Para entender los tiempos de Trump y la gran crisis occidental. La gran ruptura de la sociedad desvinculada (I)

La necesidad de recordar los antecedentes

En 2012, el reconocido economista Branko Milanovic tuvo el acierto de sintetizar las consecuencias de la globalización en un gráfico, que explicaba a simple vista lo ocurrido a nivel mundial con el crecimiento o caída de los ingresos per cápita. Es la ya famosa «curva del elefante», porque la gráfica describe, con poco esfuerzo de imaginación, el perfil superior de un paquidermo.

Pues bien, en esta curva se resume una de las grandes causas activas que explican, en gran medida, el éxito de Donald Trump y de las derechas alternativas. No es la única razón —hay al menos otras dos—, pero, como todo lo relacionado con las condiciones de vida de la gente, es muy determinante.

La curva del elefante es la base de lo que describo en mi libro La Sociedad Desvinculada como dos de las grandes rupturas sociales que la caracterizan: la de la injusticia social manifiesta y la de la traición de las élites, que por cierto remite a dos títulos precursores de Christopher Lasch (La rebelión de las élites y la traición).

Las consecuencias de esa curva se han multiplicado por dos razones:

  1. Sus consecuencias son escandalosamente obvias y al mismo tiempo desatendidas por la mayoría de las fuerzas políticas dominantes, especialmente por sus élites, así como por las élites culturales y mediáticas.
  2. La causa radica en un desplazamiento histórico del foco central de la vida social y política de los siglos XIX y XX (en realidad, de casi toda la historia humana), junto con los nacionalismos: el conflicto sobre el papel de las distintas clases o grupos sociales en el modo de producción y de cómo se distribuyen sus beneficios y cargas.
  3. Esta cuestión central empezó a ser desplazada, desde finales del siglo XX, por la fuerte corriente cultural y política occidental generada en su centro imperial, Estados Unidos, y sustituida por la desigualdad relacionada con el modo de vida, centrada en tres dimensiones sucesivas y acumulativas impulsadas por una misma ideología: el género. Ha sido el feminismo de género, el de las identidades sexuales LGBTIQ + y la variante queer —equivalente a un trotskismo en el que el feminismo de género sería el leninismo—.

La desigualdad se concentra con fuerza en el siglo XXI con esta lógica, lo que genera un escenario radicalmente nuevo: el liberalismo cosmopolita de la globalización —el de la financiarización de la economía, Wall Street y la City (simplificando sólo un poco), y las grandes compañías globales, desde el entretenimiento como Disney hasta los bienes de consumo como Coca-Cola, pasando por los gigantes de Silicon Valley (que justo ahora algunas cambiarían más o menos de bando  (de Apple a Meta, pasando por Amazon…), que desde un análisis clásico de izquierdas correspondería a un estadio superior del capitalismo, se encuentra en el mismo campo de intereses —y por tanto les apoya.

La progresía de género, conglomerado de partidos que comprende la socialdemocracia y su izquierda, incluidos los rescoldes de los partidos comunistas, se alinean así en la Gran Alianza Objetiva con el liberalismo cosmopolita, que ha dirigido la política desde finales del siglo pasado y, sobre todo, en el primer cuarto de ese siglo.

La razón es obvia: la progresía de género ha sustituido  sus viejas banderas de clase e injusticia social por el feminismo de género, las reivindicaciones LGBTIQ+ y la variante multirracial y multicultural de la famosa “diversidad inclusiva” —que, en casos cercanos como el de Barcelona, ​​lleva al extremo de felicitar institucionalmente el inicio del Ramadan mientras se cancela el pesebre de la plaça Sant Jaume, el centro institucional de la ciudad, para “no molestar”.

Se trata de una inclusividad extraña, que en realidad excluye los fundamentos, tradiciones y cultura cristiana, enfocándose en la “nueva desigualdad de sexos” y la lucha contra el “patriarcado opresor”, que ha acabado practicando otra exclusión, la de la condición masculina, hecho que ahra ya ha sido detectado de forma evidente por la generación más joven, dando lugar a otra ruptura especialemente grave  lloc a una altra ruptura especialment greu, entre chicos y chicas, como detectan las encuestas en la mayor parte del mundo occidental.

Todo esto permite eliminar del debate público, o relegar a un segundo plano, la desigualdad económica creciente de la “curva del elefante”, cosa fabulosa para el liberalismo globalizador, que apoya –inyectando dinero y difusión mediática– a todos estos postulados de la progresía de género.

Aquella exclusión cristiana comporta también la destrucción de las instituciones sociales: el matrimonio, la paternidad y maternidad y, con ellas, la filiación, la fraternidad, el parentesco y la dinastía, fundamentos del capital social primario configurador del capital humano inicial. Dios es cancelado del espacio público convirtiendo la laicidad en ateísmo, y la exclusión religiosa cristiana comporta al mismo tiempo una gran exclusión cultural. Las fuentes de nuestra cultura son cegadas, las tradiciones culturales marginadas o desvirtuadas.

Surge así un nuevo problema nada menor: el de la identidad y el del horizonte de sentido, que ha generado un problema social considerable. Todo esto da lugar al gran vector que explica la relación de las nuevas derechas y, en particular, de Trump, el caso más claro de forja de un bloque alternativo .

A esta Gran Alianza Objetiva, hegemónica en Occidente y Estados Unidos de la mano del Partido Demócrata. Porque cuando se hace referencia al cambio radical del Partido Republicano con Trump, se olvida que, años antes —con Bill Clinton en los 90, de forma clamorosa con Barack Obama— , el Partido Demócrata, antes representante de la clase trabajadora y de las grandes minorías no WASP (primero Irlandeses  católicos y después italianos católicos y finalmente hispanos, también católicoss), cambió de bando, y pasó a ser el exponente de esa alianza de las élites de la globalización y la progresía a escala estadounidense.

Esto explica que figuras de su ala progresista, como la diputada Alejandría Ocasio-Cortez, se sientan identificadas con el legado de Obama, cuyas políticas económicas —dirigidas por nombres pactados con Wall Street—  consolidaron el status quo de la globalización, a la vez que se mantenían en su línea de fracasos, eso sí, las intervenciones militares en medio mundo.

A Obama le dieron el premio Nobel de la Paz con tres de esas acciones bélicas en curso. Ésta era la lógica del establishment occidental.

Creus que la nova situació provocada per Trump facilitarà que Sánchez pugui presentar-se com la gran alternativa a Espanya?

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