Las siempre próximas elecciones al Parlamento de Cataluña parecen cada vez más lejanas. Ahora los vientos señalan que no serán en otoño, tal como se iba previendo, y es posible que incluso sean al inicio del próximo año. La razón formal es la pandemia; la real es que el partido de Puigdemont no está del todo listo para competir con fuerza a las elecciones. Es el coste de la resistencia que ofrece el PDeCAT a disolverse. Ha habido traspasos de esta formación hacia JxCat, la fuerza política ahora bajo la dirección de Puigdemont, pero no han sido tan numerosos como se esperaba, no se han producido deserciones masivas, y además muchos mantienen la doble militancia, aunque esté prohibida por el partido de los postconvergentes. Este hecho genera un punto de incertidumbre de cuál sería la opción verdadera si al final el PDeCAT compitiera electoralmente por separado.
En este escenario no sería Torra quien convocaría las elecciones, porque previsiblemente su inhabilitación será antes. Entonces el vicepresidente, Pere Aragonès, asumiría la presidencia en funciones y se procedería a convocar al Parlamento para que este procediera a elegir un nuevo presidente que previsiblemente no tendría un resultado positivo, produciéndose entonces su disolución y la convocatoria automática de elecciones. Esta hipótesis que se cierne en la actualidad tendría la ventaja de introducir un elemento adicional de conflicto con el estado, que es la estrategia única de Puigdemont. Sería el choque de Torra, que se negaría a obedecer la sentencia, generando así un nuevo y simbólico choque entre la presidencia de la institución catalana y la justicia española, que alimentaría las brasas del «conflicto inteligente» anunciado por Puigdemont. No tendría, evidentemente, ningún efecto práctico, pero esto hace tiempo que importa poco al independentismo, que vive exclusivamente de la metafísica política.
El nuevo horizonte hace que no exista excusa por los nuevos partidos catalanistas para pasar de ser equipos de cuadros a una organización política con cientos y miles de afiliados. No se puede seguir manteniendo la idea de que todo se reduce a una etiqueta política y a una candidatura, sin un trabajo previo de haber sembrado y recogido afiliados en Cataluña. Esta es la única manera real de hacer política y si en el pasado reciente ha podido existir la justificación de las prisas, ahora, de hecho, hace tiempo, esta excusa ha quedado superada por los hechos.