El catalanismo, hoy fraccionado y casi sin presencia en el Parlamento de Cataluña, ni en el de España, en un retroceso histórico que lo retrotrae a finales del siglo XIX y principios del XX cuando apenas emergía, no sólo tiene el riesgo de llegar tarde a las elecciones, sino de ir con dos formaciones que lógicamente tendrán que competir por parte del electorado.
Es una evidencia que el votante catalanista está separado entre aquellos que con más o menos entusiasmo votaron por opciones independentistas, sobre todo a consecuencia de CDC, «el partido de toda la vida», y aquellos que, disconformes con la deriva del procés, se acogieron al refugio de lo que pensaban era el mal menor, Cs. Este segundo votante ha quedado absolutamente decepcionado con la opción practicada, y esto hace que las perspectivas del partido de Arrimadas en Cataluña en unas autonómicas estén incluso por debajo de las del PP. Pero este bloque de votantes está, y puede abstenerse o votar, y por tanto la tentación de transformar esta opción marginal que ahora es Cs en una nueva alternativa para la incorporación de grupos y personas procedente del campo catalanista es evidente. Sobre todo esto se puede producir si, por parte de los partidos que tienen el objetivo fijado en ir a buscar el voto convergente que apoyó al procés, mantienen sus criterios de líneas rojas y de no entendimiento en grupos como La Lliga o Lliures.
En el fondo, no hay una cuestión de animadversiones personales, sino de cálculo político. Unos creen que para conseguir ese voto independentista se presentarán como una opción de un soberanismo pragmático, mientras que los otros consideran que el objetivo sería formar un gran bloque entre el sentimiento más o menos soberanista pero que sabe que la independencia ha comportado la vía del fracaso, y el catalanismo que siempre rechazó esta posibilidad. No es fácil saber si existe esta posibilidad de articular estos dos bloques, pero en todo caso las encuestas, los trabajos cualitativos, podrían dar una idea racional de si es posible o no. Primero porque, si lo es, el rendimiento electoral sería extraordinariamente alto, y segundo porque, si se produce la división, el riesgo de que ninguna de las dos partes alcancen una significación política suficiente es muy grande y, lo que es peor, habría un catalanismo debilitado que competiría entre sí.
La consecuencia de todo ello es evidente: sólo el catalanismo puede encontrar su solución, porque a todas las demás fuerzas ya les va bien que esta opción sea débil y por lo tanto fácilmente sucursalizable políticamente. Por lo tanto, el esfuerzo de estas formaciones es llevar la cuestión no en términos de a prioris dogmáticos, sino de realismo político, explorar racionalmente con los instrumentos disponibles la rentabilidad de un gran centro catalanista amplio, y si esto al final se viera que no suma, presentar dos opciones pero no lanzadas a una competencia de resultados imprevisibles, sino bajo el acuerdo previo de luego construir un entendimiento parlamentario que prepare un futuro mucho más cohesionado.