La imagen internacional de la República Popular China ha sufrido una fuerte sacudida debido al coronavirus y la gestión de su gobierno. Se ha acusado al presidente Xi Jinping de querer disimular la gravedad del problema e intentar resolver la epidemia de forma secreta.
Dos meses después de que el nuevo coronavirus se convirtiera en una preocupación internacional, China parece haber conseguido controlar la epidemia. El número de nuevos casos detectados en el país baja día a día, y cada vez más provienen de viajeros chinos contagiados en el extranjero. Por otra parte, el Financial Times ha publicado recientemente una serie de gráficos que muestran cómo la actividad económica china se encuentra ya en plena recuperación.
Al mismo tiempo, el virus sigue expandiéndose rápidamente por el mundo, y sobre todo en Europa. Se dan así pues las circunstancias ideales para que la diplomacia china demuestre que Pekín es parte de la solución y no del problema.
El pasado día 3 en la sede de las Naciones Unidas de Nueva York, el embajador chino Zhang Jun intentó presentar China y su presidente como los actores internacionales clave para detener la epidemia. «China no está solo luchando para ella misma, sino para el resto del mundo», declaró el diplomático.
En una referencia a las restricciones impuestas por algunos países a los chinos, Zhang defendió que su gobierno trata a sus ciudadanos de la misma forma que los extranjeros. China «aplica medidas de prevención y control de forma no discriminatoria», afirmó.
El otro gran mensaje que la diplomacia china está transmitiendo es la toma de responsabilidad económica. Consciente de su peso como segunda potencia mundial y fábrica del mundo, la diplomacia afirma que China está tomando las medidas necesarias de estímulo fiscal e industrial.
¿Son justificadas las críticas a China por su gestión del coronavirus?
Los medios europeos y estadounidenses han criticado vivamente la reacción de las autoridades chinas ante la crisis del coronavirus. Como en cualquier régimen autoritario, afirma uno de los argumentos más empleados, el gobierno intentó primero ocultar y luego minimizar la gravedad de la situación.
Cuando finalmente el problema fue demasiado evidente, las medidas del gobierno no lograron calmar a la población y la economía se resintió mucho más de lo que tocaría. El problema, concluye el argumento, es que el gobierno autoritario chino no logra ganarse la confianza de los ciudadanos, y que esta falta de confianza se traslada también a las relaciones entre ciudadanos.
Pero, con las bolsas occidentales en caída libre y los países europeos en plena psicosis, ¿quién puede ahora criticar la respuesta china? ¿Podemos seguir afirmando que nuestra sociedad está mejor preparada para afrontar una pandemia que China?
No sólo los países europeos se están mostrando menos capaces de contener geográficamente la epidemia que China, sino que sus sociedades son cada vez más dependientes de las emociones y las imágenes que contribuyen a extremarlas. Numerosos actores, empezando por determinados medios de comunicación, se sirven de esta hipersensibilidad en beneficio propio.
En las sociedades europeas cada vez más individualistas y desagregadas, el miedo irracional por el coronavirus ha despertado comportamientos absurdos, como la multiplicación de robos de miles de mascarillas de los hospitales o el aumento espectacular de ventas por Internet de productos básicos como la leche, la pasta o el jabón. Sin lavarse las manos constantemente con gel hidroalcohólico, la gente ya no se da la mano y tiene miedo incluso de ir al supermercado. ¿Quién sufre de una crisis de confianza pues, China o nosotros?
En las sociedades europeas cada vez más individualistas y desagregadas, el miedo irracional por el coronavirus ha despertado comportamientos absurdos Share on X