La manifestación feminista del 8-M del año pasado fue, y es todavía, motivo de polémica por el papel que tuvo en la transmisión de la Covid-19, sobre todo en Madrid. Ahora ya no hay dudas científicas sobre cómo las concentraciones masivas constituyen el principal vector de propagación, y de ahí la exigencia como medida primordial de mantener las distancias, lo que no es posible cuando se dan grandes concentraciones. Porque no es suficiente que éstas establezcan la separación pertinente entre las personas, cosa nada fácil, y que esta distancia se mantenga a lo largo del acto a pesar de los entusiasmos, sino que es inexorable que en la concentración las idas y venidas comportan masividad y proximidad.
La prueba más evidente de este hecho la tenemos en el caso de la Sagrada Familia y la última ceremonia religiosa que se celebró. A pesar de que los asistentes ocuparon una mínima parte de la gran superficie, poco más de un 20%, la Generalitat abrió un expediente sancionador (que ha quedado lógicamente olvidado), y lo argumentaba sobre todo precisamente en relación con la afluencia al acto y a la salida del mismo.
El feminismo, que se ve favorecido por los gobiernos de Cataluña y España, considera que todo esto no son argumentos suficientes, como también consideró que la crítica al 8-M era un acto de machismo. Se consideran por encima de las prescripciones sanitarias como ocurre con otros colectivos, y este es un problema grave. Nadie sabe cómo estará la situación el 8 de marzo, pero el personal sanitario ya avisa de que el comienzo de una nueva ola cogería a la UCI con un nivel muy alto de uso, que podría provocar una nueva crisis como la de los meses de marzo y abril.
Por otra parte, lo que se puede dar por supuesto es que el 8 de marzo la variante británica será ya predominante o casi, y posiblemente se empiecen a notar los primeros efectos de la variante sudafricana, dado que ya se han registrado dos foco en Cataluña. Todo ello incrementa el riesgo de contagio. De hecho las pasadas elecciones ya empiezan a tener un efecto sobre la situación, por lo cual se ha detenido el descenso en los indicadores después del domingo, y en el caso concreto del índice de propagación ha crecido hasta 0,88, unas pocas décimas, pero señala una evolución preocupante porque indicaría que el efecto de las restricciones vigentes ha quedado parado.
Por si fuera poco, el motivo central de la manifestación feminista significa una clara manipulación de la realidad y el intento de forjar un mensaje que no es cierto. Quieren denunciar que el impacto de la Covid-19 en la desigualdad es grave para las mujeres.
No es así. El último estudio realizado conjuntamente por el Centro de Investigación de economía y Salud (CRES) de la Universidad Pompeu Fabra, el Instituto Max Planck y las universidades Wisconsin-Madison, Oxford y Helsinki, sobre 81 países que representan 1.279.866 muertos, señala que el impacto de la mortalidad sobre los hombres es mayor que en las mujeres, a pesar de haber ajustado los parámetros a su esperanza de vida, tradicionalmente más baja entre los varones. Si este ajuste no se hubiera hecho, la desigualdad aún sería mayor. Los hombres mueren más y más jóvenes y, por tanto, se pierden más años de vida. Por cada mujer que muere, mueren 1,39 hombres. Es decir, un 39% más. Y han perdido en un 45% más años de vida. La Covid-19 castiga más a los ancianos, pero paradójicamente y pese a que las mujeres son claramente más longevas, mata a más hombres que mujeres.
El feminismo muestra una ceguera extraordinaria, una falta de sensibilidad total a la hora de intentar manipular las consecuencias de la Covid-19. Estas actitudes y su presión sobre la política tienen consecuencias al difuminar quienes son las principales víctimas de la pandemia: los hombres de más edad.
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