Los catalanes nos contemplamos a nosotros mismos como un país industrial, exportador, de gran capacidad económica y técnica y científicamente desarrollado. Desgraciadamente no es esa la visión que dan los estudios y trabajos de carácter internacional que se hacen sobre las regiones europeas. Siendo más o menos discutibles, haríamos bien en tomar buena nota y reflexionar sobre qué hay de realidad en todo esto. El Mckinsey Global Institute acaba de hacer público el estudio «El futuro del trabajo en Europa«, que nos da una realidad bien diferente de la percepción que tenemos.
Este trabajo hace un análisis detallado de 1.095 mercados laborales locales de toda Europa, incluidas 285 áreas metropolitanas, estudiando su comportamiento pasado y efectuando una prospectiva de futuro. Lo que ahora queremos remarcar de este estudio es uno de sus aspectos: la fotografía actual.
El estudio clasifica este millar largo de mercados laborales en 13 clústeres que a su vez se distribuyen en 3 conjuntos: centros de crecimiento dinámico, economías estables y regiones en contracción. Lo primero que sorprende es el escaso número de centros dinámicos, que son los que tienen además una elevada dinámica de concentración del empleo y de la renta. Agrupan el 20% de los europeos. En España sólo hay un centro de estas características que es Madrid, junto con otras de Europa como Ámsterdam, Copenhague, Múnich y, por supuesto, Londres y París. Como se puede constatar, Barcelona no pertenece a esta categoría. Londres y París son consideradas megaciudades, mientras que Madrid pertenece al clúster de «superstar hubs«.
¿Y cómo queda Cataluña? Pues pertenece al segundo gran grupo, el de los centros de economías estables, que son los que más abundan en Europa con el 50% de la población. Pero lo que llama la atención es que los cuatro clústeres que componen este gran grupo (centros de manufactura de alta tecnología, metrópolis diversificadas, no metrópolis diversificadas y refugios turísticos), Cataluña forma parte de este último clúster igual que Baleares, Alicante, Málaga y el Algarve portugués en el ámbito peninsular. En otros términos, la visión desde la perspectiva del mercado de trabajo marca un perfil muy relacionado con las actividades turísticas y sus efectos colaterales. No es esta la idea que tenemos de nosotros mismos. Pero sí va siendo una realidad cada vez más exacta. La pandemia nos lo hace ver con más claridad que las estadísticas, porque el sector más castigado ha sido el turismo. Entonces podemos constatar cómo Barcelona es, de todas las grandes capitales españolas, la que continúa peor en cuanto a la reactivación, peor que Madrid, Sevilla, Zaragoza, Valencia y Bilbao. El gasto hecho con tarjetas de crédito revela que la capital catalana sólo está al 66% de la actividad respecto hace un año, con una especial caída de restaurantes y tiendas de ropa alrededor sólo del 50%. Madrid, a pesar de sufrir más la pandemia, está en el 71%, y mucho más las otras grandes capitales españolas. La causa es que hemos construido una imagen de la Barcelona moderna y tecnológica basada en un sector de bajos salarios y baja tecnología: el turismo.
Hay otros indicadores que envían señales preocupantes. Así, en el ranking de competitividad de las 271 regiones europeas, Cataluña estaba en 2010 casi dentro de las 100 primeras, exactamente en el lugar 103. En 2019 ha caído hasta el 161, una pérdida brutal, y esto antes de que comenzara el estrago de la pandemia. Hoy Cataluña presenta una competitividad inferior a la media europea y algo parecido podemos decir de la mitificada Barcelona, que ha pasado del 4.º lugar en 2011 al 11.º en 2019. Y en esta caída no sólo hay que contar la crisis que habíamos comenzado a remontar a partir de 2017, sino los cinco años de gestión de Ada Colau.
Estas son realidades que también hay que tener en cuenta.