El trasfondo cultural del primer ciclo bursátil del franquismo (1). Marco de referencia: la Bolsa

NOTA PREVIA

Hace unos días envié a Josep Miró una copia del último trabajo que he publicado sobre la historia de la Bolsa de Barcelona. Pocos días después me respondió diciéndome que, si me parecía bien, este trabajo podría publicarse por partes a través de CONVERSES. Le agradecí el ofrecimiento, advirtiéndole, sin embargo, que se trata de un trabajo especializado que forma parte de una obra, que pretende ser completa, sobre la historia de la Bolsa de Barcelona.

Cuando empecé estas publicaciones, hace cuatro años, lo hice con el fin de que se dispusiera de una historia del mercado de capitales catalán, pues, salvo un interesante trabajo de J. Fontana y V. Villacampa (La vieja Bolsa de Barcelona), no se disponía de un estudio completo sobre el particular y tampoco, de forma relevante a efectos analíticos, de una serie histórica de los correspondientes índices de cotización. Para remarcar las vicisitudes bursátiles en cada contexto histórico, me pareció adecuado (aunque quizás algo estrafalario) emplear como método operativo el referente «La bolsa y la vida», lo que implicaba, después de exponer como punto principal la evolución y características de cada ciclo bursátil, añadir el correspondiente trasfondo político, económico y cultural.

De acuerdo con este criterio, y en este caso de forma excepcional, el trabajo que difundirá CONVERSES corresponde a la última parte del capítulo primero del tercer volumen (que saldrá pronto) de estos estudios sobre la Bolsa de Barcelona y que hace referencia al trasfondo cultural del primer ciclo bursátil del franquismo (1940-1950).

Barcelona, ​​julio 2024

Joan Hortalà i Arau

 

Al reabrirse los mercados en el mes de marzo de 1940, comienza en la Bolsa de Barcelona un ciclo de duración mediana. Es el primer ciclo bursátil del franquismo con todo lo que supone el nuevo aparato político institucional, la reconstrucción de lo mucho destruido, de una sociedad dividida y sujeta a represión, un país sin ahorro y, en fin, de una economía destrozada con altos y generalizados niveles de pobreza. Y, por si ello fuera poco, el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

Precisamente, el final de este conflicto bélico fija el punto de separación entre las dos etapas que caracterizaron este ciclo bursátil.

La primera parte, aparte de la relativamente alta contratación de las primeras sesiones, debida a los propios ajustes derivados de la Guerra Civil, deparó un panorama mortecino condicionado por la decisión del gobierno de excluir de la negociación a los valores ferroviarios en pro de la nacionalización del servicio. Tampoco favoreció al mercado, más bien todo lo contrario, una legislación que, al tiempo que gravaba los beneficios extraordinarios por ganancias obtenidas de la guerra europea, limitaba sensiblemente la cuantía de los dividendos, en especial los de las entidades bancarias.

La segunda etapa registra una mayor actividad tanto por la incipiente política empresarial de ampliación de capitales como y principalmente por el “tirón” inmobiliario (el primer “boom” bursátil del franquismo). Y ello a pesar de los recelos que supuso la nacionalización de la Compañía Telefónica Nacional. Con todo, la Bolsa se animó. En Madrid, de la mano de la contratación justamente de las acciones de compañías inmobiliarias; en Barcelona, por la propia de los títulos industriales y bancarios; y en Bilbao, en fin, por el empuje de los valores navieros.

Ahora bien, lo relevante de este primer ciclo bursátil es el papel destacado del negocio de la Deuda Pública.

Este fue un mercado particularmente protegido por los poderes públicos con el objetivo de conseguir financiación para las inversiones consideradas de interés nacional. El bando sublevado financió principalmente el gasto de guerra con anticipos de “su” Banco de España. Pero terminada la guerra y elaborado el primer presupuesto del Nuevo Estado, el recurso de la deuda devino la fuente sustantiva de financiación.

De hecho, la Deuda Pública fue el “bálsamo financiero” del Estado para atender a un gasto gubernamental dirigido básicamente a la obra pública, incluyendo vivienda, y a la reindustrialización. Y ello con la particularidad de que las emisiones de deuda no respondían, como prescribe la ortodoxia hacendística, a remediar el déficit presupuestario, sino que tenía en sí misma carácter directo y finalista al ser emitida incluso más allá de los presupuestos extraordinarios por organismos autónomos y empresas públicas. Su colocación estaba protegida y en buena medida asegurada.

Por un lado, el ahorro encontraba acomodo en la adquisición de títulos de deuda puesto que el dividendo, si bien no siempre superior al interés bancario, se veía recompensado por una política de importantes ventajas fiscales.

Por otro lado, ya que las emisiones calificadas de “interés nacional” las suscribía, con recomendación de obligado cumplimiento, el sistema bancario que con todo podía emplear el mecanismo de pignoración ante el Banco de España. La banca de este modo pudo también contribuir a la financiación empresarial aunque no a largo plazo, motivo por el cual quedaba patente que en la España posbélica el proceso reindustrializador a cargo del sector privado se financió con “letras a noventa días”.

Obviamente, este círculo vicioso (emisión-suscripción-pignoración) aumentó la base monetaria de manera espectacular, multiplicándose así el dinero bancario y alimentando una grave inflación (en determinados años se disparó hasta el 30%).

La Deuda Pública, pues, protagonizó el mercado bursátil. En términos cuantitativos, en los primeros años del franquismo su volumen llegaría a alcanzar el 80% del total de la contratación. Fue así como en este primer ciclo bursátil el mercado de acciones describiera una trayectoria fluctuante que con un Índice 100 (Base 31-12-1939) y alcanzando un máximo de 228,60 acabaría en 148,37. En cambio, el Índice de Renta Fija Pública se movió en trayectoria ascendente que, con un Índice Inicial 100 (Base 01-03-1940), acabaría el ciclo en 232,84.

Al reabrirse los mercados en el mes de marzo de 1940, comienza en la Bolsa de Barcelona un ciclo de duración mediana. Es el primer ciclo bursátil del franquismo Share on X

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