Sí, ya tenemos un grave conflicto con el caso del castellano en la escuela. Es una forma como otra de mantener la atención ahora que la independencia ha desaparecido del horizonte político, pero es necesario mantener las llamas que alimenten al electorado.
Como en los conflictos precedentes se trata de un enfrentamiento sobre todo político estéril porque dejará como herencia tierra quemada, divisorio y negativo para la propia lengua y cultura catalana.
Recordamos brevemente los antecedentes: El Tribunal Superior de Justicia de Catalunya (TSJC) sentenció que el castellano era también vehicular. De hecho, aplicaba la jurisprudencia previa del propio Tribunal Supremo. La Generalitat presentó un recurso contra esta sentencia a la más alta instancia jurisdiccional, que fue rechazada y, por tanto, prevaleció la sentencia del TSJC. Asimismo se confirmaba que el 25% de las clases debían ser impartidas en castellano como lengua también vehicular, y aquí ha estallado todo. Sin embargo, hay que diferenciar dos planos, el estrictamente jurídico, que está en discusión, y el real.
En el ámbito jurídico la Generalitat interpreta que como su recurso estaba en relación a una sentencia que trataba de la ley Wert, que ya no está en vigor porque ahora rige la ley Celaà, no tenía ningún efecto práctico. Otras interpretaciones, entre ellas las de la propia instancia judicial, señalan que no es así porque la jurisprudencia sobre el carácter también vehicular del español es previa. En cualquier caso, este litigio tiene su canal y tendrá sus resultados en el ámbito judicial.
Aquí no hay un problema real, sino en la utilización política que del asunto se produce
Vamos a la realidad de las cosas. Que el catalán fuese efectivo en el 75% del horario lectivo sería fantásticamente bueno; es decir, la aplicación literal de la sentencia sería un éxito para la lengua catalana, en contra de la bandera que intenta levantar el gobierno Aragonés. Y esto es así porque la realidad señala que en gran parte de Cataluña, la enseñanza en catalán no llega ni al 50% del horario lectivo. Es un hecho seguro para el gobierno, para las instancias educativas, al que enseñanza ha venido haciendo la vista gorda. Conceptualmente, el catalán debe tener la máxima prioridad como lengua vehicular, dado su carácter minoritario que es necesario proteger. Por eso, no es evidente ni interesa la desaparición del castellano como lengua vehicular. De hecho en Cataluña más de la mitad de la población tiene esta lengua como propia, por tanto la proporción de una cuarta parte a 3 cuartas partes a favor del catalán respeta claramente el predominio de esta última lengua y, por tanto, ha de disponer de la prima necesaria por su carácter minoritario.
El problema real es que esta situación no se da en buena parte de Cataluña. En el área metropolitana, donde viven 3,2 millones de personas, en la mayoría de escuelas públicas el castellano es la lengua dominante, algo que también es claramente perceptible en la región metropolitana de Barcelona, donde viven 5,3 millones. En contrapartida, en las áreas más homogéneamente lingüísticas del catalán, la lengua castellana en la escuela está casi desaparecida. Es lo que sucede en las comarcas de Girona, Lleida y parte de Tarragona. Es la situación exactamente contraria para garantizar la vitalidad del catalán. Donde socialmente es más débil es menos vehicular, y allí donde es socialmente fuerte, la escuela es homogénea en catalán.
El escenario óptimo es que los alumnos del área y región metropolitana utilicen el catalán la mayor parte del tiempo. Mientras que en las comarcas de predominio catalán es bueno que los alumnos dispongan de mayor tiempo para mejorar su conocimiento y habilidades lingüísticas en español.
Cabe recordar que según los datos del propio Departamento de Enseñanza y a inicios del mes de noviembre, es decir de ahora mismo, señalaban, a través del estudio llevado a cabo, el gran retroceso del catalán en la escuela, porque alumnos y, atención, profesores, cada vez lo hablaban menos. Menos de la mitad de los maestros de 4 de la ESO se dirigen a los alumnos siempre en catalán y sólo un 20% de los estudiantes lo utilizan para relacionarse con sus compañeros. Si comparamos los datos de 2021 con los de 2006 obtenemos un resultado francamente malo.
En 2006 el alumnado se dirigía al profesor siempre en catalán el 56% de las veces, ahora en 2021 la cifra ha quedado reducida al 39,4%. Por su parte, el profesor se dirigía siempre en catalán el 63,7% de las veces en 2006 y ahora sólo lo hace un 46.8%.
Las cifras son crueles mostrando la realidad, que no olvidemos hace referencia al conjunto de Cataluña y que, por tanto, deben ser mucho peores en el área metropolitana de Barcelona y Tarragona.
Podemos constatar que menos de la mitad en la actualidad tiene el catalán como vehículo habitual en sus clases, tanto profesor como alumnos, pero atención es que ya en 2006 con unos datos que por comparación con la actualidad nos parecen mejor, las cifras quedan muy lejos de la exigencia del 75% en catalán y el 25% en castellano, ya entonces la cifra de las 3/4 partes del catalán como idioma integral de comunicación en la escuela estaba lejos de asumirse
El resumen del problema viene de lejos. El problema no está en la sentencia del TSJC, sino en la realidad escolar, que muestra que como en teoría las clases son 100% en catalán, esta cifra no se cumple desde hace tiempo y además está en regresión
El gobierno de Catalunya quiere enmascarar esta realidad tras una polémica falsa de defensa de la lengua, cuando la mejor manera de defenderla es y era desarrollar una pedagogía que asegurara al menos aquel 75% de clase en catalán integral, que con las cifras de hoy es una utopía.
ERC utiliza la polémica, no para defender el catalán, sino para alimentar sus bases con el conflicto inventado, compensando así su renuncia a la independencia. Por otra parte, al PP y VOX la polémica les va de perlas porque permite presentar una Catalunya dividida y sobre todo porque desgasta al gobierno Sánchez a los ojos de los españoles.
En el resultado quien perdemos somos los catalanes porque tenemos una lengua minoritaria que no sabemos cómo conseguir que sea utilizada de forma integral en la escuela, ni siquiera para llegar al 75% que, hipócritamente vemos como una imposición, y en la práctica es un desiderátum, y porque acentuamos el enfrentamiento lingüístico con el resto de España, que es negativo para la lengua más débil y que destruye todo el capital construido de prestigio y reconocimiento del catalán en la segunda mitad del siglo pasado.