La salida de Twitter de Ada Colau es toda una premonición. Significa que la alcaldesa ya no soporta la exposición pública. Está políticamente quemada. No es para menos.
Una de sus cartas del actual mandato, el urbanismo táctico, se ha vuelto contra ella y es una fuente de críticas y disgustos continuados por las limitaciones de la movilidad con vehículo, pero también porque presenta con sus colores heterogéneos una imagen confusa y muy poco armónica de lo que es la ciudad. Este hecho unido al espacio destartalado por falta de conservación de las primeras zonas y también de otros espacios céntricos de la ciudad confieren una imagen en la que los barceloneses no se acaban de reconocer.
La aplicación de la zona de bajas emisiones y la limitación a circular para determinados vehículos, también es un goteo constante de protestas que irán en aumento en la medida que se note el fin de la moratoria que existía para los vehículos comerciales. Al mismo tiempo, se generaliza la alarma por los incidentes de bicicletas y patinetes que no están siendo controlados a pesar de las reiteradas promesas. En el último mes se han producido tres atropellos con necesidad de asistencia hospitalaria a cargo de estos vehículos de movilidad personal, los patinetes. Mucha gente mayor circula con temor por la ciudad ante las acometidas de estos vehículos. También hay un clamor creciente de los ciudadanos que se consideran engañados con el discurso de la participación que sólo funciona para aquellas cuestiones que interesan al gobierno municipal, pero no para los grandes temas polémicos. Ada Colau hurta a la ciudadanía la consulta sobre el tranvía, el urbanismo táctico y las supermanzanas que, si se llegan a llevar a cabo, cambiarán Barcelona de una manera radical. Y esto no se puede hacer sin contar con la opinión de la gente.
Todo esto sucede en una ciudad castigada por la Covid-19 y que perderá algunos de sus alicientes para el turismo de calidad. Por ejemplo un 15% de los restaurantes con estrellas Michelin ya habrán desaparecido. Y si la cosa dura más, la sangría continuará. De esta manera se perderá uno de los alicientes del turismo gastronómico. Grupos empresariales de este ámbito, como El Barri de Albert Adrià, son un ejemplo de esta destrucción de un determinado tipo de atractivo que Barcelona tenía. Pero todo esto se produce sin que haya respuestas por parte del Ayuntamiento, que se dedica, eso sí, a fabricar encuentros, debates y mucho papel para explicar cómo será de mejor el futuro. El problema es que este pasa por el presente.
Una de las ciudades con mayor presión fiscal municipal de España no puede manifestar el grado de desorden interno y la falta de respuestas eficaces a la crisis. Los barceloneses que pagan más de 400 euros por habitante y año en materia de IBI, por situar un ejemplo del peso de la fiscalidad, y que son en este capítulo la segunda ciudad con un impuesto más elevado de España (la primera es Madrid ) no pueden sentirse satisfechos del uso que hace de tantos recursos el gobierno de Ada Colau. Todo ello indica que hemos entrado en el otoño de la matriarca.