Las urgencias del momento provocadas por la segunda ola, la necesidad de lograr la recuperación económica y las dificultades que conlleva regir en esta tarea, y el horizonte que nos han fijado que se acaba con la vacuna, no permite ni a los políticos ni a los medios de comunicación ni a la ciudadanía tomar consciencia de que el Covid-19 no va a desaparecer al menos durante décadas y décadas.
La vacuna, cuando haya sido aplicada en una medida suficiente, permitirá un mejor control de los contagios y dará más garantías a la población de riesgo en la mejor de las hipótesis. Pero este virus respiratorio continuará circulando como lo hacen los otros virus que conviven con nosotros. El caso más evidente es el de la gripe, que está perfectamente integrado en nuestra vida, como ocurre con los virus que provocan los resfriados o con otro especialmente grave, pero de transmisión mucho más difícil dado que no es de carácter respiratorio, como es el VIH. Quizá con el paso del tiempo y con una población inmunizada de orden creciente acabe quedando prácticamente extinguido, pero este es un horizonte lejano. La consecuencia es evidente: el Covid-19 se cronificará y toda nuestra actividad, incluida la económica, se debe preparar desde ahora para convivir con él.
La convivencia tiene dos puntos débiles. Uno que parece en vías de resolución, el de la vacuna, aunque como es lógico todavía planean muchas incertidumbres sobre ella. Pero el consenso mayoritario del mundo científico considera que entre el verano de 2021 y el final de ese año, la vacuna habrá llegado a la población en una proporción suficiente para eliminar los principales riesgos, y eso quiere decir grosso modo un tercio de la población de cada país, centrada en los grupos de riesgo: personal médico, personas de más edad y los que sufren patologías que agravan el Covid-19.
Pero hay otro punto débil que todavía no tiene una resolución clara: el tratamiento. Requerimos fármacos eficaces que puedan actuar a dos niveles diferentes de la evolución de la enfermedad. El primero en el inicio de la transmisión cuando ésta es incipiente, para que diluya sus peores consecuencias, la convierta, por así decirlo, en una «gripe suave» como mucho. Los otros fármacos necesarios se sitúan en el ámbito hospitalario para evitar de manera eficaz las peores complicaciones, las que dejan secuelas o llevan a la muerte.
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