El Saló de Cent de la ciudad condal acogió la presentación del Pacto por Barcelona presentado por Ada Colau y que cuenta con el apoyo de toda la oposición. También lo comparten una serie de entidades de la ciudad, si bien hay excepciones importantes que han rechazado el acuerdo, empezando por Fomento del Trabajo, que critica la falta de diálogo del gobierno municipal. También la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona, el Gremio de Hostelería e incluso la Plataforma que catapultó a Ada Colau, la PAH, de lucha contra las hipotecas, entre otros.
En realidad, el Pacto por Barcelona, concretado en 10 objetivos, es un conjunto de buenas intenciones sin más, y a menudo llenas de tópicos, como por ejemplo el punto séptimo que trata de «apostar por el sistema educativo y una red educadora». ¿Quién no apuesta por el sistema educativo? Obviedades de este tipo no pueden presentarse como un horizonte para la ciudad, sino más bien como combustible para alimentar el gobierno municipal. En una situación de crisis, el manual dice que la mejor estrategia para los gobiernos es llamar a la unidad y presentar toda crítica como una traición al país, a la sociedad, a la ciudad. Es lo que hace Colau aquí y lo que hace Sánchez en Madrid.
El problema del acuerdo es que no se compromete ni define nada. No hay concreción, no hay definición de cómo se alcanzarán cada uno de los objetivos y especialmente no hay calendario ni presupuestos. En estas condiciones, lo que se ha hecho público garantiza muy poco en la ciudad. De hecho, por no haber, ni siquiera hay una visión de cómo se quiere que sea después de la pandemia.
Todas estas objeciones son graves, y aún hay que añadir otra muy importante:
El Pacto por Barcelona no hace ninguna referencia en sus propósitos al sistema sanitario para protegernos de las epidemias como la que ahora vivimos. Esta omisión es grave, porque afecta a una cuestión vital como es la salud de los barceloneses, pero también por otra muy determinante y cuyos efectos Barcelona está sufriendo de manera aplastante: el deterioro intenso de la actividad económica. En otras palabras, la condición necesaria para que la economía de la ciudad se recupere es haber controlado el Covid-19. Permanecerá con nosotros al menos durante todo el año que viene, si no más, hasta que haya una vacuna eficaz para todos, pero esta presencia puede estar absolutamente controlada evitando respuestas que deterioren la actividad económica o puede suceder, como este mes de julio, que Barcelona esté registrando un segundo impacto de restricciones con todo lo que el hecho conlleva. Sin esta condición, ningún programa, por bueno que sea, es viable.
Y los efectos sobre Barcelona se van viendo en múltiples manifestaciones que no acaban de encontrar respuesta. Lo señalábamos ayer, pero cada día aparecen nuevos datos en un mismo sentido. Por ejemplo, de las ciudades más grandes de España, Barcelona y Sevilla son las dos que han visto reducido en mayor medida el precio del metro cuadrado de la vivienda, en relación con el mismo período del año anterior. En Sevilla ha caído un -8,21% y en Barcelona un -7,21%. La media para el conjunto de ciudades del estado está por debajo, con un -4,94%, pero es que en Madrid ha retrocedido aún menos, un -4,46%, un -2,68% en Valencia y un -2,18% en Zaragoza. Que disminuya el precio del metro cuadrado es, en un cierto sentido, positivo, esto es evidente. Pero ahora también es un indicador del decaimiento de la dinámica económica en cada una de las ciudades.
Un segundo signo muy ilustrativo de esta dinámica es que los taxistas piden que se reduzca la flota en un 50% de manera temporal, sencillamente porque el negocio en la actualidad es absolutamente ruinoso, tanto que, según los mismos protagonistas, a estas ahora sobran la mitad de los vehículos. Son dos ejemplos que se añaden a todos los indicadores que señalan la gravedad de la situación económica de Barcelona, que requiere una visión de un modelo de ciudad hacia el que avanzar claramente definido y al mismo tiempo una misión capaz de dar respuesta a las necesidades inmediatas y concretas. Lo más intrigante de todo es que la oposición, que debería presentar esta alternativa, no sólo está absolutamente desaparecida, empezando por Manuel Valls, sino que han manifestado su acuerdo con el Pacto por Barcelona a pesar de la debilidad de su contenido.
La capital de Cataluña presenta, por tanto, otro problema: no hay en el consistorio una alternativa a Ada Colau, a pesar de las deficiencias de su gobernanza. Parece mentira que una ciudad que se quiere tan dinámica y exigente como la capital de Cataluña se encuentre en esta situación.
El problema del acuerdo es que no se compromete ni define nada. No hay concreción, no hay definición de cómo se alcanzarán cada uno de los objetivos y especialmente no hay calendario ni presupuestos Share on X