Las elecciones británicas de este mes de diciembre han puesto en evidencia una regla no escrita pero crucial de la política europea: la personalidad de los candidatos manda.
Como escribe Matthew Karnitschnig en Politico EU, la votación ha demostrado principalmente que a los británicos les cae bien Boris Johnson y mal Jeremy Corbyn. Les encuestas han demostrado que Johnson realmente es considerado más simpático que Corbyn por prácticamente todos los grupos sociales británicos.
Sin duda, desde la aparición de los medios de comunicación de masas (sobre todo la radio y la televisión), la personalidad de los candidatos ha jugado un papel importante a la hora de inclinar las balanzas electorales.
Sin embargo, tradicionalmente los líderes carismáticos lo eran primeramente porque representaban con fidelidad un ideal, un programa político. Los votantes podían reconocer su propia forma de concebir la política.
Hoy, en cambio, la personalidad del candidato y no su ideología ocupan todo el espacio. Más que la ideología o un ideal coherente de país, las fuerzas que mueven la política europea son el pragmatismo y el oportunismo.
Posiblemente, el extremo de esta tendencia sea el presidente francés Emmanuel Macron, antiguo ministro del gobierno socialista de François Hollande transformado a golpe de comunicación en paradigma de dinamismo. Joven y sonriente, llegó a la campaña sin programa electoral y aun así ganó las elecciones con la vaga promesa de poner Francia «en marcha». Para ir hacia dónde, esto era secundario.
La inoperancia de los partidos políticos tradicionales europeos ante temas espinosos como la globalización o la inmigración ha generado una multitud de políticos oportunistas que se han servido de las estructuras existentes (casos de Johnson o el canciller austriaco Sebastian Kurz) o las han atacado desde fuera (Macron y el exministro del interior italiano Matteo Salvini) para hacerse con el poder diciendo lo que la gente quiere escuchar.
Poco importa tampoco que los líderes políticos tengan vidas privadas poco ejemplares (Johnson) o, por lo menos, extrañas (Macron). O que hace un tiempo defendieran lo contrario de lo que dicen actualmente.
Lejos de atenuarse, el personalismo se extiende sin parar. El ex-primer ministro italiano Matteo Renzi, en una operación de libro de texto macroniano, abandonó este otoño el Partido Democrático para buscar fortuna en un movimiento bautizado «Italia Viva» construido a su alrededor.
En España, partidos como Podemos o Vox cultivan particularmente la imagen de los líderes respectivos. Sin embargo, el caso más evidente de personalismo es el del presidente en funciones Pedro Sánchez (véase, por ejemplo, su pretencioso libro «Manual de Resistencia»).
Como muchos líderes europeos, Sánchez demuestra su oportunismo imaginando y haciendo y deshaciendo pactos electorales a derecha e izquierda, con el objetivo último de conservar el poder. Hace unas décadas, los dirigentes y votantes del PSOE habrían encontrado su comportamiento indigno de un socialista. Hoy, todo el mundo da por hecho que el oportunismo es la base de la política.