La exuberante disputa entre el presidente de Estados Unidos Donald Trump y su exconsejero y socio Elon Musk tiene un fondo que resulta mucho más interesante y revelador que las desgraciadas formas.
Muchos analistas ya habían comentado que la alianza entre Trump y Musk era, como tantas veces sucede en la política, un matrimonio de conveniencia.
Pero hay que añadir que tanto Trump como Musk sí comparten en parte una ideología: ambos se han caracterizado por una crítica feroz al progresismo de la discriminación positiva, convertido en el movimiento woke.
Ambos rechazan también la primacía del estado sobre la sociedad civil, y anteponen a los actores privados, como familias y evidentemente, empresas. Al menos en este sentido, podría considerarse que Trump y Musk defienden una base común.
Sin embargo, y pese a su propia experiencia vital, Trump favorece los vínculos sociales tradicionales, como la familia, la comunidad religiosa, la nación, etc. como fundamento de la sociedad (véase el libro que propulsó a la vicepresidencia JD Vance, Hillbilly, una elegía rural). Trump es conservador.
En cambio, Elon Musk está impregnado de un individualismo típico de los magnates de Silicon Valley y que tiende a analizarlo todo en función de costes y beneficios individuales. En este sentido, Musk es progresista como él mismo reconocía en uno de sus tuits más conocidos.
Lo que ha sucedido, exactamente como su tuit explicaba gráficamente, es que en el mundo woke, su utilitarismo descarnado ha acabado pasando por carca.
Por ejemplo, Musk ha insistido repetidamente en el fomento de la natalidad. Pero contrariamente a los conservadores, su defensa nada tiene que ver con el valor de la familia tradicional, sino con el imperativo de disponer de más y mejor capital humano para seguir innovando.
En un contexto norteamericano donde en 2021-2022 las principales instituciones de poder, tanto públicas como privadas, estaban corrompidas por el movimiento woke, tenía mucho sentido que los dos hombres se aliaran. Pero una vez conseguida la victoria, y en el momento de hacer política de verdad, los desacuerdos se han convertido enseguida demasiado grandes.
Por ejemplo, Trump se centra en proteger el acceso al mercado de trabajo a los ciudadanos estadounidenses. Restringir la inmigración es una herramienta de cohesión social y una forma de incrementar los salarios, como ya logró de hecho durante su primer mandato.
En cambio, Musk, él mismo venido de África del Sur, entiende la inmigración como una herramienta para atraer escaso talento al país. Pero que los progresistas no se exciten, la posición de Musk hacia la inmigración masiva y escasamente cualificada es mucho menos favorable, como ha demostrado repetidamente apoyando a los candidatos más antiinmigración en Europa.
La chispa que ha hecho estallar la relación entre los dos hombres ha sido otro ámbito en el que sus visiones resultan difícilmente reconciliables. Para Trump, la monumental deuda pública de Estados Unidos no es un problema de por sí siempre que un crecimiento económico dinámico pueda seguir financiándola. Reducirlo por la vía del hacha no es una opción debido a los costes electorales que implica (de hecho, Trump incrementó notablemente el gasto durante su primer mandato).
Para Musk, en cambio, acumular un montón de deuda que no para de crecer es inconcebible. La ley fiscal que Trump busca aprobar y que tendrá un impacto negativo en la recaudación resulta incomprensible, hasta el punto de haber desatado los adjetivos más duros en los tuits de ataque de Musk.
Tanto Trump como Musk comparten una crítica feroz al progresismo de la discriminación positiva, convertido en el movimiento woke. Compartir en X