Escribía días atrás en “La solución I” que sólo una alternativa al actual Govern de la Generalitat, desde la centralidad catalanista, permitiría superar las crisis que están instaladas en Catalunya, y cada vez más, en las instituciones españolas. Una alternativa que surgiría de los ahora desunidos partidos catalanistas, favorecida por un gran rassemblement de personas independientes como expresión no partidista de la sociedad civil organizada. Pero, con todo lo sucedido desde entonces, con la formación del nuevo gobierno de Sánchez, basado en hasta seis pactos distintos, ¿qué ha cambiado de aquel planteamiento? Sólo que la solución es más urgente, y que amplía su foco al conjunto de España.
El problema de Catalunya es el primer problema de España –que no el único en gravedad– y es político. No puede ser resuelto por la vía de los jueces y la cárcel. Y en esto el nuevo marco político presenta un cambio importante. Pero es también evidente que, además, existe un conflicto social grave en Catalunya entre independentistas y quienes no se sienten como tales, y de apropiación partidista de las instituciones. Igualmente se olvida que, en buena medida, esta judicialización no sólo obedece a las carencias de la política del PP en el pasado, y al cerrilismo de Ciudadanos, sino que asimismo es consecuencia del desprecio del independentismo hacia las leyes que regulan la vida común, también las catalanas, y de las instituciones que las aplican, también las catalanas.
Es el momento de los independientes, actuando fuera de la lógica de los partidos políticos
O sea, que la realidad es mucho más compleja que el resumen de ella que ahora hace Sánchez, y desborda el marco político fijado por una mayoría mínima. Lo desborda de tal manera que la pretendida solución planteada puede significar la multiplicación del problema, acentuando los enfrentamientos entre las partes, y con ello el agotamiento del sistema político, desencadenando una crisis de Estado. Porque el frente que ha pactado el PSOE es en realidad un frente republicano virtual y en buena medida contrario al régimen político surgido de la transición. Y es que en contra de la dura crítica que Cebrián formulaba contra Sánchez en El País el día de Reyes, el pacto no añade nuevas debilidades a las que ya padecía, porque por la vía del enfrentamiento puede cambiar su debilidad en poder, transformándose, primero, en el alter ego del jefe del Estado, para desembocar en la presidencia de la III República. Es sólo una posibilidad razonable; de ninguna manera una acusación. No afirmo que sea su finalidad, pero sí que las circunstancias pueden llevar a que lo sea.
Y esto es así, no a causa de las derechas o las izquierdas, sino por el desastre político que realimentan. Lo que ahora han creado no son bloques sino un frente, donde unos y otros combaten para exterminarse política y moralmente, olvidando que en democracia nadie posee toda la verdad. Por eso todos son partes, partidos .
La democracia liberal sólo alcanza resultados si es practicada como ejercicio de las virtudes personales por parte de los políticos y de la virtud de la prudencia por parte de los electores, con el fin de alcanzar el bien común.
Es necesario remediar este estado de cosas con perspectiva de futuro, o las consecuencias serán, una vez más, una crisis histórica. Y es por ello por lo que la única solución es “La solución”, y ahora con el foco ampliado. Esta requiere, como en la transición, el acuerdo de los grandes partidos españoles, así como un sujeto político catalán que actúe de estabilizador. Para conseguirlo es necesario reconstruir la centralidad. La Tierra Media donde los partidos, sin abandonar sus posicionamientos, confluyen y a la vez compiten, pero no para destruirse; eso es la actual guerra de frentes, sino que lo hacen en racionalidad y proyectos, y buscan grandes acuerdos. Materias no faltan: pensiones, escuela, familia, trabajo, redistribución y cohesión social, redistribución territorial del poder político… Todo ello es también una gran oportunidad para la sociedad catalana organizada.
Pero la Tierra Media no se construye de manera espontánea. Necesita de un catalizador. En este caso, y para toda España, en forma de movimiento de la sociedad civil y sus instituciones, que construya las condiciones para crear aquel espacio de centralidad e incentiva y empuje a los partidos a realizar aquella tarea constructiva: la de concordar en lugar de aniquilarse, ellos y las instituciones. Es el momento de los independientes, actuando fuera de la lógica de los partidos políticos.
En Catalunya este catalizador puede dar ya un primer paso al convocar un primer encuentro de independientes de manera inmediata. Ahora reposa aquí y sobre ellos una doble responsabilidad: la de incentivar desde fuera de los partidos la construcción de la alternativa electoral del catalanismo de la centralidad y la de mostrar al conjunto de España que esta vía necesaria es viable y ha empezado a construirse.