Parece mentira que aquellos que más clamaban por una restitución necesaria, como era conocer el número de víctimas de la Guerra Civil mal enterradas, ahora manifiesten un desprecio tan grande por conocer el alcance de la tragedia. Tanto desprecio que, a estas alturas, no han dado la cifra de ancianos muertos en las residencias, posiblemente porque este será uno de los grandes estigmas del inútil papel como responsable máximo de los servicios sociales durante el estado de alarma del vicepresidente Pablo Iglesias.
Pero a pesar del baile, sí podemos conocer dos hechos. Primero, que el número de muertes reales es mucho mayor que las 27.000 que nos dicen, y que intentan a toda costa que no lleguen a la cifra simbólica de los 30.000 muertos. La segunda consideración es que, con toda certeza, podemos saber que la cifra supera los 40.000 y tiene un techo que se sitúa alrededor de los 45.000.
Una de estas fuentes más fiables es la generada por el sistema MoMo. Este análisis de datos fue establecido para identificar las muertes adicionales que podían producir determinadas alteraciones, y en concreto su puesta en marcha se debe a las últimas olas de calor. Es el sistema de monitorización de la mortalidad diaria, y determina el número de muertos por encima de lo que sería esperable en un periodo determinado del año.
El sistema directamente no asigna una causa específica, en este sentido es indeterminado. Pero precisamente las circunstancias extraordinarias son las que permiten esta atribución causal. Si durante una serie de días hay unas temperaturas asfixiantes y la mortalidad crece por encima la esperada, esta diferencia puede ser atribuida al exceso de temperatura.
Hecha la explicación, vamos al dato. Para el periodo que registra la pandemia, el excedente de muertes es de 43.034. No todas serían directamente fruto del Covid-19, pero sí la mayor parte. Después también estarían los muertos por causas indirectas de la pandemia. Serían el resultado de patologías graves, mal atendidas debido al colapso hospitalario.
Una segunda cifra es añadir al número de muertos oficial (27.118) los estimados que se han producido en las residencias a partir de los datos aportados en cada caso y que el Ministerio de Sanidad oficialmente no recoge. Se trataría de 19.000 muertos, aunque posiblemente en un recuento definitivo haya más. Este agregado situaría la cifra total de muertos en 46.118, por lo tanto una magnitud muy consistente con la del MoMo.
Y aún nos quedaría una última referencia. La insólita caída del número de prestaciones por jubilación, que por primera vez son negativas, con 38.508. Algunas de estas descargas pueden ser debidas a personas que han aplazado su jubilación a pesar de que les corresponde pero, evidentemente, no todos los muertos por la pandemia son personas mayores de 65 años, aunque sí lo son la gran mayoría. Esta cifra también expresa un orden de magnitud cercano a las 40.000 personas y resulta consistente con las cifras anteriores.
El resultado de tanta muerte es la pérdida de esperanza de vida. Un estudio llevado a cabo por Patrick Heuveline y Michael Tzen, investigadores en dinámica de población y estadística de la universidad de California Los Angeles (UCLA), clasifica los 14 países donde se han producido el 85% de todas las muertes por Covid-19 y determina como consecuencia la pérdida de esperanza de vida. El caso de España resulta especialmente negativo, porque denota una caída importante, dado que pierde prácticamente 9 meses y baja de los 83,6 años de esperanza de vida (referida al 2015) a 82,9.
En realidad, la pérdida es mayor que este cálculo porque está hecho a partir de los datos oficiales. España, junto con Bélgica y el Reino Unido son los países más perjudicados. Pero si utilizáramos los datos reales, los que nos dicen que las muertes se sitúan como mínimo en los 40.000, la pérdida sería superior al año, de unos 15 meses, y nos situaríamos en una expectativa de sólo 82,3 años. Es un resultado insólito por su magnitud. Podría describir exactamente las consecuencias de un episodio bélico por el número de bajas, que en este caso están concentradas sobre todo en la gente mayor. Esta mortandad y pérdida de esperanza de vida estaría a más concentrada en Madrid, Cataluña (en particular en el área metropolitana y Barcelona), y Castilla-La Mancha y Castilla y León.
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