Vivimos en la era donde la necesidad de comunicar lo inunda todo. En cualquier momento podemos conocer que hace el otro, dónde come, dónde va de vacaciones, en qué proyectos de trabajo está implicado o, incluso, que piensa de la decisión del político de turno. Un estadio impulsado decisivamente por las redes sociales.
Un escenario de la vida que ha reubicado nuestro interés del entorno inmediato (familia, barrio, ciudad, comunidad…), al global. Pero una mirada desenfocada, ya que en la mayoría de ocasiones el prisma que utilizamos, Instagram, YouTube, TikTok, X… ilustra una novela de fantasía, más que un ensayo.
De alguna forma, hemos pasado a ser actores principales de nuestra vida a meros espectadores de historias fantasiosas de terceros. Hoy cuesta más que nunca ser uno mismo, ser verdadero.
Así, esta vista hacia un exterior aparentemente luminoso puede provocar que al girar la vista hacia el día a día de nuestra vida, lo que observemos sea oscuro, simple, rutinario, feo. Y que no solo nos ocurra con nuestra vida, sino también con la de los más cercanos, familia, amigos, comunidad o incluso país. Lo que debería ser la aventura más intrépida e interesante de nuestra vida, se convierte en un mero ir haciendo.
En definitiva, llevamos una vida en la que llenamos todos los espacios de tiempo con entretenimiento que nos agota y no nos deja tiempo para pensar y admirar.
Y frente a esta pintura tan poco elocuente, ¿qué hacer?
Aquí, seguramente, el defensor del inexplicable, Chesterton, tendría mucho que decir. Nos recordaría que la vida, en su infinita complejidad y belleza, está llena de misterios. En ella, el aparentemente insignificante puede revelar una profundidad asombrosa. Cultivar la capacidad de tropiezo, de encontrar la belleza en lo cotidiano, es un acto de rebeldía contra la monotonía y una forma de apreciar el regalo de la existencia.
En conclusión, hoy la mayor transgresión que se puede hacer en un mundo donde las pantallas, influencers y apps lo son prácticamente todo es vivir la vida, la propia vida.
El defensor del inexplicable, Chesterton, tendría mucho que decir. Nos recordaría que la vida, en su infinita complejidad y belleza, está llena de misterios Share on X