Josep Pla hizo su primer viaje a Nueva York en 1954, y seguirían otros en años posteriores. Vio las iluminaciones nocturnas de aquellos rascacielos y el sky line luminoso de aquella inmensa capital cuando aún en la Europa de la posguerra mundial no era frecuente, y mucho menos en la paupérrima España de la época. Observando Nueva York desde el río Hudson, con el tono socarrón que le caracterizaba preguntó: «Y todo esto, ¿quién lo paga?».
La pregunta se puede aplicar hoy en España. El Gobierno del presidente Pedro Sánchez nos sorprende casi a diario con anuncios de aportaciones de dinero por un asunto u otro, para unos sectores sociales u otros, para tapar un agujero en otro campo o para algo sobrevenido, para unos objetivos u otros muy distintos. Parece tener una caja con reservas infinitas.
En los últimos años ha habido motivos de peso para realizar gastos extraordinarios, donde lo de menos tenía que ser mirar los costes. Había que hacerlo, cualesquiera que fueran. Basta con recordar la pandemia de la Covid y sus efectos, que ha significado gastos multimillonarios, pero que nadie duda de que debía destinarse lo que hiciera falta a las vacunas para prevenir la enfermedad o a los ERTE para no dejar en la miseria a millones de personas. En las últimas semanas, otro ejemplo de gasto imprevisto e inevitable, aunque sea más local, la erupción del volcán Cumbre Vieja en la isla de La Palma, exigirá destinar recursos importantes para ayudar a los damnificados y contribuir a poner bases económicas sólidas para el futuro de la isla. Todo esto no se pone en cuestión. Pero la línea del Gobierno Sánchez va mucho más allá, con continuos anuncios de más y más gastos.
Hay gobiernos que tienden a gastar, gastar y gastar. La mayoría de quienes así actúan son de izquierdas. Forma parte de su ADN. Después presumen de qué han hecho tal o cual cosa, pero resulta que los gobiernos que les siguen cuando aquéllos son desbancados se encuentran con la caja vacía y un enorme déficit y se ven obligados a políticas restrictivas para poner en orden las cuentas, y empezar a rehacer el pastel para que después pueda ser nuevamente repartido.
Las instituciones públicas son como las familias. Gastar es fácil. Todos podríamos aumentar nuestros gastos sin rompernos demasiado la cabeza. El problema está en cómo incrementar los ingresos. Analizar aquellos que el Gobierno Sánchez incluye en el proyecto de presupuestos hace pensar que falta realismo, pues da por supuesto un incremento de la actividad económica que es difícil que se alcance. Más aún con los precios energéticos disparados y la inflación desatada, y teniendo en cuenta la alerta de organismos internacionales y del Banco de España que reducen las previsiones de crecimiento.
Es innegable que el presidente Sánchez es hábil. Utiliza los números como quiere, con la seguridad de que aunque no se cumplen las previsiones o no llegan algunas de las posibles ayudas nadie se acordará ni pedirá responsabilidades.
Entre los gastos anunciados por el presidente Sánchez y bien publicitados por la mayoría de los medios de comunicación se encuentran una serie de donaciones gubernamentales personalizadas. Algunas claramente clientelares. Me fijaré en una de volumen económico global relativamente menor respecto a otras muchas anunciadas, pero que es especialmente significativa porque demuestra qué espíritu mueve a los que gobiernan. La donación de 400 euros a los jóvenes para que puedan gastarlos en «cultura».
Definir qué es «cultura» es cada vez más difícil, porque hoy dicen que lo es todo: la gastronomía, todos los deportes desde los mayoritarios hasta el levantamiento de pesos o el skate, la historia, las lenguas minoritarias, las formas de vestir sean tradicionales o de moda, los grafitis más inverosímiles con paredes sucias, los carteles, la atención a los animales…
Un gran drama es que hemos perdido el profundo sentido de la cultura. Casi nadie de los que hacen «cultura» tienen en cuenta lo que nos dejan los clásicos, que los ingredientes de la cultura son buscar la verdad, el bien y la belleza.
Pero el Gobierno no hace distinciones en sí se eleva o no a la persona. Simplemente dará 400 euros a los jóvenes que tienen dieciocho años. Medida, evidentemente, dirigida a comprar adhesiones y quizás votos en futuras elecciones. Pero, lo que es más grave, es acostumbrar a estos jóvenes a que les regalen las cosas, incluidas las no imprescindibles.
A esto se le llama «fomentar la cultura del esfuerzo», «promover la iniciativa», «estimular el mérito».