JxCat y el PDeCAT han certificado, de momento, la ruptura, y competirán entre ellos para las elecciones del 14 de febrero. De momento la marca de JxCat continúa en manos de Puigdemont, y eso le otorga a estas alturas una ventaja clara, ya que el juzgado número 3 de Barcelona desestimó las medidas cautelares que había pedido el PDeCAT por la causa judicial contra el nuevo partido de Puigdemont, por el uso indebido de las siglas JxCat, que la gente de Bonvehí considera que son suyas. Naturalmente, desestimar las medidas cautelares no es el juicio y esto debe resolverse, y aún puede cambiar radicalmente el escenario, pero a estas alturas lo único cierto que se puede decir es que la marca está en manos de Puigdemont.
De esta manera se multiplica el número de partidos independentistas que compiten y que ya configuran una galaxia propia. ERC, JxCat, PDeCAT, PNC, CUP e incluso la casi invisible formación de Demócratas de Cataluña. Configuran el escenario político, que una magnífica análisis de Fèlix Riera publicado en La Vanguardia «Independentismo paralizador», señala como esta multiplicidad de opciones no es una manifestación de la debilidad del independentismo, sino que por el contrario, es una expresión de su potencial, que tiene dos efectos favorables a sus intereses. Uno, porque a la hora de la verdad pasadas las elecciones acabarán pactando entre ellos. Dos, porque este hecho y el potencial mediático del independentismo, que dispone además de los medios de comunicación públicos de Cataluña, puede significar que todo el centro de debate electoral gire en torno a sus matices y diferencias y deje en un segundo plano todas las otras formaciones políticas. Este es un riesgo sobre el que Riera sitúa el foco, que es muy importante: quien marca la agenda electoral gana, y que ha sido muy poco tratado.
De hecho, los partidos de la oposición siguen yendo mentalmente a remolque y acentúan las características del escenario a base de celebrar aquellas divisiones. Naturalmente, el sistema electoral de Cataluña, que no es otro que el español, porque hemos sido incapaces de ponernos de acuerdo para hacer una ley electoral propia tras 40 años de autogobierno, explica la fragmentación. Pero dadas las características de las circunscripciones catalanas, las tres más pequeñas (Girona, Lleida y Tarragona) funcionan en la práctica no como un sistema proporcional, sino más bien como un de mayorías y minorías y, por tanto, con mayor o menor división. Sólo las dos primeras grandes fuerzas independentistas tienen posibilidades reales de obtener un espesor de diputados. El resto obtienen pequeños residuos. En contrapartida, Barcelona funciona como un sistema muy proporcional, y por tanto las fuerzas más pequeñas pueden verse más representadas. Por otra parte, la amplitud del abanico hace que sea posible captar algunos votos más procedentes de la izquierda, del centro o de la derecha.
Este hecho, ligado al riesgo de la elevada abstención, puede dar un triunfo histórico al independentismo. La única manera de evitarlo, y volvemos al artículo de Riera, es que los partidos no independentistas sean capaces de construir una agenda propia y atractiva que se sitúe en el centro del debate. Y esto sólo es posible presentando un proyectos con capacidad de ilusionar y de gobernar Cataluña. De lo contrario, estos partidos pueden «quedar como meros espectadores de las actuaciones del independentismo».
Las elecciones ponen a prueba, por tanto, la capacidad de los partidos políticos no independentistas de presentar un proyecto de país consistente, creíble y fuerte. Parece difícil que lo que no han hecho hasta ahora Comunes, Cs y PP lo hagan dentro de las elecciones. El interrogante es si el PSC puede constituirse en el freno de esta dinámica independentista que llena todo el espacio. ¿Será capaz de presentar una propuesta que reúna las condiciones indicadas? De momento se puede ser escéptico sin pecar de injusto. El PSC viaja sobre todo en un movimiento de inercia que no revela la capacidad de presentar nada deslumbrante y alternativo al independentismo. Como mucho puede reiterar su estrategia de incluir algunas personas de los pequeños partidos no socialistas en sus listas. Pero, el efecto multiplicador que puedan tener estas aportaciones es dudoso, porque el que determina todo el posicionamiento hoy es el gobierno de Madrid y, por tanto, la alianza Sánchez-Iglesias, que además tiene una versión local en el gobierno municipal de Barcelona de Colau y Collboni, que no resulta demasiado atractiva para los que no pertenecen a este espacio.
Este escenario político es claramente disuasorio para que potenciales electores de los partidos de catalanismo de centro y centro derecha apoyen al PSC por el hecho de que en la lista vaya alguna persona de aquellas procedencias, porque se sabe que su influencia política en el colectivo socialista será irrelevante, y como mucho significará ser la excepción en algún tema determinado y poco más. Serán más la guinda del pastel que ninguna otra cosa.
En este escenario, la previsión es bastante clara: o los que discrepan del independentismo se ponen rápidamente las pilas y consiguen un planteamiento positivamente disruptivo, o el éxito del voto de la independencia, incluido el PNC, será claro y destacado.