales, frenar la pandemia, recuperar el crecimiento o la más revolucionaria y ejemplar de establecer una tasa global sobre los beneficios empresariales, que será estudiada como tema principal en la cumbre del G-7, después del trabajo preparatorio de los ministros de finanzas de este grupo de los siete países occidentales más avanzados. Si se aprueba, posteriormente se presentará en el G-20, grupo de países líderes avanzados y emergentes, lo que más se acerca a un gobierno económico mundial.
La determinación de Biden contra las grandes empresas multinacionales que casi no tributan y los enormes beneficios de las grandes empresas tecnológicas se encuentra detrás de la intención de fijar un impuesto de sociedades mínimo del 15 por ciento a escala global, un paso que puede ser histórico. Además de la tasa mínima a todas las empresas, se tratarán temas como la salida de la pandemia, cambio climático y comercio internacional. Trump había despreciado y humillado tanto el G-7 como la OTAN y la UE, y ahora Biden viene a recuperar la posición tradicional de Estados Unidos en relación con todos estos organismos.
En su reunión bilateral con Boris Johnson, es muy probable que le muestre su disconformidad con el incumplimiento de las obligaciones de Londres respecto a Irlanda del Norte en el contexto del Brexit, apoyando la posición de la UE. Los representantes europeos coincidirán con Biden y seguro que pedirán a Johnson que cumpla con lo que ya se ha acordado al respecto entre la UE y el Reino Unido.
China estará omnipresente a lo largo de todo el viaje de Biden por Europa.
El nuevo presidente ha tomado una actitud claramente beligerante con las dos autocracias con pretensiones globales: China y Rusia. La Administración Biden, como antes la de Obama, ven en China el verdadero rival geoestratégico del siglo XXI, con un perfil similar al de la URSS durante la guerra fría posterior a la Segunda Guerra Mundial. Biden viene a buscar un compromiso de Europa para hacer frente común contra el gigante asiático.
En el borrador del comunicado de la reunión que Biden mantendrá con los presidentes del Consejo Europeo y de la Comisión Europea en Bruselas la próxima semana, aparece claramente esta presión norteamericana. Se menciona, por ejemplo, que se pedirá un estudio sobre los orígenes de la Covid-19, una iniciativa que Biden ya ha impulsado en Estados Unidos y que la UE podría aceptar si el redactado es bastante ambiguo. La UE considera secundar la posición de Biden que cuestiona la versión oficial de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre el origen de la pandemia. Otro punto del borrador de declaración conjunta con la UE apunta a una reforma de la Organización Mundial del Comercio (OMC), destinada a contrarrestar la ventaja desleal con que actúan las empresas que son propiedad de los estados, precisamente una de las especialidades chinas en su actuación exterior.
Putin disfrutaba de una relación privilegiada con Trump. El contraste con la posición actual de Biden es evidente .
Desde el comienzo de su mandato, el nuevo presidente no ha dudado en elevar el tono a la Rusia de Putin. Es consciente de que algunos estados miembros de la UE están muy quejosos de las amenazas geoestratégicas de la Rusia de Putin, entendiendo que pretende recomponer sin miramientos la zona de influencia del desaparecido imperio soviético. El ministro exterior de Lituania acaba de declarar que «Rusia está detrás de la desestabilización de la región» y que «Bielorrusia es una gran prisión, un verdadero gulag para sus diez millones de habitantes».
En su primer viaje como presidente de los Estados Unidos a la sede de la OTAN, la agenda se centrará en Rusia y China, además de la persistente presión estadounidense de exigir a los socios europeos para que gasten más en defensa.
Esto ya lo pedía Obama, Trump elevó mucho el tono y Biden probablemente insistirá. Por otra parte, Biden ha tenido el gesto con Alemania, antes de la visita, de retirarle las sanciones impuestas por la construcción del gasoducto Nord Stream 2, a pesar del beneficio estratégico que proporciona a Rusia.
El presidente del gobierno Pedro Sánchez, por su parte, tratará de reunirse en Bruselas, en una reunión bilateral, con Biden, aprovechando la cumbre de la OTAN, y expresarle el malestar de España por la antigua política de Trump de relación privilegiada con Marruecos y de reconocimiento de su soberanía sobre el Sahara Ocidental, en contra de las resoluciones de la ONU y de la opinión de la UE. También tratará de conseguir que la próxima cumbre de la OTAN del año 2022 se celebre en España, justo cuando se cumplan 40 años de la entrada de España a la organización atlántica.
La mayoría de movimientos de la nueva Administración estadounidense gustan en Europa.
Ha vuelto al Acuerdo de París sobre el clima, intenta reflotar el acuerdo nuclear con Irán, enfría las batallas comerciales y da pleno apoyo al papel de la OTAN para garantizar la seguridad. Biden es multilateralista y partidario de la intervención activa de los Estados Unidos en el mundo, lo que contrasta con el proteccionismo y el aislacionismo de su predecesor.
En cuanto al cambio climático, hay acercamiento de posiciones entre Bruselas y Washington, pero uno de los proyectos que tiene la UE, la creación de una tasa sobre el carbono para penalizar las importaciones de países que no reducen sus emisiones de CO₂, es observada de cerca por Estados Unidos. Su enviado especial para el clima, John Kerry, ya ha manifestado su preocupación por la iniciativa, que considera que sólo debe ser utilizada como última opción.
La Comisión Europea ha preparado a conciencia todos los dossiers clave a la hora de recibir Biden.
El área comercial ha sido una de las más tumultuosas con Trump y parece una de las más bien encaminadas a mejorar con Biden. El vicepresidente de la Comisión Europea, Valdis Domvroskis, ha declarado al respecto que «hoy, después de algunos años de turbulencias, la atmósfera ha cambiado a mejor». Bruselas y Washington han acordado una tregua temporal en materia de derechos de aduana sobre el acero y el aluminio, y también sobre las que afectan a los gigantes aeronáuticos Airbus y Boeing.
Un área más contenciosa son las patentes sobre las vacunas contra la Covid-19. Biden apuesta por suspenderlas temporalmente, mientras que Bruselas se decanta por reclamar el levantamiento de las restricciones a la importación. La industria farmacéutica, tanto americana como europea, argumenta que la suspensión de la protección de las patentes perjudicaría la toma de riesgos y la innovación.
Ojalá que, al final de la primera visita de Biden a Europa como presidente de Estados Unidos, se pudiera afirmar que ha sido un viaje histórico, que los lazos transatlánticos se han recompuesto y que los Estados Unidos «han vuelto» a la escena internacional como nos tenía acostumbrados antes de Trump.
Biden ha querido significar, desde el primer momento de su mandato, una corrección prácticamente a la totalidad de la gestión de su predecesor Share on X