Hace tan sólo unas semanas, todavía eran los países europeos los que prometían ayuda a China para tratar la epidemia del COVID–19. Los comentarios del tipo «a nosotros esto no nos puede pasar» abundaban. Pero ahora, por primera vez en la historia, es China quien está enviando ayuda a los países europeos.
¿Qué ha sucedido en un espacio de 15 días para que la situación cambie radicalmente? He aquí algunas claves para comprender lo que ha obligado a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a declarar Europa como nuevo centro de la epidemia.
1. La debilidad de los controles de entrada durante meses
Numerosos viajeros europeos que volvían desde países asiáticos han compartido su sorpresa al comprobar las escasas medidas implementadas en los aeropuertos de ciudades como París o Barcelona. No se aplicaba ningún control rutinario de temperatura, a diferencia de lo que se hacía ya desde hace meses en países como Corea del Sur, Vietnam, Singapur o incluso Filipinas.
A pesar de que muchas compañías aéreas prohibieron los vuelos con China, los viajeros hasta ahora han podido evitar la prohibición de una forma relativamente fácil haciendo escala en otros países.
2. El peso excesivo de la «transparencia democrática»
Se ha acusado al gobierno chino de ocultar información a sus ciudadanos sobre la realidad del virus, lo que habría permitido la rápida propagación de la enfermedad en Wuhan. Aunque la crítica es válida, no se deriva lógicamente que apostar por la transparencia anunciando cada día el número de nuevos contagios y muertes, como varios gobiernos europeos como Italia, Francia o España hacen, sirva por sí solo para evitar la propagación del virus.
Las ruedas de prensa no sólo no contienen la enfermedad, sino que pueden provocar efectos contraproducentes como olas de pánico. En el siglo de la inmediatez e Internet, la gente puede no entender que medidas efectivas como el confinamiento tarden algunos días en hacer efecto.
3. El miedo de los gobiernos a ser acusados de autoritarios
A pesar de que la OMS insiste en imponer medidas fuertes como el confinamiento, el cierre de todos los comercios no esenciales y la reducción del transporte público, los gobiernos español y francés han cometido errores monumentales al no prohibir determinados actos por razones políticas.
En España es el caso de las manifestaciones feministas del 8 de marzo, que ya están contribuyendo, y seguirán haciéndolo, al espectacular incremento de casos en Madrid. Esta rápida propagación no se ha dado en Italia, país que ha tomado medidas en general más contundentes.
En Francia ocurre lo mismo pero a una escala aún más grave: el gobierno de Emmanuel Macron, traumatizado por las protestas violentas de los Chalecos Amarillos, no se ha atrevido ni a prohibir las manifestaciones ni a reducir de forma importante el transporte público, por miedo a ser acusado de autoritario. Por otra parte, las elecciones municipales francesas del 15 de marzo se han mantenido, a diferencia del Reino Unido.
4. El «sálvese quien pueda» entre los países europeos
Numerosos países del norte y del este de Europa, desde Dinamarca a Polonia, han reaccionado con contundencia al rápido incremento de casos en Italia, Francia y España, y han tomado medidas drásticas pero en la línea de la OMS para proteger a sus poblaciones, como el cierre de sus fronteras a los extranjeros.
Pero estas medidas no se acompañan de otras para ayudar a los países más afectados. Ningún país europeo ha respondido al grito de ayuda de Italia por el miedo de no contar con equipamientos suficientes para hacer frente a la eventual propagación en su propio territorio.
Al mismo tiempo, la Comisión Europea, que es cierto que no tiene una posición nada fácil al tener que reconciliar los puntos de vista de 27 países a menudo enfrentados, dispone de escasas competencias en materia de sanidad.
Su presidenta, Ursula von der Leyen, ha llamado inútil a no cerrar fronteras dentro del espacio Schengen, y el desconcierto se ha extendido al seno de la propia UE: el Europarlamento está prácticamente cerrado, mientras que la Comisión y el Consejo siguen operando casi con normalidad.
5. La falta de civismo
La pandemia constituye un peligro muy real para las personas mayores, que pueden contraer la enfermedad a través de los jóvenes portadores a los que no les afecta de forma grave. Resulta pues chocante comprobar cómo sigue habiendo numerosas personas jóvenes que ignoran las medidas más elementales de prevención y contención, como evitar desplazamientos innecesarios o seguir acudiendo a fiestas privadas y terrazas de bares allí donde todavía están abiertos.
En el otro extremo también encontramos comportamientos que denotan falta de consideración para con los demás, como las compras masivas de productos como mascarillas, geles hidroalcohólicos y comestibles que se pueden conservar.