Sí, adoptemos las medidas de protección racionales contra el Covid-19 que sea necesario, pero no vivamos atemorizados por él.
Sólo debemos temer al miedo, la peor guía para una sociedad. Al miedo y también al estado «inocente» de toda culpa y responsabilidad, que no escucha ni rectifica, que piensa más en la imagen y en mantener el poder que en sacar al país airoso de la crisis y que se aprovecha del miedo para convertir en súbditos y principales responsables a los ciudadanos.
La experiencia de este pasado domingo, primer día de la salida con niños, es un buen ejemplo. Desde el gobierno, los medios de comunicación -no todos- y la parte de la población más atemorizada, han criticado a los padres de las grandes ciudades, porque estaban demasiado juntos, habían salido con su mujer, entraban en las playas, ridículamente vetadas en algunas poblaciones (en Barcelona sí, en Badalona no). Conclusión: si un extraterrestre hubiera leído y escuchado toda esta crítica, habría llegado a una conclusión inequívoca: los padres se afanan por infectar a sus hijos.
Pero la realidad era otra. En parte, porque las imágenes tomadas en perspectiva daban una sensación de aglomeración que en la realidad de la visión cenital no se producía. Pero sobre todo porque pasó lo que tenía que pasar:
El resultado de una pésima previsión. Nuestras ciudades son densas, muy densas, y si la gente sale a la calle a unas horas determinadas y se mueve, las calles y plazas se llenan, más si absurdamente se cierran, como Barcelona, playas y parques. Reducir aún más el espacio público con densidades asiáticas es favorecer la aglomeración. ¿Cómo pueden no querer gente en el área central, en Ciutat Vella, en el Poble Sec, Gràcia, Sants o en la Barceloneta? ¿En qué mundo viven los dictadores de normas? ¿Por qué limitaron a tres, perjudicando a las familias numerosas y forzándolas a salir en dos y tres tandas, en lugar de hacer un solo grupo sin riesgo de todos los que conviven en el mismo hogar? ¿Por qué escogieron un domingo en lugar de un día laborable, que habría regulado mejor el número de salidas? ¿Por qué no lo ordenaron por números de calle, lunes pares, martes impares? ¿Por qué no controlaban y organizaban el aforo de playas y parques? ¿Por qué no se permitía el baño en agua salada, más bien un antídoto que un peligro? ¿Por qué los que nos gobiernan son tan inútiles organizando?
Quizás la respuesta está en las intenciones y capacidades. Al final, en nombre de la eficacia, la gestión se ha centralizado en el gobierno español, y en nombre del control el gobierno ha quedado al pairo, y todo lo hace y deshace Sánchez y su jefe de Gabinete Iván Redondo, en realidad un verdadero vicepresidente de facto. Él e Iglesias, atento a que Podemos sea sólo portador de buenas noticias, constituyen la dirección de la crisis, porque tienen acceso directo a Sánchez. El primero porque es el hombre que lo guía para continuar en el poder, el segundo porque es la mejor garantía que tiene para permanecer en él. El gobierno, incluido el ministro Illa, el teórico responsable de la crisis sanitaria, cada día son más comparsas, y el PSOE es la «mulletilla» que dice Amén mientras se garantiza el poder. La descoordinación, las decisiones equivocadas, las marchas atrás son fruto de esta situación que se resuelve reprobando la «irresponsabilidad» de los ciudadanos, pese a ser la población de Europa que mejor cumple las normas de confinamiento, que además son las más duras.
Cabe recordar que el ministro de Sanidad es la cuota del PSC y se le otorgó un ministerio tranquilo porque no tiene competencias. ¡Ay! Esto era antes de que el huracán de este coronavirus se lo llevara todo por delante. Ahora es un ministro sobrepasado por las circunstancias que sólo calla ante Sánchez, que es quien lo decide todo en materia de sanidad.
Lo que vivimos es trágico, posiblemente la sociedad saldrá diferente, y es tarea de todos que sea mejor, pero vivir con el trasfondo de una enfermedad infecciosa mortal no es ninguna novedad. Una parte de nosotros hemos vivido infancias marcadas por la tuberculosis como enfermedad social, y por el terrible sarampión antes de la vacuna. Hagamos memoria, recordemos que lo vivíamos con normalidad y fatalidad. No irresponsablemente, pero tampoco atemorizados como conejos. Asumamos lo que sucede y no nos dejemos llevar por el miedo que nos hace insensibles al poder. Seamos críticos y responsables. Pidamos concreciones al poder del estado, eficacia a la Generalitat, y menos ideología y más sentido común en algunos ayuntamientos, como Barcelona.
Basta de ruedas de prensa vacías de Sánchez y más concreciones. ¿Cuál es el calendario de normalización económica que puede esperar cada sector y cada empresa, cuándo se cumplirán los compromisos económicos concretos? ¿Hasta cuándo piensa mantener este estado de excepción camuflado de estado de alerta? ¿Cuándo se normalizará la actividad parlamentaria, qué previsión hay sobre el presupuesto de 2021, y cuál es la previsión económica del gobierno? ¿Qué planes tienen para el turismo, las escuelas y universidades, para el deporte y el pequeño comercio? ¿Qué programa tienen para devolver la normalidad a los hospitales y garantizar el tratamiento de las otras patologías? ¿Cómo piensan resolver el problema de las residencias de ancianos y un escándalo que reclama responsabilidades políticas y legales? Queremos saber todo esto, y lo queremos ahora.
Aprendamos de la propia experiencia. Este país ha sufrido dos mortalidades epidémicas. La del cólera de 1885, y la de la gripe de 1918-19. La primera mató a 150.000 personas sobre una población de 17 millones. En relación a la población actual, es como si el Covid-19 provocara más de 400.000 muertes.
La gripe mató a 260.000 personas sobre unos 20 millones, y equivaldría a unos 550.000 muertos en la proporción actualizada de la población total. Pues bien, entonces los gobiernos de turno hicieron lo imposible para dejar la crítica a su gestión para más adelante. Resultado: los gobernantes consiguieron hacer olvidar ambos desastres.
No nos dejemos embaucar por lo de «ahora no es el momento» de criticar, porque es exactamente lo que se necesita para poner fin al desorden. Nuestro temor es la fuente que alimenta a un gobierno autoritario y arbitrario.