Las graves insuficiencias de la política sanitaria española

Posiblemente recuerde un baile efímero pero que tuvo una gran relevancia en pasados y lejanos veranos, la Yenca, que basaba su ritmo en un avance y retroceso sincopado. Pues a este baile recuerdan las iniciativas gubernamentales sobre las mascarillas.

Son cercanas en el tiempo las manifestaciones de ministros, empezando por el de Sanidad y sus expertos, con el doctor Simón a la cabeza, reiterando una y otra vez que las mascarillas carecían de utilidad, y que más bien eran contraproducentes porque inspiraban una falsa sensación de seguridad. Esto sucedía con el estado de alarma ya declarado, por tanto, después del 15 de marzo.

Pero es que además, los observadores internacionales estaban sorprendidos por la falta de iniciativa a pesar de lo que estaba sucediendo en Italia. Porque lo cierto es que España dispuso de dos semanas de ventaja respecto a aquel país para prepararse, a partir de lo que allí estaba sucediendo. De haber obrado así, habría previsto medidas específicas para las personas de más edad, puesto que los datos italianos ya mostraban que más del 75% de los muertos correspondían a este grupo de población. Pero nada se hizo.

Los observadores internacionales estaban sorprendidos por la falta de iniciativa en España a pesar de lo que estaba sucediendo en Italia Share on X

En China el confinamiento solo cuando se habían producido 30 muertos, Alemania estableció el primer confinamiento parcial con 28; España esperó a tener 200, y no se atrevió a actuar cerrando Madrid, a pesar de que la situación explotó los dos días siguientes en la gran manifestación feminista del 8 de marzo.

Claro que esta falta de medidas en las políticas públicas tenía un relato distinto en la interioridad del Gobierno, porque como ahora revela 20 Minutos, a principios de marzo ya se establecieron las primeras medidas preventivas para evitar contagios. Este hecho es muy grave porque constata dos evidencias: la primera, que el Gobierno pensó antes en protegerse a sí mismo que a los ciudadanos; la segunda que permitió en efectivo la manifestación del día 8 a pesar de que en su funcionamiento interno ya había adoptado precauciones.

Uno de los muchos costes de esta actitud, que difícilmente puede calificarse de responsable, si no es acaso desaprensiva, se encuentra en las mascarillas. El menosprecio de políticos y expertos del Gobierno hacia ellas tuvieron como consecuencia práctica el absoluto desabastecimiento. Tanto que el personal de primera línea, el sanitario, y también aquel otro que interviene en situaciones de riesgo, como las fuerzas policiales, han venido sufriendo un déficit continuado de ellas. Pero es que además la población que no son funcionarios, pero que realizan tareas declaradas esenciales por el propio Gobierno, y que mantienen un intenso contacto con las personas, como los que trabajan en supermercados, mercados, quioscos de periódicos, entre otros, no han tenido acceso a esta elemental protección, porque hace semanas que están desaparecidas. Por no hacer, el Gobierno ni tan solo impulsó su fabricación, cosa perfectamente a su alcance con la declaración del Estado de alarma.

Esta carencia de material tan básico sorprendió a los expertos de países como China, Corea o Hong Kong, que desde el primer momento lo han utilizado como una protección fundamental. No hace falta ser un experto gubernamental para entender que la mascarilla limita mucho la capacidad de contagio de un portador del Covid-19, y que también, en segundo lugar, pero para nada menospreciable, significa una barrera para evitar ser contagiado. La combinación de estos dos factores establece un nivel de seguridad razonable.

Ahora, muchas semanas después del inicio del Estado de alarma, el Gobierno ha llegado a la conclusión de que las mascarillas son necesarias para toda la población y dice que “está estudiando recomendar el uso de esta protección a la población general”. Esto naturalmente es un eufemismo, lo único que intenta con ese “estar estudiando” es ganar tiempo para intentar disponer del stock de mascarillas suficientes, algo que tenía de haber resuelto hace tiempo. Pero es que incluso ahora, y comparada con la evolución italiana que está lejos de ser un modelo, la disponibilidad de mascarillas en aquel país es mucho más amplia que en España. Es un caso más que pone de relieve que el grado de desastre que sufre la sociedad española tiene como causa primera el coronavirus, evidentemente, pero la causa eficiente es la incapacidad del Gobierno español para adoptar en tiempo y forma las decisiones adecuadas.

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