En la sesión del Parlamento del pasado miércoles, el presidente Torra defendió la convocatoria de la Assemblea Nacional de Catalunya (ANC) de salir a la calle para manifestarse como todos los 11 de septiembre, si bien en un formato más disperso y reducido a consecuencia de la pandemia. Las previsiones son movilizar a 50.000 personas distribuidas en 90 puntos de Cataluña. Por lo tanto, dando lugar a agrupamientos relativamente modestos del orden de medio centenar, más o menos, de ciudadanos. Torra defendió la convocatoria argumentando que el carácter de los catalanes permitirá que no se extiendan los contagios.
Esta defensa choca con la opinión prácticamente unánime de la comunidad médica y científica, empezando por el Colegio de Médicos de Barcelona presidido por el doctor Jaume Padrós, un partidario de la independencia, que pidió que se anularan los actos. A partir de aquí no se ha oído ninguna voz de esta comunidad que sostuviera lo contrario. Precisamente Oriol Mitjà y Antoni Trilla, dos de los expertos más mediáticos en la materia, coincidieron en un debate en TV3 en que había muchas otras maneras de conmemorar la Diada que no significara la presencia de grupos en la calle. De hecho, dentro de la misma organización de la ANC hay opiniones claramente mayoritarias de no convocar este tipo de actos. En concreto, la Agrupación de Sarrià-Sant Gervasi, una de las más grandes de Cataluña, obtuvo como resultado de una encuesta a todos sus miembros sobre si había o no que cancelar la organización de la Diada, unas respuestas partidarias de la anulación tan mayoritarias como es el 73,06%.
Todo ello hace que esta voluntad de mantener la antorcha de la presencia en la calle quede muy deslucida por una falta de participación de la gente que no lo ve nada claro.
De hecho, hay un interrogante poderoso: la consideración de por qué la ANC se arriesga a una doble mala imagen de baja participación y sobre todo de facilitar el contagio. Si pasado el 11 de septiembre, y a partir de los días siguientes hasta casi dos semanas después se produce un repunte de la pandemia en Cataluña, será muy fácil responsabilizar al independentismo de ser la causa, porque además hay que recordar que esta iniciativa se produce cuando el riesgo de rebrote sigue siendo muy alto y se sitúa por encima de 200 casos por 100.000 habitantes, cuando a partir de 50 se considera que la situación comienza a ser peligrosa.
Había otros formatos que habrían permitido combinar creatividad con participación, e incluso innovación tecnológica. Una vez, más el independentismo demuestra que, entre dos opciones, siempre suele ir por el camino que tiene peores consecuencias.
Seguramente que en este comportamiento influye mucho la convicción de que hagan lo que hagan los líderes de las organizaciones, fracasen lo que fracasen, la fidelidad del voto está fuera de discusión. Sólo eso explica que haya pasado sin pena ni gloria una nueva ocasión histórica de empujar el independentismo de Cataluña. Si el gobierno de la Generalitat se hubiera preparado, porque en el momento de recuperar las competencias en la lucha contra el coronavirus hubiera marcado un éxito sobre la situación española, hoy el independentismo sería una referencia no sólo estatal sino europea.
El problema con la Diada no es que las personas que acudan a estas concentraciones no guarden la distancia entre ellas, sino los numerosos desplazamientos antes y después que obligan a hacer, y las pequeñas celebraciones de los grupos que suele haber antes y después. En definitiva, un error que quizás pagaremos todos los catalanes.