Después de tantos meses afirmando que no era momento para llevar a debate la pandemia, huyendo de toda auditoria, y afirmado y negando la existencia de comisiones de expertos, el socialismo gobernante se ha introducido, por interés propio, en medio del debate electoral de las próximas elecciones autonómicas en Cataluña. Se puede decir que estamos ante un análisis coste-beneficio político.
Por una parte, el convencimiento demoscópico de que Illa es un candidato con mayor capacidad de arrastre de votos que Iceta. Por otra, el hecho de someter a debate, a crítica y a escrutinio la gestión de la pandemia, que encarna el ministro de sanidad. Los resultados indicarán el acierto de la apuesta y su repercusión en toda España.
Y no es para menos, porque España encabeza todas las clasificaciones de malos resultados en el abordaje de la pandemia, que básicamente debe medirse en muertos, y en el negativo impacto económico como consecuencia de las medidas adoptadas. En ambos casos, España encabeza las clasificaciones. Es uno de los primeros países en tasa de muertos por cada 100.000 habitantes, antes de que hayamos llegado al pico de la tercera ola. 50.442 muertos oficiales, que crecen hasta los 77.271 si se considera el exceso de mortalidad, una aproximación mucho más real al impacto de la pandemia, puesto que la cifra oficial sólo recoge a las personas que murieron y que habían sido sometidas a un test probatorio de la enfermedad. Naturalmente, hay más que mueren sin este requisito, y además hay otro factor maligno, que es la mortalidad derivada de la falta de capacidad del sistema sanitario para atender de manera correcta a todos los enfermos de otras patologías. España es de los pocos países, con el Reino Unido y Estados Unidos, que presenta un exceso de muertes muy superior a las muertes por Covid.
Illa, se quiera o no, es el ministro de las 77.000 muertes. El que presenta también un mayor número de defunciones entre el personal sanitario, el que al lado de su seriedad en sus presencias públicas, presenta una gestión errática sin un modelo bien definido de cómo proceder con la pandemia, tanto en el pasado como en el futuro. Durante la primera ola se practicó un centralismo asfixiante, que dio paso después a una descentralización, que confundió las autonomías con un Reino de taifas, que ha contribuido a la confusión del ciudadano. Sólo tenía que seguir el ejemplo alemán para ver cómo puede combinarse un modelo definido de lucha, con las competencias de los distintos territorios. Un solo dato expresa bien lo mal que se ha actuado. El Centro Nacional de Epidemiología que, en teoría, es la instancia estratégica para prevenir y organizar la lucha contra las epidemias, contaba sólo con 68 personas al inicio de la crisis sanitaria, pero es que ahora después de todo lo que hemos experimentado y con una variante del coronavirus mucho más contagiosa corriendo por Europa, el centro ha crecido hasta las 77 personas. ¡Solo nueve más! Para situar una referencia, en el año 2008 antes de las crisis y los recortes el CNE, contaba con 100 personas. Este es el tipo de gestión real del ministro Illa.
Ahora nuestro hombre será acusado de abandonar la nave en medio de la tempestad. Y es cierto. Se va en pleno periodo crítico de la tercera ola, al inicio de la vacunación y los compromisos contraídos sobre las fechas y los grandes interrogantes que pesan sobre ella. Porque no está nada claro que el ritmo de vacunación permita una inmunización suficiente para recuperar la normalidad antes del verano. No está claro que la organización española tenga capacidad para vacunar al ritmo necesario. Se ignora cuál es el periodo de la inmunidad de la vacuna, y si éste es relativamente corto, 5 o 6 meses, el problema continuará en pie. Tampoco se sabe si la vacuna, además de proteger a quien la recibe, pierde el contagio a un tercero en caso de ser portador. Se ha empezado a extender la mutación más contagiosa del virus, que puede crear todavía más problemas en los hospitales. No existe un plan conjunto que establezca estándares y medidas para evitar nuevos descontroles. Todo se ha dejado al albur de cada autonomía. No se ha resuelto el problema del control de las cadenas de contagio y del cumplimiento de las cuarentenas, con lo que el aumento de test pierde toda su eficacia, porque sirven de poco si no se identifican rápidamente a las personas contagiadas y se garantiza que permanezcan en sus casas. En realidad, el sistema de lucha epidemiológica español continúa siendo muy deficiente. Lo que sí que ha mejorado, y esto ha permitido reducir la mortalidad, es el mejor conocimiento por parte de los médicos de la enfermedad y una mayor experiencia para abordarla con los fármacos disponibles, pero esto ha surgido de las tareas que se han venido realizando en cada hospital y del intercambio de información médica entre los profesionales, pero no se ha oído ningún intento de sistematizar todo este conocimiento y buscar sus mejoras por parte del Ministerio.
Este es el balance de la gestión del Ministro de Sanidad, capaz de decir una cosa hoy y la opuesta el día siguiente sin que se le mueva un músculo de la cara como un buen jugador de póquer. ¿Bastará esta condición para hacer un buen papel en Cataluña?