Los grandes incendios que están azotando Australia tienen razones específicas, como por ejemplo la importancia del eucalipto, una especie muy inflamable, pero también tiene causas generales de las que hay que tomar buena nota.
Una de ellas es la reiteradamente apuntada del cambio climático. Pero también una segunda, que se olvida, es que una parte importante del territorio desolado por el fuego es de clima mediterráneo, como California y otros lugares del mundo. Las condiciones ambientales de esta zona climática con veranos secos y calurosos y lluvias muy irregulares a lo largo del año facilitan el incendio. En el caso de Cataluña, los buenos datos que se presentan habitualmente en cuanto a hectáreas quemadas pueden inspirar una tranquilidad peligrosa.
Desde la aplicación del programa Foc Verd y una nueva estrategia de lucha contra el fuego forestal, introducida en la segunda mitad de los años ochenta del siglo pasado por el Departamento de Agricultura, que entonces era el principal agente responsable en la lucha contra los incendios forestales, se puede pensar que el nivel de control es razonablemente satisfactorio. Sólo en escasas ocasiones desde entonces la cifra de hectáreas quemadas se ha disparado.
La estrategia de aquel Foc Verd, que se ha mantenido vigente con otras denominaciones, se basa en un principio: evitar que el foco del incendio se transforme en un frente, mucho más difícil de apagar. Toda la estrategia se fundamenta entonces en una detección rápida, para que el fuego no coja grandes proporciones, y una intervención para su extinción inmediata por el mismo motivo. Como Cataluña ha ido aplicando recursos crecientes a estas dos funciones, los resultados comparativamente a otros territorios son buenos.
¿Entonces, cuál es el problema? Pues que esta estrategia no sirve cuando por determinadas razones el fuego se transforma en un gran frente. En otras palabras, Cataluña no está preparada para afrontar los grandes incendios forestales. Estos pueden venir determinados por la combinación de factores que se han dado en Australia y que son extrapolables aquí, y también por circunstancias fortuitas que se puedan producir. Por ejemplo, en 1987 se produjo un gran incendio en el Alt Empordà como consecuencia del fuego declarado en territorio francés y que no pudo ser detenido. Cuando penetró en Cataluña, la extensión de las llamas ya la había convertido en difícil de dominar, o bien situaciones que se dan en verano provocadas por la entrada de aire africano que hace caer radicalmente la humedad atmosférica y facilita la propagación del fuego.
¿Por qué no está preparada Cataluña para el gran incendio? La respuesta es muy concreta. Porque su estrategia difiere de la que se utiliza bajo la doctrina histórica del Foc Verd. Ya no es un problema de detección ni de intervención rápida, es una cuestión de prevención.
El gran incendio sólo se puede evitar de dos maneras. La primera es creando una infraestructura forestal que cree barreras que detengan el fuego. Se trata en definitiva de «reticular» el territorio aprovechando las condiciones naturales introduciendo barreras vegetales ignífugas, y en último caso, cortafuegos técnicamente eficaces. Es, por tanto, una tarea de prevención y de infraestructura, y eso quiere decir inversión, que es lo que no se hace. Y también significa tener claro la superficie que se está dispuesto a que se queme, porque este criterio señala las dimensiones de las retículas.
La otra gran política es también preventiva, y radica en una buena gestión del bosque. Lo que significa un bosque humanizado por la actuación forestal. A menudo se olvida que Cataluña es un país forestal, uno de los más boscosos de Europa. Lo que sucede es que sus bosques tienen en general una calidad mediocre, por razones naturales y también porque su explotación, al ser poco rentable, facilita el abandono. Naturalmente, en esta dinámica la ausencia de política forestal por parte de la Generalitat lo agrava todo. Además, un debate falseado por la ideología lo ha complicado aún más.
La gran mayoría de nuestros bosques no deben permanecer intocados, sino que deben ser explotados en función de criterios forestales que son los que garantizan la pervivencia del bosque. Sólo determinados territorios que tienen condiciones muy particulares deben ser objeto de una conservación estricta. Y quien dude de lo que significa la buena gestión forestal, sólo tiene que recurrir a los bosques de Poblet y de las montañas de Prades. Son magníficos. Pero lo son por la acción humana, dado que prácticamente toda su superficie fue repoblada a inicios del siglo XX.
Pero la Generalitat camina en el sentido opuesto, como lo constata la deficiente ley sobre la Agencia de la Naturaleza, que rechazan todas las entidades forestales y agrarias. Es una visión urbanita y de un ecologismo que no sale del despacho, y que conllevará, si se lleva a cabo sin modificación, una situación de mayor peligro en el bosque catalán. El Consorci Forestal de Catalunya, el Institut Agrícola Català de Sant Isidre, la JARC (Joves Agricultors i Ramaders de Catalunya), diversas asociaciones forestales, explotaciones forestales del Cadí-Moixeró y el Valle de Camprodon, entre muchas otras, tienen razón cuando rechazan la ley.
Que no se diga: si en el futuro un gran incendio asola Cataluña, será por la inanidad de años de mala gestión y por el error de las nuevas políticas.