En una carta dirigida a su amigo historiador y humanista Agustí Duran y Sanpere el 17 de mayo de 1951, Gaziel escribió: «El pleito entre Cataluña y Castilla pienso ahora verlo con una claridad diáfana, después de tantos años de haberlo sufrido sobre el alma y sobre las costillas. Y esto que creo ver tan claro es que no tiene remedio.
Solo tendría uno: el más radical, el más absoluto, el del destrozo máximo. Pero resulta, estimado «Tocayo», que es el más imposible: pura quimera de corazones calientes y videntes, pero de cabezas alocadas y de pies que no tienen los pies en el suelo. «Bref«, es un mal sin remedio, porque el único remedio que tiene es un remedio imposible».
Por lo tanto, tendríamos que concluir desesperadamente, con Gaziel, que si el único remedio no es posible, el pleito entre Cataluña y Castilla no tiene remedio. Pero Gaziel no deja la cosa aquí, puesto que en los últimos años de su vida (murió en 1964), desilusionado por intentos pretéritos de diálogo peninsular, empezó a ver en el camino de la unidad de Europa la solución del conflicto. Así lo podemos descubrir en uno de sus últimos escritos titulado “Entendimiento de la Península Ibérica”. Ante el fracaso de las actuaciones humanas voluntarias, él solo ve un camino de solución en aquellas que denomina “las soluciones históricas”. Es decir, aquellas que, no habiendo sido previstas por los hombres, a menudo les son impuestas por la corriente vital, que todo se lo lleva. La “solución histórica” que tendría que resolver el pleito Cataluña-Castilla sería a su parecer la Unidad Europea. Y por eso nos deja escrito lo siguiente:
«La Península Ibérica no mantendrá su estructura actual indefinidamente, ante la corriente de la unidad europea. Si la unidad de Europa sale bien, la Península Ibérica será fatalmente absorbida por el ancho y poderoso sistema nuevo, que no parece tener que ser otra cosa que la conversión de una Europa secularmente dividida en vallados enemistados, en una Europa superadora de sus nacionalismos arcaicos y fortalecida por una nueva unidad superior. La fragmentación europea, con fronteras, aduanas y ejércitos privados y hostiles, será un anacronismo tan ingenuo como lo parecería hoy la perpetuación de los pequeños estados medievales que dividían, como rediles, las que más tarde tuvieron que ser las nacionalidades modernas. Ahora les toca el turno a ellas, cada vez más ridículas y estrechas. El Estado español de hoy ya se ha puesto sensatamente a la cola, como aspirante a ingresar en el compuesto formidable, y tendrá que tomar las medidas indispensables para ser admitido. De este hecho -de la necesidad, que es la madre de toda sabiduría- podemos esperar mucho».
Cuando todo esto se haya conseguido, concluye Gaziel, «entonces se acontecerá en toda Europa algo parecido a lo que ya se ve en uno de los estados más admirables del mundo que es Suiza, una obra de la inteligencia pura apoyada en realidades concretas, con la precisión y el magnífico rendimiento de un cronómetro”. Suiza, según Gaziel, es el modelo y el camino a seguir por parte de la UE. Una Suiza a la que Gaziel dedicó un magnífico ensayo titulado “Cordura, trabajo y libertad”. Una Suiza que ya hace tiempo (1847) que ha dejado de ser una confederación para dotarse de una Constitución federal con determinadas competencias reservadas al gobierno federal, basada en una sólida lealtad entre sus miembros, creadora de un espacio de libertades ejemplar en el que todas las lenguas y las diversidades son respetadas dentro del marco constitucional.