Es habitual en las encuestas pedir la valoración, normalmente de 0 a 10, de los diferentes líderes políticos. La creciente polarización hace que cada vez el valor resultante sea más bajo porque los que son de una cuerda política diferente tienden a puntuar a los adversarios muy bajo. También puede expresar una valoración real de nuestra clase política que, de acuerdo con estas cifras, sería ampliamente mediocre. Porque aquel que obtiene una mayor valoración, Oriol Junqueras, llega sólo al 5,2, mientras que el resto suspende de una manera clara o rotunda, empezando por Carles Puigdemont, que sólo alcanza un 3,7, o el actual presidente de la Generalitat, Quim Torra, que insólitamente sólo obtiene un 3,8.
Ahora bien, en esta tesitura de polarización, como hemos apuntado, resulta mucho más demostrativo observar la valoración que hacen los votantes de sus líderes políticos. Normalmente la aprueban. Quizás de forma muy justa, como es el caso de Carles Riera al que los miembros de la CUP le otorgan un 5,1, o de forma notabilísima como en el caso de Puigdemont, al que los votantes de JxCat lo valoran con un 7,9 y con un 7 al presidente Torra. Por su parte, Junqueras alcanza un 7,2 entre los partidarios de ERC. La nota de Iceta es más bien modesta, un 5,7. Aprueba, pero sin aspavientos. No es un liderazgo muy fuerte.
Pero lo que resulta realmente sorprendente es la valoración que hacen los votantes de las personas que lideran su opción en el Parlamento de Cataluña. Jéssica Albiach, de Catalunya en Comú, sólo llega a un 4,9. Carlos Carrizosa, el nuevo líder de Cs, se queda con un 4,2. Y Alejandro Fernández, del PP se sitúa más abajo, sólo con un 4 pelado. En otras palabras, los mismos votantes los suspenden. En estas condiciones, ¿cómo se puede esperar que otros ciudadanos con menos militancia puedan tener la tentación de depositar una papeleta favorable a alguno de estos tres nombres?
Seguramente aquí radica parte de la explicación de por qué Cs y PP se quedan tan atrás en la cola de las preferencias, y por qué Catalunya en Comú, en lugar de remontar, tiende a decaer. No tienen al frente personas que resulten atractivas para sus teóricos votantes.
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